
22/09/2025
"De madrugada lo vi al general sentado al lado del fuego comiendo
el charqui en un plato humeante, con sus ayudantes al lado. La
forma en que se reponía de los dolores y seguía era admirable. Me
acerqué en silencio y puse el jarro al fuego para preparar el mate
antes de partir. No mencioné su descompostura del día anterior,
como me había enseñado Necochea.
Cuando lo vi hablar con los otros, me animé.
–Buenos días, señor. A media tarde llegaremos al paso, desde allí ya
todo es bajada hacia Chile. Hay dos pequeñas villas que llamamos
Batuco y Salamanca, pero puede que estén vacías si la gente se retiró
a San Felipe, que está a una jornada hacia el sur.
–Bien.
–El paso del límite es un valle ancho con pasto pero sin agua. Podríamos
hacer noche allí si logramos hacer beber a toda la tropilla
antes en algún arroyo, de a poco y a la pasada, como hoy.
–Me parece acertado. Estamos bien con el itinerario, deberíamos
llegar mañana a San Felipe. ¡O’Brien!
–Sí, señor. –Se acercó el edecán.
–Destaque una avanzada de 50 hombres bien montados, no quiero
sorpresas. Estamos cerca y nos podrían estar esperando. Y avise a
los oficiales que todos los hombres estén preparados para posibles
ataques desde las alturas, tendremos los flancos descubiertos.
Por primera vez desde que me había unido al ejército me di cuenta
de la posibilidad cierta de estar en medio de una batalla y eso me
paralizó. Nunca había pensado en eso porque siempre el enemigo
estaba lejos, del otro lado de los Andes, pero ahora era distinto.
Esas montañas que nos separaban ya no estaban entre los realistas
y nosotros y sentí miedo. No tenía armas ni sabía usarlas, y me
sentí indefenso. San Martín pareció adivinar mis pensamientos y
me llamó a su lado.
–Cuando vuelvas, quiero que vayas hasta la casa de esa señorita en
Calingasta y hables con su patrón. Si no la llevas a vivir contigo, el
verano que viene te haré detener y enlistar en el ejército.
–Sí, señor.
–Esta tarde vamos a desmontar y los hombres seguirán a pie. Desde
mañana nos guiarán los hombres de las villas chilenas. Ya no te
necesito.
–Sí, señor.
–Dale mis saludos a tu padre y agradécele de mi parte las galletas
y el queso a tu madre.
Entendí que el general me estaba despidiendo antes que me pusiera
en peligro, y de repente los ojos se me llenaron de lágrimas.
–¿Lo volveré a ver, señor?
–No, Fabián. No nos volveremos a ver.
Me incliné y lo abracé del cuello. Se dejó abrazar, tranquilamente,
y me puso la mano en la cabeza. Cuando me separé me pareció ver
un brillo en su mirada.
–Y dale muchos hijos a la Patria.
–Sí, señor. Como usted ordene, –contesté, y reímos juntos.
Yo me adelanté y seguimos marchando varias horas en silencio, hasta que el sendero
empezó a ensancharse y se convirtió en un abra ancho y plano desde
el que podía verse el comienzo de una suave bajada que llevaba
a un valle lejano, y en el horizonte San Felipe.
Me aparté del camino y los esperé, solo, a un costado. Cuando pasó
San Martín lo saludé con mi mano en la frente, como había visto
hacer tantas veces en estos seis meses. Me miró y sonrió, hizo la
venia y no lo volví a ver nunca más.
F I N"
RELATO FINAL:
Durante el paso de la cordillera murieron o quedaron inutilizables 6.000 mulas. Con respecto a los 1.600 caballos, a pesar de haber cruzado desmontados y haber sido herrados tres veces (Plumerillo, Manantiales y en el Valle de los Patos), solo 250 llegaron en condiciones de ser usados en el combate.
Asimismo, unos 300 soldados murieron, se accidentaron o desertaron durante el cruce.
San Martín tuvo que esperar casi un día en San Felipe a la columna de Soler, pero el 6 de febrero ya se había producido el reencuentro en territorio chileno de los cuatro tramos que cruzaron por Los Patos. Marcharon hacia el sur y se unieron el día 10 con la columna de Uspallata comandada por Las Heras.
La batalla de Chacabuco se produjo el 12 de febrero de 1817.
Parte del parque de artillería conducido por Beltrán por Villavicencio (Paso de Uspallata) no estuvo presente en el combate, por no haber logrado recuperar el día de marcha perdido en esa senda al comienzo del recorrido.
Ningún arriero o baqueano de los cientos que guiaron al Ejército de los Andes por el Paso de los Patos quedó identificado con su nombre en los registros oficiales del mismo, por lo que el nombre usado en la presente obra es ficticio y en él deseo homenajear a los invisibizados arrieros huarpes de 1817.
Ariel Gustavo Pérez.
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