17/10/2025
Hay fuerzas invisibles que habitan dentro del alma y una de ellas es el merecimiento. El merecimiento no nace del ego ni del deseo de tener más; nace del reconocimiento interno de nuestra propia existencia como parte de la vida. Quien se sabe digno de recibir no es arrogante: está en orden con el universo.
La abundancia no se busca afuera, porque no es algo que falta, sino algo que se habilita. No llega con esfuerzo desesperado, ni aparece como premio para los que más sufren.
La abundancia es consecuencia natural de una conciencia alineada con la verdad: la vida quiere darse a sí misma a través de cada uno de nosotros.
Pero para recibir, primero hay que atravesar un umbral profundo: sanar las memorias que nos enseñaron a rechazar lo bueno. A veces no recibimos por miedo a brillar más que otros, por fidelidad a antiguas historias de escasez, por culpa heredada o por el mandato silencioso de “no pedir nada para no molestar”.
Esas huellas no nos pertenecen del todo; son parte de un antiguo tejido energético que une generaciones. Y mientras permanezcan activas, el alma se cierra y repite patrones de carencia aun cuando el corazón anhele prosperidad.
El merecimiento se activa cuando uno vuelve a tomar su lugar en la vida. Cuando honra su origen en lugar de juzgarlo, cuando agradece lo recibido en lugar de reclamar lo faltante, cuando se abre a dar y también a recibir.
Entonces el universo responde, como si una puerta que siempre estuvo cerrada comenzara a abrirse desde adentro.
Porque merecer no es acumular —es permitir que la vida circule.
Merecer no es exigir —es co-crear en equilibrio.
Merecer no es egoísmo —es honrar el don de estar vivos.
La abundancia llega cuando el alma, finalmente, dice: "Sí, elijo estar en la vida y recibo lo que me corresponde por destino y por amor."
Naty Medina
La MAJA