07/07/2025
Todos ustedes podrán decir que el amor y la amistad invalida este comentario pero la verdad es que detrás de este sentimiento hay cuatro décadas de emociones y viajes compartidos, arduas discusiones políticas y poéticas, acuerdos y desacuerdos, cenas familiares y actuación publica nada de lo cual ha contribuido a disminuir mi admiración por el poeta Claudio LoMenzo y su poesía.
En Ciudad del Presente -libro que rompió un silencio de más de 20 años- el poeta plasmó una idea que viene trabajando desde hace tiempo y volverá a aparecer en próximos libros, que se puede enunciar como la intercambiabilidad del tiempo y el espacio. El tiempo como ciudad y la ciudad como simultaneidad. El erotismo, eje clásico de su escritura, encontró así su formulación más precisa y profunda.
Pero en Prisionera tempestad Claudio elabora un Cantar de los cantares profano -no referido al gran Dios sino a una de sus más enigmáticas creaciones (perra de Dios, la llamará el gran apologista Alejandro Schmidt), la poesía-, su canto de amor por la poesía no sólo porque explora todas las aristas del trabajo solitario y arduo del poeta sino porque está hecho con la dedicación y perfección humana a la que puede aspirar un artista.
Somos demasiado temerosos con respecto al presente y demasiado escépticos con respecto al futuro. Y aunque pudiéramos tener razón en ambas cosas, nada nos exime de imprimirle al hoy la huella de nuestra mirada. Y a los poetas más que a ninguno porque su palabra siempre es verdadera.
LoMenzo lo hace con habilidad de artesano.
Tendremos la posibilidad de comprobarlo este miércoles en una nueva edición del ciclo de APOA.