EPC Espacio Psicoanálisis Contemporáneo

EPC Espacio Psicoanálisis Contemporáneo Espacio Psicoanálisis Contemporáneo es un colectivo de lectura, escritura e investigación sobre l Por lo tanto el
espacio psicoanalítico es un espacio social.

La construcción de un espacio es una tarea colectiva en la que venimos trabajando sin
pretenderlo. No se trata de fundar una nueva institución, sino de reconocer los lazos en los que
hemos ido sembrando y recogiendo los frutos de nuestro trabajo. Esos lazos son la atmósfera en la
que respiran las almas de las diversas prácticas que nos entrecruzan en el espacio social. Porque
en primer lugar, tamb

ién reconocemos que el psicoanálisis es una práctica social. Declaramos por eso mismo que no estamos fundando nada, sino reconociendo y formalizando ese
reconocimiento en la nominación de este espacio como psicoanalítico y contemporáneo, porque
las condiciones de la producción de subjetividad de la época nos condiciona en la construcción de
ese espacio en el que hemos venido produciendo. Reconocemos entonces que en el psicoanálisis
hay un diálogo necesario con la época, porque nos obliga, esta nuestra práctica, a desentrañar,
pensar, reflexionar cuáles son las maneras en que se actualizan esas prácticas como algo vivo,
palpitante, transformador. Nuestra materia es la vida. Hablamos y nos dirigimos a hablar de la
vida. Eso es lo que también hace un psicoanalista. Soporta la muerte para dirigirse a la vida, a la
vida del individuo en sociedad. No hay razón para pensar un individuo si no es reconociendo las
condiciones de su existencia en cada época. Tampoco estamos fundando una institución para proponernos arriar adeptos, sino más bien aunar
los espacios en los que, como ciudadanos, ya venimos pensando la vida. No es un espacio que
solamente habiten los psicoanalistas. Nos despojamos así de toda pretensión tecnicista, o de la
construcción de un cubículo de “especialistas”. Nos interesa la producción reflexiva que el
psicoanálisis pueda aprovechar para hacer “progresar” su discurso en los términos en los que este
progreso puede ser planteado en psicoanálisis, es decir, el progreso y la actualización de una
práctica que debe mantenerse “viva” para dirigirse a la “vida” y a la conciencia de vivir que es la
propiedad de los individuos conscientes. La colectividad protege y crea las condiciones para
proteger entre todos esa conciencia de vivir de los individuos. A esto le podemos llamar
“Ciudadanos del psicoanálisis”, todos aquellos analistas y no analistas que, interesados en el
psicoanálisis desde el punto de vista teórico y práctico (analizantes o psicoanalizantes) intervienen
desde ya en ese progreso. Solo falta reconocerlos y por obra de ese reconocimiento compartir el
espacio de hecho. La “institución-espacio” tiene una formalidad legal, pero en realidad se reduce a una casilla de
correo, electrónico o no, en donde se depositan y comparten las producciones de ese intercambio
que se da en el espacio y en la atmósfera común. La producción de libros, de conferencias, de
ideas, de charlas, de conversaciones, de cualquier tipo de intercambio que surja de esa necesidad
de expresar y testimoniar la experiencia fundamental de haber adquirido una conciencia, aliviando
el malestar y trabajando sobre la raíz del malestar en la cultura – como lo nombró Freud – para
despejar las soluciones en cada quien. Soluciones para el deseo. Los ciudadanos serán nombrados “ciudhaddadnos”, en un guiño-homenaje a la obra de Gerard
Haddad, en la que se deja en claro, por su propia obra más que por alguna de sus
conceptualizaciones en especial, que de lo que se trata en psicoanálisis, como en cualquier otra
práctica, es de no temer, no retroceder, ser capaz de tomar la posta de su deseo y llevarla
adelante en una dialéctica irreprimible que conduce a la producción de una solución particular,
expresada en el testimonio de análisis llamada por Lacan “pase”, un dispositivo todavía en debate,
en discusión. Nosotros nos hemos dado cuenta de que el Pase es un testimonio del que, en primer
lugar, hay que darse cuenta que se lo está dando. Solo hay que formalizarlo en un cuando, un
dónde y un porqué. No se trata de hacer la historia de un análisis, sino de construir una historia
de la producción de conciencia, que aquí entendemos de manera freudiana: entendemos que por
conciencia Freud puntualizó, en su raíz, y más allá de cualquier lectura técnica, una “conciencia de
vida”, lo cual implica un enfrentamiento con la muerte. Esto es un análisis: el enfrentamiento con
la finitud y, en esa raíz, la creación de las condiciones de una vida “vivible”, o sea, existir. La vida, así, es también una producción estética singular, articulada al deseo, al goce y al amor. Es
una “pintura” dinámica que va cambiando el paisaje pero que cuando instala un marco, ya no se
pierde más. Y también es la voz creadora del espacio, la profundidad, el más allá del espejo, la
materia oscura de la existencia, el tiempo. En el anudamiento entre lo visto y lo oído, la voz y la
mirada, los objetos parciales en los que se recorre un cuerpo vivo, existente en la existencia, que
no es lo “puro vivo”, sino en dialéctica con el no-ser. La cuestión estética es fundamental para no
confundirla con ningún canon, para desarraigarnos de una idea de lo bello como obstáculo, como
un bien que tapona el deseo, lo inhibe. Lo estético lo visualizamos en relación al poema, a ese
borde ente palabra y escritura en el que se produce una chance, una posibilidad: lo inmortal, lo
que no muere. Si el destino del individuo está “escrito” en la muerte, un sentido real para la
existencia de cada quien tendrá que ver con la inmortalidad que logre marcar, la transmisión, la
huella de un vivir. Del mismo modo en que el arte nació dejando huella del paso de los hombres
por el mundo, del mismo modo la existencia individual deja su huella, y a esa huella le llamamos
“huella estética”, son nuestras pinturas en las cuevas de Altamira. Por otro lado, ubicamos cuestiones materiales bien concretas: las condiciones de producción de la
subjetividad y su achatamiento en el plano bidimensional de los programas de producción de la
renta. El sujeto contemporáneo se efectúa cada vez menos y queda aplastado en los programas de
rentabilidad que hoy están determinados de forma fundamental por la especulación financiera. Los llamados “ataques de pánico” se producen en esa alienación y son un límite de reaparición del
cuerpo, borrado e inexistente en sus dimensiones múltiples y en el relieve en el que respira. Es
achatado una y otra vez en el plano de los directorios corporativos, en las contabilidades, en los
diseños publicitarios o en las oficinas de desarrollo de recursos humanos. Esa bidimensionalidad
niega al cuerpo que Freud se encargó de escuchar, dándole nuevamente relieve en la invención
del concepto de pulsión. Los cuatro elementos de la pulsión dan cuenta de las cuatro dimensiones
en los que ese concepto hace su lengua de expresión. El cuerpo se recorre a sí mismo en cuatro
dimensiones, y se “aplasta” en dos, según el capitalismo contemporáneo. Esa es su alienación, en
los términos de la acumulación de capital, y de garantizar las tasas de rentabilidad de las
corporaciones mundiales. La vida humana, en esas condiciones, es objeto de desprecio, y
adquiere, ese desprecio, distintas formas, más o menos sutiles, o directamente manifiestas. A eso
denominamos el poder concentracionario que, cuando estalla, desata la angustia, que no procura
ninguna solución, sino la búsqueda desesperada de regreso al “redil” del poder concentrador,
haciéndose objeto, el individuo, de la “utilidad” tranquilizadora. El estallido produce un
vaciamiento que, si es controlado y no daña, luego permite reiniciar el proceso de “llenado” para
finalmente recomenzar la alienación. Los individuos se “desesperan” por reincorporarse a ese
circuito sin darse cuenta que es de ese modo en que se inmolan en una suerte de “fanatismo”
velado, de fundamentalismo capitalista, que los convierte en fusibles posmodernos. Freud descubre la corporeidad enterrada, arqueologizada en los diseños de la rentabilidad
capitalista. Recupera el discurso de un amor Real, que es el amor de transferencia, y recupera para
el individuo la potencia de la finitud, lo cual lo enfrenta con aquello que más teme: la vida en serio,
la conciencia de vivir, el “hacer consciente lo inconsciente”, es decir, las huellas de una infancia
indestructible que “sobrevive” en las voces y en los visto plasmado en la carne, en la corporeidad
pulsional. La infancia es el poema del hombre, un poema que hay que volver a recitar, y ese es el
entretejido de un psicoanálisis. El analista es quien está capacitado para “leer” el poema de la
infancia del sujeto que se escribe en cada ocasión de manera distinta. Solo basta leer para que se
relance lo humano y se desacople de la bidimensionalidad pura de los programas de diseño
corporativo. El fundamento freudiano es que inicia el proceso por el que se descubre el verdadero
idioma de la existencia humana. Esa lengua no se despliega en los planos, sino en los cuerpos, y en
el recorrido de sus torsiones, transformaciones, giros, reposicionamientos, cortes y montajes. La
lengua actúa en la carne dándole espacialidad-temporal, y en esas cuatro dimensiones se proyecta
las formas en que Lacan va formalizando los descubrimientos Freudianos, sus intuiciones potentes,
sus anticipaciones científicas. Una lengua de lo humano. Lacan, para entender esa lengua y para
hacer legible el modo en que funciona utiliza la topología. La topología es el lenguaje del poema y
el lenguaje de los cuerpos. El analista habla y entiende en esa lengua. El analista “descubre” que esa alienación no se hace separación, en la lógica del estallido
capitalista deshumanizante. Esa alienación se hace estallido catastrófico, luego de una
acumulación portentosa. La salida es el estallido. Y el pánico. Es la lógica mediática llevada al
paroxismo.

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13/06/2025

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Cristina presa y perseguida. ¿Volvemos a las calles y a las plazas a poner el cuerpo, cuerpos visibles y amuchados, cuerpos mancomunados también alrededor de un ideal: memoria, verdad y justicia? Postulación casi homóloga del recordar, repetir y elabor...

Si la fotografía es ese intento perdurable que aspira a la eternidad, en el capítulo de Black Mirror, Eulogy, elogio, tr...
29/05/2025

Si la fotografía es ese intento perdurable que aspira a la eternidad, en el capítulo de Black Mirror, Eulogy, elogio, traducido como Apología --capítulo 5 de la… Fuente: PAGINA12 https://share.google/BvdZAWEOoUyQg4pmb

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Si la fotografía es ese intento perdurable que aspira a la eternidad, en el capítulo de Black Mirror, Eulogy, elogio, traducido como Apología --capítulo 5 de la temporada 7--, por el contrario, nos encontramos con la posición de un sujeto, en relación ...

Los botelleros Un chico en bicicleta a la puerta de casa revolviendo el contenedor de la basura. Podemos contarlos por d...
19/05/2025

Los botelleros

Un chico en bicicleta a la puerta de casa revolviendo el contenedor de la basura. Podemos contarlos por decenas en un día. Este fenómeno no es nuevo y es el reencuentro con antiguas miserias de la vida en la ciudad. A la par de la creciente y murmurante, silente por momentos y viva multitud de personas que perdieron sus hogares en estos últimos tiempos. De personas en situación de calle. Hay un matiz nuevo que es también un reencuentro con el de los botelleros de nuestras infancias, ahora ya no pasan con el carro tirado por el caballo sino en desvencijadas camionetas con altoparlantes. Y esto sucede desde el advenimiento del actual gobierno en nuestro país. Es una prueba inequívoca de pauperización, también es un signo macroeconómico aunque ocurra en finisterre. Un estilete que escribe y desguaza el modo en que se destruyen los tejidos sociales, los proyectos comunes y la vida de las personas. La vida finita que intentan hacernos creer que es infinita en el arduo parque de diversiones de los pluriempleos, las jornadas laborales emprendedoras e interminables como en el Siglo XIX, sumergidos en deudas impagables como si dispusiéramos de capas vitales de generaciones para poder vivirlas por nosotros mismos, un paraíso advenedizo de las religiones del capital. No somos los dueños de las generaciones, apenas transmitimos a las otras generaciones y vibramos entre generaciones. Estos señores que están en el poder se vuelven también los acreedores de nuestras generaciones, sinopsis desarrollada de un libro conspirativo y rancio en el que se pretenden los dueños de la república, y mientras tanto el progresismo quedó atrapado en el plexo de su sentido común ¿Veremos los zurdos otro capítulo de la república perdida?
Los muy afortunados que no cayeron del mapa se endeudan con créditos hipotecarios, personales, tarjetas de crédito, etcétera. Me pregunto cuál es el mapa en cuestión, porque esta geopolítica es banal, cruda por despiadada y está hecha para recibir a cambio suvenires parciales, amuletos de supervivencia tardía. Todos corriendo la coneja, estirando el cogote para mantener las narices por encima de la línea de flotación, tamaño esfuerzo en los que el maquillaje no esconde los gestos de desesperación para no ahogarnos. Esta contracara de la deslocalización en la que nos encontramos se hizo callo y contexto cotidiano, muchas personas en sus casas están mudándose, están en tránsito, se están yendo, están perdiendo sus hogares y sus referencias cotidianas, simbólicas, sus ambientes y sus hábitats. Están deslocalizándose hacia el conurbano, desde la Ciudad de Buenos Aires hacia las periferias, que es lo que me toca ver y contarles. O van a lugares más pequeños e inhóspitos, hacia reductos oscuros y tal vez inhumanos, incluso eventualmente a la calle de manera intermitente, días que si y días que no, si alcanza para pucherear una pensión. Por último, están los desaparecidos sociales que se volvieron paisaje y chichón urbano, en las veredas y en los puentes, en la vía.
No es nuevo esto que hace de la vivienda, que es un modo de nombrar casa, uno de los aspectos fundamentales del común vivir. Que este tema de acceder a la vivienda se haya vuelto utopía, o mejor decir, distopía, fuera de lugar y de época. Este fuera de contexto es una catástrofe social y subjetiva. Importamos lo peor de Europa, ese tiempo remoto que hace que nos resulte difícil enamorarnos de la idea de tener casa propia. En todo caso, la casa la vamos perdiendo a la par de la arenga del botellero. Compro muebles, heladeras, mesas, sillas, lavarropas, televisores, todo para vender.
Casa propia no tiene nada que ver con el capitalismo, es refugio, pertenencia, lugar común, amor compartido ¿Cuánto del alma se escapa con este antiguo desamparo a cielo abierto? Brutal y deshumanizante. Sin tierra, exiliados, éxodos- Extranjeros en nuestra propia tierra, oxímoron que todos entendemos cuando llegan los gobiernos de ultraderecha.
También están los niños capturados una vez más por el capitalismo, en este caso tecnocrático, a favor de las aplicaciones, de las apps telefónicas y que en realidad encubren nuevos modos de esclavitud. El niño casi nunca fue tenido en cuenta, fue un invento contemporáneo y reciente pensar y decir que los primeros son los niños. Siempre fueron el orejón del tarro, como versa en la hermosa viñeta de Mafalda, donde el tipo al que solo se le ven los pantalones y zapatos, brinda con Miguelito a su salud, bebiéndose su whisky y el de Miguelito también. Miguelito despierta de ese sueño contándole a Mafalda, al final era como siempre, éramos el último orejón del tarro, pero qué respeto.
Recuerdo que en las calles de tierra que todavía anegaban los bordes de la ciudad de Buenos Aires, el botellero proponía más bien un albur. Era verdaderamente un ropavejero, un transportador de ilusiones, también un oficio que tomaba lo desechado para volverlo a la realidad de los usos cotidianos. Esta nueva versión del botellero me recuerda, mejor decir, me convoca a la idea de que hemos sido expulsados a tal punto, que somos la sustancia misma de los ropavejeros. Somos la entidad misma del descarte y el desecho. Ya no descartamos, en realidad nos desangramos como puro descarte a la par de nuestras pertenencias y nuestras referencias simbólicas y culturales. No todo es negativismo en esta arenga, porque escucho también que en esas calles todavía de tierra, olvidadas, enterradas por las políticas públicas de turno, desde allí llega el silbido agudo, discordante y entrelazado del afilador de cuchillos, que nos recuerda que hay filo en la experiencia de la vida y no solo descarte. Darle filo a la experiencia, darle filo al dolor, darle filo a la vida, darnos filo para recuperar aquello que se corta y desgaja aspectos profundos de nuestra memoria, nuestros sentimientos, nuestra identidad, nuestros modos de sentir y de vivir.
Tenía una casa y la perdí podría llamarse este texto. Y sin embargo te quiero, a pesar del espanto, tomando las renuentes notas de los barrios porteños en las palabras poéticas de Borges. Tenía, eso que imprime tanto el sello de lo potencial como lo pretérito. Tal vez podríamos, tendríamos que suplir, transformar y elaborar este dolor en realidad, no en complacencia, sino en trabajo mundano, terrenal, propio de lo cotidiano. Tendría una casa y tendremos un país donde vivir los botelleros.
Cristian Rodríguez

https://www.pagina12.com.ar/823850-los-viajeros
09/05/2025

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Me quedo con aquello más sutil deEl Eternauta, el espíritu de época, aquello con lo que comienza la saga original en 1957, que es más que una historieta, y es casi, además de un relato emblemático, un relato bíblico, sobre la anunciación de Juan Salvo ...

Al compás de la naranja mecánicaPoderes agazapados en las redes pergeñando un ataque a su propia escuela. Tiroteo. La co...
08/04/2025

Al compás de la naranja mecánica

Poderes agazapados en las redes pergeñando un ataque a su propia escuela. Tiroteo. La consigna supone tirar a matar sin hacer foco. De la misma manera funcionan las apps en nuestros celulares. Nos tiran a matar sin hacer foco, en una revolución lógica, incluso cíclica, que tomamos de nuestra enajenación con los Estados Unidos y que ya fue denunciada en Bowling for Columbine de Michael Moore. Es el mundo distópico de la naranja mecánica donde las bandas salen a destruir al otro, a dejarlo pudrir de manera manifiesta y también simbólica.
El cambio de dirección y de época no es reversible y mejor desentrañarlo. Tenemos un abanico de posibilidades sociales que están fundadas también en nuestra historia contemporánea. Son también posibles distopías, como las de un mundo distributivo, un universo más distributivo. En esta actualidad, la del capitalismo entrando en una de sus vertientes más abstractas y cibernéticas, a la par que se genera una acción monstruosa, existe una acción humana, un lance humanitario que se le contrapone, sin caer por eso en las espirales inconducentes de las idealizaciones. En las idealizaciones a ultranza, podemos imaginar que tenemos herramientas suficientes que están en la división de los poderes del Estado, en la participación ciudadana en las calles, en la voz crítica que surge de cada uno de los ámbitos donde uno puede dirigirse al otro, desde los mosaicos multiplicados de los tablados con los que se construye y hacia los que se dirige la palabra al mundo. A pesar de estas herramientas mantengámonos despiertos para no alucinarlas como suficientes.
Nacimos en un mundo en guerra, la de hoy no es una novedad, ni a nivel local ni internacional. El siglo XXI toma las vértebras del iluminismo, y como en sus siglos precedentes, se ha sustentado en la ocupación sistemática de territorios, sean estos geopolíticos, estratégicos, simbólicos, culturales, incluso lingüísticos. Pensar que esta es una etapa terminal del capitalismo, en el sentido incluso de los finales apocalípticos que puede traernos desde Hollywood a los progresismos, cuando reconocemos las aberraciones de los emergentes de ese sistema sobre el tejido social, es empobrecer la discusión a tal punto que desconocemos nuestra propia experiencia sobre como hemos sido creados, imaginados incluso por nuestros padres y por las generaciones anteriores -también las sucesivas-, en un mundo pacificado o en vías de pacificación sin que esto resultara cierto o posible. No nos escandalicemos con las mismas utopías que provocan nuestro terror, la experiencia indica exactamente lo contrario. La propia dinámica intrafamiliar es la de la tensión, el mundo capitalista es fundamentalmente fraticida, divide aguas y estamentos. No sólo hablamos de la grieta, de las divisiones profundas de la España profunda y republicana, de los efectos de la posguerra y de la Guerra Fría, de las guerras actuales, sucesivas e intermitentes, de las nuevas divisiones entre oriente y occidente, entre mercados emergentes y mercados consolidados, entre proteccionismos y libres mercados. En realidad, el capitalismo sólo puede funcionar en posiciones antagónicas. Ya tendríamos que estar advertidos que las lágrimas vertidas por las plegarias atendidas no son más que una instancia intermedia para poder atravesar una vez más los avatares de la época. Para no ponernos nostálgicos, la época es hoy, siempre ha sido así.
La experiencia que se está realizando en la Argentina, entre sus distintas singularidades, nos impone una pregunta: ¿Hasta dónde en un sujeto político intervienen sus marcas subjetivas? Un gobernante no se reduce a las responsabilidades de la gestión solo desde un punto de vista técnico; en la misma interviene una ideología que siempre está --en mayor o menor medida, unas veces más velada, otras veces más a la vista-- impregnada por huellas fantasmáticas inconscientes y también comunitarias.
En el caso del libertario ultraderechista que gobierna el país, estas huellas son evidentes: él mismo se encargó de manifestar, en sus diferentes comparecencias públicas, cómo se situaba en el tablero político; daba cuenta de sí mismo como un elegido por fuerzas que no emanaban del mundo terrenal sino de una misión mesiánica destinada a extirpar el mal de la Argentina. El mal somos los argentinos, como antes fueron los habitantes del desierto y su conquista. Por ello, más que un presidente, se presenta como un redentor que pretende salvar a la Nación de distintos fenómenos malignos que atraviesan su historia. De este modo, como suele ocurrir con los que combaten el mal, se trata de destruir hasta la última de sus raíces sin tener en cuenta a millones de seres humanos que caerán bajo su mandato sá**co de destrucción. Dado que tiene la certeza de que la historia lo considerará un genio, su plan no parece modificable por dialéctica política alguna. El neoliberalismo, bajo su faz de ultraderechas, tiende al Estado de Excepción; es en la marcha del capitalismo financiero en donde se confirma una férrea contradicción entre su despliegue ilimitado y lo que hasta ahora hemos denominado democracia. Democracia de baja intensidad también le dicen. Capitalismo y Democracia ya no constituyen un par estable y garantizado, ni siquiera en el Occidente hegemónico; es lógico que en este escenario el laboratorio argentino sea observado internacionalmente. Como vemos, los antagonismos severos y extremos. son fundamentales para el funcionamiento del capitalismo.
Pienso incluso en las tentaciones que ofrece el sistema capitalista. En esa misma novela, La naranja Mecánica de Antony Burgess, el protagonista, Alex, finalmente es reeducado hasta el extremo de normalizarse y volverse un adulto. Privémonos tanto del escozor como de la tentación de arrojarnos sobre este tipo de miradas tranquilizadoras y unificadoras. Vivimos en el mundo en el que nacimos, ese mismo que da sus saltos epistemológicos e irreversibles, y que propone tensiones estructurales que conocemos bien. Si pretendemos desbaratarlas no desatendamos su compleja relación con las capas macrosociales y sus mitos fundadores. Salir para volver a entrar es la consigna.
En la Argentina se están presentando de forma acelerada elementos, que, si bien estaban presentes en otras experiencias neoliberales, ahora adquieren un cierto matiz catastrófico que demanda un análisis nuevo. El neoliberalismo, a pesar de todos sus excesos, aspira a una cierta racionalidad gobernada. Por ello, no es frecuente que nos encontremos con países como Argentina, con una constitución compleja de su cultura política, que no puedan sostener por mucho tiempo la experiencia del cumplimentarlo de un modo absoluto donde las mediaciones políticas se cancelen y ningún dato de la realidad sea tenido en cuenta. Confiemos en eso, las plazas, los paros, la participación ciudadana y la toma de posición en el discurso son modos de establecer el funcionamiento antagónico, que ya está fechado y ya fue nombrado con anterioridad a nuestros nacimientos.
En la Argentina se está intentando poner en marcha un plan gubernamental abstracto, por momentos metafísico, no por eso menos extractivista, del cual el pueblo es rehén y autómata. Los chicos de Ingeniero Maschwitz y sus fantasías de apocalipsis terminales en su escuela son exponentes de esas emergencias. De allí que, en este como en otros casos -otro tanto ocurre con las aberraciones de la policía represiva en su relación con la ciudadanía-, el experimento se excede a sí mismo; y aunque encuentre la forma de desarrollar un simulacro de gobernabilidad, la catástrofe que va a producir no podrá ser integrada fácilmente al programa de gobierno.
De este modo el mundo observará cómo hasta el propio mercado implosiona cuando el Estado se retira en su agenda social y se incorpora a la agenda del mercado como totalidad, como app salvadora, religiosa y fuera de foco.
Los argentinos padeceremos un tiempo histórico donde se pondrá a prueba con qué recursos socio simbólicos cuenta la nación para que una nueva fuerza política, aunque proceda de la tradición –el peronismo–, se pueda hacer cargo del desastre producido por la derecha argentina en su etapa mesiánica.

Cristian Rodríguez

Por qué cantamosVolvemos a la plaza a poner el cuerpo, cuerpos visibles y amuchados, cuerpos mancomunados alrededor de u...
24/03/2025

Por qué cantamos

Volvemos a la plaza a poner el cuerpo, cuerpos visibles y amuchados, cuerpos mancomunados alrededor de un ideal: memoria verdad y justicia, postulación casi homóloga del recordar, repetir, elaborar de Freud. Cantamos y nombramos la consigna por eso, para recordar, por eso marchamos cada 24 de marzo, para repetir, por eso estas palabras, para continuar elaborando. Cantamos como en el poema de Benedetti tan conmovedoramente interpretado por Nacha Guevara. Los efectos de esas transformaciones no pueden ser de otro modo que efectos en la red de significaciones en nuestras vidas, de los reposicionamientos duraderos en la historia y en los usos de las palabras en una comunidad, tomando cada uno de nosotros las palabras y poniéndolas en juego ante los otros, tomando los riesgos necesarios y dando los testimonios duraderos en las marcas que quedarán en nuestras vidas. Preferible recibir una mirada de desprecio que no acontecer, preferible padecer la censura a ejercerla -pasiva o de manera activa-. Y como dice el Nano, prefiero las ventanas a las ventanillas… y la revolución a las pesadillas.
Sin embargo, alguien podría contraponer la lógica implacable de las vidas en las que han proliferado las existencias de cuerpos y más cuerpos cosificados, sin que tengamos que salir del hogar, ni siquiera necesitamos para ello levantar la mirada del ordenador, en nuestra cápsula infernal de destiempo humano. Cuerpos sobre cuerpos en esta época en la que nos superponemos en experiencias simultáneas y también distópicas. Si algo se sale de la pantalla teledirigida, sea esta en la aplicación de turno del celular, la televisión o el espacio streaming -por nombrar sólo algunas posibilidades-, la propia encarnadura del Estado Represivo actual nos recuerda que cualquier intento de participación será potencialmente punible, el Estado puede reprimir y así lo hará. Se escucha por los altavoces de las terminales de trenes y en los subtes, incluso en la megafonía urbana, repetida por una multitud de zombies que comentan lo que pasará si se nos ocurre pisar la calle y marchar.
Suele pensarse que la posición hipervigilante a la que intentan reducirnos en el mundo contemporáneo -y en este modelo escaso de azares y azahares democráticos-, donde cada cosa es filmada, autografiada por el Gran Hermano, no es una pasión. Sin embargo, allí se encuentra el origen de lo que Lacan nombró su Discurso Amo, y vaya que hay pasión en el modo en el que el amo desglosa y corrompe las nervaduras de la historia hasta hacerlas tripa inerme. Sin embargo, es una curiosa posición que no hace cuerpo, a pesar de su esfuerzo por totalizar el campo de la experiencia. Es interesante también considerar por un momento que simplemente se hecha a correr un tipo de racionalidad ciega que no permite recordar. Es curioso imaginar que una experiencia hipervigilante no recuerda. Pensémoslo por un momento, casi una paradoja, sin embargo, el aparato hipervigilante, el andamiaje hipervigilante, el artefacto hipervigilante, es sólo y apenas una máquina de registrar en tiempo real, jamás podrá recordar. Por eso este recrudecimiento, expresado en más tecnocracia y mayor control sobre nuestras vidas cotidianas, va empobreciendo la experiencia del recordar, repetir y elaborar, hasta extenuarse y secarse. Y ese recuerdo, precisamente ese recordar con el que hacemos y al que nos apegamos, queda por fuera de su control, porque el recuerdo, nosotros recordamos, es lo que permite conectar también con el afuera para que ese recordar exista. Eso que está por afuera rodea, envuelve, cuida el cuerpo, o en los términos de la política lo legitima, le da energía vital.
Es que el erotismo no podría venir de otro lado que no fuera del afuera, hacia nosotros. No somos nosotros ni autolesivos ni autoproveedores de erotismo. Aún en esas posiciones que se nombran autolesionantes, hay indudablemente una pasión que viene desde afuera, aunque sólo sea provista a los fines de ensimismarnos y encerrarnos.
Pienso por estos días en una palabra que llega repetidamente a los consultorios y rellena cuerpos y más cuerpos simbólicos, el síndrome del impostor. Se ha puesto de moda, como en algún momento lo fue procrastinar, o en otras épocas hablar del espectro autista, o también hay que decirlo, el trastorno del déficit atencional. Impostor. Es interesante que quede por un lado cosificada la idea, que si se trata de un síndrome, ya es un colapso o enumeración al menos de síntomas, signos clínicos problemáticos, enfermedades declaradas, enfermedades en ciernes. Por otra parte, nos queda a un paso de su deslizamiento, de una metonimia: impostar, que al fin y al cabo no es otra cosa que proponernos al otro y entregarnos, poniéndonos allí, impostarnos ante el otro. Preparar la voz, preparar el cuerpo, preparar el alma, preparar las emociones para el otro, entre otros. Aprestarnos al otro, aprestarnos a la vida, es también una apuesta social, dinámica, que indica dirección, fuerza e intención. En ese libre desplazamiento de una letra entre impostor e impostar hay una diferencia de universos vitales. No exponernos, no exponerme es estar mu**ta -dice una paciente-. Claro, porque si no nos exponemos, nos entregamos a estas patologías del impostor que lo único que hacen es reeducarse entre sí y rubricar el lugar de objeto reducido a algún tipo de mirada hipervigilante, de vida inauténtica. De alguna manera, impostar y exponernos, impostarnos y exponernos están tan cerca etimológicamente, porque exponer es ir desde un lugar hacia una posición, ponernos ahí, ponernos en situación, convidar al otro para que también exista.
Los sueños siempre resultan una salida eficaz, las ensoñaciones diurnas también, las ficciones, los mitos fundacionales, las novelas familiares, las grandes gestas populares. Nuestras conquistas simbólicas, nuestros treinta mil, por eso cantamos, por eso marchamos, por qué marchamos, por qué cantamos. Impostemos nuestras pasiones auténticas, a viva voz cantemos y vibremos, pongamos la voz, emitamos y pongamos cuerpo. Pobre de la cultura que no habite en alguna de estas formas de la comunidad y de sus ideales.
Cristian Rodríguez

Cómo poner una estampillaPoner una estampilla no es cosa fácil, es importante no quedar pegado ni equivocarse con los da...
19/03/2025

Cómo poner una estampilla
Poner una estampilla no es cosa fácil, es importante no quedar pegado ni equivocarse con los datos del destinatario. No se trata solo de llevar la estampilla a la lengua, humedecerla y ponerla sobre el frente del sobre de una carta hipotética que se va a enviar. Poner una estampilla es también un estigma con el que solemos clasificar algún evento de la realidad. Venimos escuchando la expresión barra brava o hincha de fútbol, en un interesante versus que parece que avecina los destinos de la república. Trataré que estas estampillas no sean las del estigma y sí las de la preservación, para que podamos seguir enviando cartas que nos hagan despertar a la realidad.
Esta carta se la dedico a las Fuerzas de Seguridad, a la Ministra de Seguridad, al Presidente. Se me ocurren las siguientes diferencias, hay más, incontables. Un hincha de fútbol sigue a su equipo, un barra brava se organiza en manada para seguir a su equipo. Un hincha de fútbol grita los goles y se abraza con los compañeros ocasionales de cancha en el estadio, mientras que un barra brava ocupa un sector determinado de la tribuna popular marcando así su privilegio. Un hincha de fútbol usa las instalaciones del club de manera espontánea y habiendo mostrado su carnet de socio al ingresar, mientras que un barra brava llega de manera orgánica y muchas veces prepotente, invade las instalaciones del club, se trate del gimnasio, el buffet o una parte del estadio, o incluso las calles inmediatas al club.
Un hincha de fútbol reúne con esfuerzo sus dineros para poder seguir a su club. Antes también había aventura cuando los visitantes íbamos a las canchas, ahora sólo ocurre para las contiendas internacionales. Para un barra brava, en cambio, sólo alcanza con apretar el botón de los dirigentes, tiene acuerdos económicos y financia sus viajes. Un hincha de fútbol paga sus viajes. Un hincha de fútbol lleva la camiseta estampada en la piel, es una especie de sublimación intangible e intergeneracional, aunque sólo lleve la remera raída con la que ya no sale los días sábado. Un barra brava tiene la última camiseta del club, la oficial, lleva las banderas de cincuenta metros, prepara una hermosa y enorme logística que luego comparte toda la tribuna y el resto del estadio partidario, y suele viajar en aviones o micros que paga el club o algún sector del empresariado ligado al club.
Un hincha de fútbol toma esa bandera inmensa y la agita como parte de un ritual profundo en el que los trapos importan porque están teñidos de los colores amados. Es una forma de política de la participación espontánea y transversal. Un barra brava transforma ese acto en un modo de trabajo, entre las cuales están las banderas que cubren las tribunas, suben y luego bajan, cubriendo a la multitud en una mecánica de la coordinación organizada.

Un hincha de fútbol se representa a sí mismo y en esa inscripción se reconoce en cualquier lugar del país o del mundo con otro hincha de fútbol de su club, frente al nombre mágico que nos identifica, el santo y seña, nos hace abrazarnos profundamente como si allí encontráramos la hermandad y pertenencia al barrio, a nuestros padres y al país. Un barra brava nunca viaja solo y si lo hace no está atento a estas minucias porque no necesita el reconocimiento del otro para existir.
Si esto aún no fuera suficiente, un Barra Brava jamás espera que su equipo levante futbolísticamente y sume sus puntos salvadores, antes de eso se hace presente en las concentraciones, incluso tiene el derecho a apedrear los autos de los jugadores. Un hincha de fútbol habla largamente en los bares entre partidos, se desgañita en la cancha frente a los goles perdidos, se lamenta sentado después de cancha rayada, las derrotas siderales que nos hacen acongojar como niños huérfanos. Cuando perdemos también perdemos nuestra pequeña oportunidad de esa libertad que parece trascendental, porque de algún modo nos hace olvidar por un rato de nuestros quehaceres y nuestros deberes, y transforma fracasos personales en eventos y victorias comunitarias.
Un Barra Brava sigue muy atentamente el devenir de la política del club, mientras que un Hincha se apasiona de la política de lo común, sigue muy atentamente el devenir de los partidos a sabiendas de que cualquier estadística es adversa a la victoria y dará por resultado, en el mejor de los casos, un cierto empate técnico ante partidos ganados, empatados y partidos perdidos. Un Barra Brava jamás adquiere la virtud de la paciencia.
Un hincha de fútbol sabe de la profunda resignación de la vida y sus tropiezos, y decide acompañar al equipo en las buenas o en las malas. Un Barra Brava canta que sigue al equipo en las buenas y en las malas, y un hincha de fútbol lo siente en la profundidad de su ser que vibra. Un Hincha de fútbol va a la Plaza y a las Marchas, acompaña a los jubilados o se hace presente el Día de las Mujeres, espontáneamente se suma a las columnas después del discurso vergonzoso de Davos del títere investido, el presidente en ejercicio. Tiembla, vibra y retiembla en las marchas de los jóvenes, por la marcha de los estudiantes universitarios, entiende que el fútbol es una pálida y apasionada metáfora, una virtuosa metáfora de los eventos sociales que permitieron que nuestro país llegara a las urnas, a la distribución, a la sanación parcial. Un Hincha sabe que en la calle están las grandes verdades, que la tribuna no es sólo un espacio de domesticación, de encierro, sino una calle más, un afuera más, donde el clamor espontáneo vibra y se hace escuchar en las consignas que después se llevan a la vida. Un hincha de fútbol se abraza con estudiantes, mujeres, seres humanos de la sexualidad no binaria, jubilados, columnas, sindicatos, ignotos de a pie, jóvenes, chicas y chicos que propician ni una menos y la interrupción voluntaria del embarazo. Mientras tanto, el barra brava se recubre en su estructura de clan, cuentas y viajes para el próximo Mundial. Un Hincha de fútbol se hace presente en la marcha de los miércoles, la de los jubilados, y grita las consignas después de haber pagado su viaje en tren, en bondi, en subte, después de haber caminado y haber sudado copiosamente cada uno de los costos que nos tira encima el país.
Con la estampilla de un hincha se puede rubricar el sobre que envuelve los papeles con los que escribimos las cartas que retumban, relumbran y se hacen escuchar en el resto del país.
Cristian Rodríguez

Un día en la vida El país bajo las aguas sumergido en sus imágenes dantescas y en sus mu***os, Bahía Blanca que se lleva...
12/03/2025

Un día en la vida

El país bajo las aguas sumergido en sus imágenes dantescas y en sus mu***os, Bahía Blanca que se lleva la corriente ante las miradas últimas de sus queridos. El mes pasado estuvo sometido al fuego, nunca en la estabilidad, hueso en el dolor. Mientras tanto, parece que el gobierno supone que su silencio es estabilidad, o que las formas de decretar los días de duelo son resguardos institucionales que alcanzan y sobran, tanto como lo hacen con sus datos falsos respecto del índice inflacionario y la recuperación incesante del poder adquisitivo. Los jubilados a los palos y los hinchas de fútbol señalados de barras bravas, haciendo fila para rociar con gases pestilentes a quienes nos manifestamos. No sólo hay que lamentar mu***os y pérdidas materiales inconmensurables, sino que hay que soportar vivir en el país de no me acuerdo. No en vano la estética que se vivió el 8 de marzo, en la marcha por la diversidad y las mujeres, hace recordar de cara al enrejado que daba a la Casa de Gobierno, las peores calamidades castrenses en nuestro país, uniformados que se repiten en cada una de las protestas. Fue ese un día de respiración entre el ahogo de los fuegos y de las aguas, pero no fue el mismo día de otras veces. Está resentido el tejido social y también la respiración participante. Esta vez la presencia fue más mixta que nunca. Será porque finalmente entendimos que este es un día que nos convoca a nosotros como comunidad y que no hay otro saldo social que el de participar mancomunadamente.
Esta época se vive un día a la vez, un día en la vida y sus incertidumbres. Caminé la marcha, desde la Plaza de los Dos Congresos hasta la Plaza de Mayo y luego derivé hacia la también participante Diagonal Norte, que me llevó por Corrientes hasta el Cine Lorca donde pude ver Aún estoy contigo, la película extraordinaria dirigida por Walter Selles. Allí se habla de un modo dolorido y preciso de las dictaduras en Latinoamérica, y éste en particular, la que aconteció en Brasil y entre otros, produjo la desaparición del diputado Rubens Paiva, cuyo certificado de defunción solo llegó 25 años después de su desaparición, tortura y as*****to. Conmovedora, necesaria, ni olvido ni perdón a los desaparecedores enlutándonos con oscuros sesgos de rapaces. Luego del impacto me crucé hasta La Americana y busqué el refugio de un vaso de vino tinto y unas empanadas, ahí nomás, de parado, al paso como se come cuando uno elige el tablón. Recibí la grata conversación de Agustina y de Florencia, acodadas en la barra nocturna, reman el día a día, venían de ver Eduardo II en el San Martín, un encuentro casual, fortuito y verdadero. Sólo confirma que estamos necesitados de conversar con el otro y dedicarnos miradas, para que algo exista más allá de los anuncios y del tabloide mecánico que nos ofrece la mediada tecnocracia global. Una egresada de la UNA intentando actuar en diferentes obras, me habló de La cuna vacía, entonces hube de nombrar Aún estoy aquí, los hijos desaparecidos, los nietos desaparecidos, los padres desaparecidos, nosotros los insurrectos y los insectos desaparecedores que ahora se visten como tortugas ninja en una nueva estética de poder obsecuente, y esperan agazapados por aquel protocolo antipiquete, contra cualquier manifestación popular, contra los derechos a manifestarnos. Los que tienen licencia para golpear en la cabeza de todas las almas congregadas que quedan a su paso. Hay que disponerse a decir y permanecer sin entregar las cabezas, sin entregarse tampoco a las calabazas porque para eso que vivan ellos en los folclores de los cuentos infantiles, mientras nosotros hacemos la magia en otra parte: mirarnos por ejemplo a los ojos en una pizzería en la calle Corrientes, afortunados y fortuitos en decirnos verdades, que es también producir una magia que deja salir el sol entre resquicios, ante cualquiera desventura.
En medio de la catástrofe suceden pequeños acontecimientos mundanos y solidarios, igual que esa multiplicidad de donaciones de los de a pie para los dolientes en Bahía Blanca -textura dolorosa que también se parece a la Guerra de Malvinas- que hacen que después podamos esperar una danza, que nunca parece venturosa sin esta pesadumbre ni sentimiento de resistir ante la adversidad. Las voces, las palabras dichas, las consignas y el estar esclarecidos de que detrás de las noticias están los acontecimientos reales, la solidaridad que no puede abandonarnos ni puede abandonarse.
Un día en la vida, uno a la vez, también uno que no vuelva y sea diferente cada vez, retorno de acontecimiento precario de cosa escarnecida que queda entre las manos, en la retina prófuga, en la ilusión de que no borraron nuestra capacidad de recordar cómo organizarnos y decir presentes, un día que pueda ser contado y pueda ser también contabilizado. No son las cuentas del avaro, sino las de las tramas, tramas que están hechas de urdimbres y superficies que ocurren en medio del desencanto, al fin y al cabo, nadie muere de un poco de desencanto y mucho menos del desamor de los poderosos. Me gusta este desencanto que nos hace despertar y nunca esperar, sino acontecer e ir a los encuentros.
Cristian Rodríguez

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