12/06/2025
📖 Del libro "Aquellos años. Rivera, entre fotos y letras":
"Entré con la bolsa de pan arrastrando, ya desganado, con ganas de no entrar. Había gente, como siempre a esa hora y como siempre me diría a grito pelado eso, reirían algunos, yo lo odiaría, le entregaría la notita que me daba mi mamá, me despachaba y me largaba con más odio y sed de venganza.
Gabay plata no hay!! ...una vez más, no acabaría, el viejo Smolkin le daba de comer a mi futura personalidad, la que en definitiva resumiera mi tío Santiago apodándome Fugi o Fugitivo. Había aprendido a irme. Irme nomás; de lugares personas o por algo qué sé yo. Aún sigo siendo tardío para salir de la cosa tóxica, pero finalmente lo intento, casi siempre con éxito y la que no, es porque ha cambiado algo, al menos, haber visto voluntad.
Ese mediodía entré como siempre, escuché el chascarrillo siempre oxigenado y parásito y así como entré me di la vuelta y me fui. Crucé en diagonal lo de Vita, salté la manguera de inflar bicis, un pique hasta el Zorba y me senté unos minutos en la farmacia de Javkin, saludé haciéndome la banda a Cabrino padre como siempre y doblé por el banco, me compré un Cowboy “en lo de” los viejos Dorensztein para darme ánimo y ahí me paré en la puerta de la otra, la de allá, la otra panadería. Di tres pasos nerviosos y entré esperando mi turno, Mingo extendió la mano y le entregué el papelito.
-Don Smolkin, dos flautas y una docena de bollitos, gracias Beba.
Marcelito, no, esto no es para acá corazón. ...Lo sé, le corté, sólo quiero dos felipes y una docena de carasucias.
Mingo dudó, la panadería llena y yo clavándole la mirada lascivo visiblemente molesto. Tomá, cualquier cosa traélo! Volví por la San Martín, me senté “en lo de” Sarita y sentí el amor del sol del otoño; y alivio y curiosidad, me emboqué una carasucia promediando la sinagoga y otra doblando la Dujovne/ Hertzel. Ya en casa enfrenté desafiante los cargos.
Incorporé desde entonces a mi dieta y a la de mis hermanas/padres las carasucias mezcla de masa de ciudad y pan de galleta y alguna que otra vez el Felipe para algún chori.
Con el correr de los años siempre saludé a Mingo con su voz bella y monocorde.
Fútbol autos vida lo que sea para demostrarnos mutuamente el interés por esas baldosas de ambos parados y mofarnos de algo, y saludarnos, comentar risotar y dejar saludos para. Hace no mucho en el taller de Emi nos reímos de algo más, charlamos de lo otro y así deriva y menea mi saludo final al querido bostero.
Al igual que Jorge y su padre, Mingo marcó la tara saborizada de la canasta básica de mi pueblo, sonda especia de las mesas semanales del pueblo y su vida, ollas de las mañanas a todas las manzanas y meriendas de mis tardes y los días se van; se fueron con ellos y vienen los nuevos a customizar los recuerdos de nuevos hambrientos de delicias lugareñas a gas sin leña con otro apetito con otro sabor.
Partió este domingo del padre como antojo de su ego/lego-culinario/pueblo y extensión al futuro, atrapado por el Cabe quién sigue a vela y plutonio tratando de destilar esa estrella que se le ha dado para hornear.
Pasan los cielos sobre los cardos cobre, los cardos se secan y vuelan por nuestras tierras, la tierra llega en mi auto a la capi mía, y hasta que voy a veces los cómplices esfuerzos por rezarle al pan caliente se diluyen en pactos con su recuerdo dulce, su pasión compartida por el Verde Verde, sus pasos cortos, sus Peugeot en sus calles todas y Mingo, el trato de siempre, como siempre, por siempre... de la vereda a sus ojos, atándonos el cordón.
🖋️ Marcelo Gabay