31/03/2025
▪️ HISTORIAS DE LA INUNDACIÓN: ANASTACIA AGÜERO, UNA VIDA MARCA POR LA FUERZA, EL TRABAJO Y SU AMOR FAMILIERO
Anastacia Agüero de Rueda tenía 84 años. Su historia comenzó el 30 de julio de 1939 en Sierras Coloradas, un pequeño paraje en el sur de la provincia de Río Negro. Nació en el campo, asistida por su abuela Catalina, en una familia numerosa de 11 hermanos, dedicados a la crianza de ovejas. A ella, sus afectos más cercanos le decían simplemente “la Gorda”.
Cuando tenía apenas 11 años, dejó el campo y viajó en tren a Bahía Blanca junto a tres de sus hermanas: Hermelinda, Isolina y Delia. La promesa era venir a estudiar, pero la realidad fue otra. Las niñas fueron destinadas a trabajar como empleadas domésticas, a cambio de comida y un lugar donde dormir. Anastacia no fue a la escuela, pero aprendió a leer y escribir. Su infancia fue dura, marcada por el maltrato y el silencio.
A los 19 años conoció a Antonio Rueda, ferroviario y pulidor de pisos. Con él formó una familia. Se casaron y tuvieron cuatro hijas: Mirta, Patricia, Marisol y Natalia. Siempre esperó con ilusión tener un hijo varón, pero esa llegada no se dio. Años más tarde, llegaron sus nietos: Luca, Isabella, Lola y Máximo, que renovaron su alegría.
Vivía en la misma casa desde hacía décadas, en la calle Urquiza al 200, en el barrio Napostá de Bahía Blanca. Allí crió a sus hijas, a sus nietos, a varios animales y también construyó gran parte de su historia. Hasta el año 2010 trabajó como empleada doméstica. Incansable, se movía con soltura por la cocina, la casa, el patio y hasta hacía arreglos: pintaba, revocaba, cortaba el pasto, reparaba muebles. Amaba tejer, coser, hacer artesanías y cocinar. Empanadas, pastelitos de membrillo con masa hojaldrada perfecta, buñuelos de manzana, tortas fritas, budines, postres, asados. Cocinaba con el fuego, con las manos, con el alma.
Era fanática de Boca Juniors. Miraba todos los partidos que pasaban por televisión. También seguía el boxeo, la lucha libre, documentales de animales, noticieros y programas de preguntas y respuestas. Su ritual de cada enero era mirar el Festival de Jesús María.
Anastacia era fuerte, detallista, coqueta, solidaria. Se pintaba las uñas de rojo o rosa, cuidaba su aspecto, iba a la peluquería cuando podía. No tuvo lavarropas hasta el año 2009, lavaba todo a mano. Fue una mujer de trabajo, de costumbre, de hacer por los demás sin esperar nada a cambio. Su frase de cabecera: “Madre hay una sola”.
En los últimos años su salud se deterioró. Tenía osteoporosis y sufrió dos caídas que la dejaron con una lesión en la cadera izquierda. Estuvo dos meses en cama. Se recuperaba lentamente, con andador. Pese al dolor, nunca se quejaba. Sólo su mirada dejaba entrever la angustia que no decía.
El 7 de marzo de 2025, a las 4 de la madrugada, la tragedia golpeó su puerta. La lluvia no paraba y el agua empezó a entrar en la casa. Anastacia vivía con sus hijas Mirta (63), Patricia (62) y su nieto Luca (19). Cuando vieron que el agua subía sin freno, la sentaron en la cocina. Luego la trasladaron a otra habitación. Volvieron a la cocina y quedaron los cuatro encerrados. El nieto logró abrir la puerta y llegaron al garaje. El agua rompió el portón y se llevó todo: lavarropas, muebles, la vida cotidiana. Mirta trepó a un pilar, Patricia al calefactor. Luca quiso aferrarse a su abuela, pero la corriente se la llevó. Él quedó colgado de un árbol, gritando por ayuda. Fue rescatado, junto a sus tías, por Nicolás Álvarez, un vecino que usó su moto de agua para salvar vidas esa mañana.
El cuerpo de Anastacia apareció a dos cuadras de su casa, en Florencio Sánchez al 200. La familia supo la noticia casi 40 horas después, cuando debieron ir a reconocerla en la morgue. Mientras tanto, su rostro había circulado en redes sociales como una de las personas desaparecidas.
Aquella noche también murió su mascota, Manchi, una perra que crió por más de 15 años, no sobrevivió. Se salvaron Wally, el perro de Luca, y una gata. Sus otros nietos casi pasan el día con ella, el día anterior, pero no llegaron. El destino quiso que no estuvieran allí.
Hoy, su familia no reclama nada. Sólo busca honrar su memoria. Contar su historia. Recordarla como una mujer de lucha, de amor, de entrega incondicional. Se fue en paz, habiéndolo dado todo por los suyos. Anastacia Agüero de Rueda no es solo una víctima de la catástrofe del 7 de marzo. Es, para siempre, un símbolo de fuerza, dignidad y mucha resiliencia.