12/05/2025
HOY NOS PREOCUPA EL FUTURO DE NUESTRO PASADO
Este nuevo aniversario de City Bell despertó en nosotros un pensamiento diferente, y es cómo nos imaginamos en pocos años más la evocación de lo que fue City Bell desde su fundación hasta una treintena de años atrás.
Ya no nos planteamos si nos gusta este City Bell que nos toca vivir, del que somos parte voluntaria o involuntariamente. Pero lo que queremos, sin duda, es mantener vivo el espíritu de pertenencia a esta tierra. No tenemos cifras oficiales pero estimamos que los habitantes del pueblo orillamos la cifra de los 100.000 y, consecuentemente, sospechamos que quienes nacimos y nos criamos acá, más los que se afincaron hasta hace -digamos- 40 años, pasamos a ser minoría.
Es por eso que hoy nos preocupa el futuro de nuestro pasado. Seguimos sin tener un espacio donde acunar documentos, objetos, recuerdos, historias, vivencias. Naturalmente, de la primera generación que se afincó en esta tierra ya no quedan sobrevivientes. Pero aún hay unos pocos hijos y varios nietos dispuestos cada día a aportar algo nuevo de la historia del pueblo que es, en muchos casos, su propia historia familiar.
A menudo nos preguntan (y nos preguntamos) por qué nos preocupamos tanto por la historia local. La primera respuesta que nos viene es un poco estándar: porque nadie puede entender el presente ni proyectar el futuro si no conoce su pasado. Linda frase, pero de circunstancia. Muy intelectual, pero vacía de sentimiento.
El otro día encontré un reportaje de 2009 al entonces cardenal Bergoglio, él decía algo así como que cuando se pierde el patriotismo queda una especie de orfandad de Patria; y ser huérfanos de Patria es muy triste, entre otras cosas. Citaba un poema del salteño Jorge Armando Dragone, de donde rescaté estas cinco líneas:
“Se nos murió la Patria, hace ya tiempo,
en la pequeña aldea.
(…)
Esa patria era la patria nuestra.
Es muy triste ser huérfano de patria.
Luego nos dimos cuenta”.
Y me parece que algo similar nos sucede a quienes añoramos el City Bell de espacios verdes, mayormente tranquilo, en el cual todos nos conocíamos: nos estamos sintiendo huérfanos del pueblo.
De nuestro City Bell como lugar lleno de verde, jardines abiertos y calles propicias para la vida tranquila, en que nos conocíamos todos, casi no nos queda nada. Es como sentir que perdemos nuestra casa, nuestra historia (que es el contenido de nuestro pasado). Nos sentimos huérfanos del pueblo que nos vio nacer o que elegimos para vivir. Y nos estamos dando cuenta de eso.
No se trata, por cierto, de plantarse en contra de lo que comúnmente llamamos progreso. Si nos opusiéramos al progreso deberíamos volver a los 27 faroles de iluminación en las calles, a unos pocos miles de metros de caños de agua corriente, a las calles de tierra y barro. Y no creo que nadie quiera eso.
Sentirse citybellino significa darle la bienvenida a todo vecino nuevo, tratarlo como nos gustaría que nos trataran a nosotros, saludarlo, conversar con él sin perder nuestra impronta pueblerina, nuestra identidad y nuestra idiosincrasia de siempre. Está en el otro tomarlo o no, pero no podemos privarnos del privilegio de compartirle nuestra manera de ser, la que adquirimos como locales a lo largo de estos 111 años. Sentir a City Bell como propio es, también, querer que nos sigan contando nuestra historia, y con ese pensamiento nos aventuramos en los andariveles de un año más de su fundación.
Guillermo Defranco
mayo de 2025