
10/08/2025
Qué feo…
Qué feo es sufrir por no tener.
Qué feo es aparentar por no poder ser.
Qué feo es no discriminar,
solo por intentar encajar.
Qué feo es ser feo.
Y qué feo, también, es ser uno mismo.
Qué feo es el mundo en sí mismo.
Y qué loco aquel que sostiene la sonrisa
más allá de lo que la vista alcanza…
sin importar los alrededores ni las energías,
sin volver la mirada atrás ni al costado,
respirando apenas,
caminando por todos lados.
Y no sé…
Después de todo, ¿Qué habrá?
Después de suprimir,
de resumir,
de ya no sentir más
que el apretón del abdomen,
el roce de los labios,
la presión de la boca cerrada,
y la sensación de perder la vista…
¿Qué más habrá?
¿Y dónde?
¿Dónde voy a hallarlo
si ni siquiera me permito creer que exista?
Olvidemos la casualidad,
olvidemos esa capacidad interrumpible de la vida.
La opción es no volver a verte jamás,
ni integrarte siquiera en un plan.
Y así, por más triste o pobre que siga siendo la realidad…
por más o por menos…
es la elección que uno hace,
aunque no alcance,
aunque pasen muchos años más sin sentir
el amor, la confianza, la amistad.
Y creo…
creo que cada cosa, cada acción,
—hasta las mías— es irreal.
Qué triste es ser.
Qué feo es ser o pensar
como me siento.
Podría culpar al mundo entero,
y lo hago.
A veces incluso a mí mismo.
Podría hallar mil culpables,
pero solo uno tendrá permiso para cambiar:
mi inconsciente,
el ma***to y mismísimo yo.
El ego.
El egocentrismo.
El dolor, la pena, el rencor…
Como si en el lado derecho tuviese un corazón.
Qué dolor, y qué ma***to creer
que podría tener dos,
cuando parece que ni uno puedo mantener
en funcionamiento,
en concordancia,
en consonancia,
en paz.
En acuerdo con mis ma***tos pensamientos.
En consonancia con mi ser.
En una pizca de racionalidad.
En una ecuánime disparidad.
En esta maldita creencia abrupta
de adivinar lo que otros puedan pensar.
En esta incapacidad de mover un dedo para saludar.
En esta torpeza para gesticular lo que llevo dentro…
¿Por qué?
¿Por qué no puedo ser,
sin saber lo que habrá después?