04/11/2025
CRÓNICA DE UNA HISTORIA QUE SIRVE DE LECCIÓN A CHUBUT
Jáchal, septiembre de 2015
(Por Dr. Fernando Urbano)
Esta crónica se inspira en los testimonios de sanjuaninos que compartieron conmigo su historia durante mi último viaje a la provincia, reviviendo en sus voces aquella noche en que el agua habló antes que el Estado.
13 de septiembre de 2015
El calor de la tarde comenzaba a ceder en Jáchal cuando los teléfonos empezaron a sonar.
No eran comunicados oficiales, ni alertas del municipio, ni mensajes del gobierno.
Eran mensajes de voz entrecortados, enviados por los propios operarios de la mina Veladero, allá arriba, en la cordillera, a sus familiares, a sus amigos, a los vecinos:
“No tomen agua. Algo pasó en la mina. No tomen agua del río.”
Así, sin protocolo ni aviso previo, una verdad tóxica empezó a filtrarse entre los cerros y las casas de adobe.
Las madres llamaron a sus hijos, los vecinos corrieron a cerrar las canillas, los animales quedaron sin beber. En minutos, un pueblo entero comprendió que podía haber ocurrido algo terrible: su agua - su vida - podía estar envenenada.
Durante horas, la única información fue el rumor.
El Estado callaba.
La empresa callaba.
Solo hablaba el miedo.
Y el río, que seguía bajando desde la montaña con un brillo distinto.
En las radios locales se repetía el mismo pedido:
“Que alguien diga algo, que alguien nos diga si el agua está bien.”
Pero nadie respondía.
Esa noche, en la plaza, algunos encendieron velas.
Al amanecer, el rumor era certeza: había habido un derrame de cianuro en la mina Veladero, y la nube química había bajado hasta el río Las Taguas, alimentando las aguas del Jáchal.
16 de septiembre
Recién tres días después el gobierno emitió un comunicado.
Tarde. Demasiado tarde.
“Se recomienda evitar o limitar el consumo de agua hasta nuevos estudios.”
Una frase burocrática, fría, que no alcanzaba a contener el temblor de una comunidad que había pasado días enteros lavando con miedo, cocinando con miedo, respirando miedo.
18 de septiembre
Un juez ordenó a la empresa abastecer de agua potable a los pueblos de Jáchal e Iglesia.
Camiones con bidones plásticos comenzaron a llegar desde otras localidades.
Al escuchar el relato de los pobladores, me vino a la memoria lo que viví en Anantapur, en el sur de la India, cuando los aguateros proveían agua a sus pobladores. ¡Qué tristeza más grande!
En las casas se amontonaban botellas, tanques, mangueras. Nadie sabía qué beber ni en qué creer.
“Nos dijeron que traían agua de otro lugar, pero nunca explicaron de dónde ni si era segura”, recuerda una vecina.
Mientras tanto, el río seguía corriendo entre los álamos y sauces, llevando consigo el reflejo turbio de un desastre químico.
Cuando finalmente se ordenó a la empresa traer agua potable para los pueblos de Jáchal e Iglesia, ya el daño estaba hecho: no solo en el río, sino en la confianza.
La gente ya no creía en nadie.
EL PUEBLO QUE DESPERTÓ
A partir de esos días, Jáchal nunca volvió a ser el mismo.
Muchos se lamentaron de haber dado su acuerdo para que se instalaran esas empresas que, junto con los funcionarios, prometían “desarrollo” y “progreso”.
Las marchas comenzaron a llenar la plaza.
Los carteles gritaban lo que el silencio había querido tapar:
“Jáchal no se toca.”
“El agua vale más que el oro.”
Los ancianos recordaban el río claro de su infancia.
Los chicos, ya familiarizados, miraban las botellas de plástico que llegaban en camiones sin darle mayor importancia.
Y mientras las autoridades discutían informes, cifras y propuestas para mitigar el daño, el pueblo seguía llenando bidones, esperando que algún día el agua volviera a tener el sabor de antes.
EPÍLOGO
Han pasado diez años, pero el recuerdo de aquella noche persiste:
el rumor de los teléfonos, el miedo en los ojos, el gusto metálico del agua.
En cada bidón que aún se llena con desconfianza, sobrevive la memoria de un pueblo que aprendió, a la fuerza, que el silencio también contamina.
Durante meses, el agua llegó en camiones cisterna y botellas plásticas, distribuidas por Defensa Civil y municipios locales.
2016 – 2020.
El gobierno provincial perforó nuevos pozos subterráneos para abastecer a los 23.000 habitantes del pueblo, mientras avanzaban lentamente las obras del acueducto Huachi – Jáchal.
La red funcionaba con cortes frecuentes y la población siguió reclamando una solución definitiva. En esos años, el agua siguió siendo sinónimo de incertidumbre.
2021.
El cambio definitivo llegó cuando el Gobierno de San Juan inauguró el nuevo sistema de agua potable para Jáchal.
El acueducto, financiado con fondos provinciales, conduce agua desde el acuífero de Pampa del Chañar, ubicado a 22 kilómetros de la ciudad.
Sin embargo, nadie puede predecir hasta cuándo podrá sostenerse esta fuente: si el acuífero se agota, habrá que buscar otras aguas, mucho más alejadas.
Los monitoreos más recientes evidencian que el agua del río Jáchal, junto a otros cuatro ríos también contaminados por este mismo incidente: Las Taguas, Potrerillos, La Palca y Blanco, mantiene concentraciones de manganeso, aluminio, mercurio y arsénico ampliamente superiores a los límites establecidos por las normas de calidad para consumo humano.
Según los técnicos, la recuperación ambiental del sistema podría requerir muchos años, e incluso décadas, para alcanzar niveles seguros.
LECCIÓN PARA CHUBUT
Ojalá Chubut nunca tenga que vivir lo que sufrió Jáchal.
La seguridad solo puede garantizarse evitando que se instalen explotaciones mineras a gran escala.
Los ríos Chubut y Senguer, de los que depende la vida de miles de personas, son tan frágiles como esenciales.
Dr. Fernando Urbano