05/07/2025
Crónica del segundo círculo de diálogo:
Sociología de la funa: ¿cómo aprendimos a acosar?
Hablar de acoso no es fácil.
Y menos cuando lo que intentamos no es señalar, sino entender.
Nos juntamos para preguntarnos algo incómodo:
¿cómo fue que aprendimos a acosar?
Y la respuesta, como era de esperarse, fue compleja de entender. Desde las películas que vimos de adolescentes hasta los grupos de Telegram donde se comparten fotos sin consentimiento. Los chiflidos que gritamos para pertenecer al grupo, hasta la forma en que normalizamos el acoso laboral como si fuera “parte del ambiente”.
Lo primero que surgió fue que el consentimiento sigue siendo una zona gris para muchos. No es una lista de reglas, es una experiencia subjetiva, cambiante, y profundamente emocional. Por eso tantos hombres se escudan en frases como “pero ella nunca dijo que no”, sin detenerse a pensar en el contexto, la presión o el miedo.
Hablamos también del pacto patriarcal. De cómo los hombres solemos encubrirnos entre nosotros, protegernos con silencios, y presionarnos unos a otros a “ser hombres de verdad”, coger, demostrar fuerza, señalar a las mujeres, encubrir a tus amigos. Esa necesidad de mostrarnos fuertes en grupo, de reafirmar nuestra masculinidad con morbo, con chistes, con violencia. Eso también es parte del aprendizaje.
Nos dimos cuenta de que muchas de estas dinámicas vienen desde casa. Se heredan. Se normalizan. Se repiten sin cuestionarse. Y que cuando por fin se nombran, a veces ya es tarde, ya alguien fue herido, ya alguien se fue, ya alguien cargó con algo que no debía.
También hablamos del miedo.
El miedo a hablar. El miedo a que no te crean. El miedo a salir de esa fachada masculina que nos protege, pero también nos encierra. El miedo a enfrentarte a un proceso burocrático que muchas veces te revictimiza.
Y entonces apareció la funa.
Como forma de denuncia, pero también como forma de exclusión.
Como un grito necesario en contextos donde no hay justicia, pero también como un mecanismo que, si no se piensa críticamente, puede empujar a las personas a lugares más oscuros. Se mencionó cómo muchos hombres terminan señalando a otros no porque hayan reflexionado, sino por miedo a ser funados ellos también. Se dijo, y con razón, que la funa no transforma las estructuras de fondo. No cuestiona el sistema que forma acosadores, sólo castiga el síntoma, encubre a otros, estigmatiza a unos y sigue sin reparar el daño a la víctima.
Se habló de culpa.
De asumir la responsabilidad como hombres.
Y de lo difícil que es hablar de esto sin que todo se vuelva blanco o negro. Porque en estos temas, todo son grises.
Hacia el cierre se planteó la necesidad de pensar en alternativas:
Justicia restaurativa. Procesos de reflexión real. Herramientas colectivas.
Y sobre todo, espacios como este, donde podamos hablar sin máscaras, sin miedo, y sin dejar de cuestionarnos.
Fue el segundo círculo.
Un ejercicio muy bonito, donde agradezco a todas las personas que fueron y nos brindaron su confianza para compartir y dialogar sobre estos temas, que de entrada no cualquiera quiere hablar. Porque no es fácil sentarse a cuestionar lo que hicimos, lo que permitimos, o lo que callamos. Porque es más fácil señalar que mirarse al espejo. Y muchas veces, señalamos no porque hayamos cambiado, sino por miedo a que nos señalen a nosotros. Pero en este espacio buscamos otra cosa, incomodarnos sin destruirnos, hablar sin escudos, y aprender a reparar lo que el silencio y el aislamiento no pueden. Reinserción social le llaman algunos...
Salvo los pequeños detalles que se irán puliendo con el tiempo, creo que este espacio fue honesto, porque no buscamos tener la razón, sino abrir el camino.
⚠️ Para el próximo encuentro queremos cambiar el formato.
Hacer algo distinto, más vivencial, más abierto.
¿Tú qué propones? ¿Qué temas te gustaría explorar? ¿Cómo te gustaría que fuera el siguiente espacio?
La puerta está abierta.
Seguimos observando la sociedad...