01/05/2025
El Día Internacional del Trabajador, 1 de mayo, no es una fecha para celebraciones vacías, sino un profundo recordatorio del precio que innumerables hombres y mujeres pagaron por los derechos laborales que hoy, aunque amenazados, aún disfrutamos. Su origen se forjó en la sangre de los mártires de Chicago en 1886, quienes alzaron sus voces contra jornadas laborales inhumanas, marcando el inicio de una lucha global por la dignidad en el trabajo.
En Argentina, esta conmemoración tiene un eco particularmente doloroso. Las manifestaciones obreras de principios del siglo XX fueron brutalmente reprimidas, dejando un reguero de muertes y heridas. El 1 de mayo de 1909 en Buenos Aires y la trágica Semana de 1919 son heridas abiertas en la memoria colectiva, testimonios de la violencia ejercida contra quienes reclamaban lo justo. La Patagonia Rebelde, con el fusilamiento de cientos de peones de estancia entre 1920 y 1922, añade otro capítulo escalofriante a esta historia de lucha y represión. Cada feriado del 1 de mayo debería ser un acto de memoria activa, un reconocimiento del sacrificio de aquellos que allanaron el camino hacia las ocho horas de trabajo, las vacaciones pagas y la seguridad social.
Hoy, mientras conmemoramos este legado de lucha y resistencia, no podemos obviar una dolorosa realidad que empaña cualquier intento de celebración plena: la situación de nuestros jubilados. Aquellos que dedicaron sus vidas al trabajo, que aportaron al crecimiento de nuestra nación, se enfrentan ...