
29/06/2023
"Cuando llegó, por fin, aquel gesto de Arppi Filho que yo campaneaba de reojo, cuando terminó el partido y en el estadio Azteca lo único que se escuchaba era los gritos de los argentino que estaban ahí, porque los mexicanos se habían quedado mudos, entonces me largué a llorar... ¿¡Cómo no me iba a largar a llorar si siempre me había pasado lo mismo en los grandes momentos de mi carrera!? Y éste era el máximo, el más sublime.
Con la Copa en las manos nos fuimos para el vestuario y empezamos a putear a todo el mundo, a todo el mundo. Era mucha bronca junta y en medio de esa bronca me pasó algo impresionante...
—Venga, Carlos, Venga! ¡Desahóguese! ¡Diga todo lo que tiene adentro, gritemos...! —le dije a Bilardo con rabia, porque los dos sabíamos cuánto habíamos sufrido, mucho, demasiado. Y él, con los ojos llenos de lágrimas, me contestó, así bajito...
—No, Diego, deja... Esto yo lo quería desde hace mucho tiempo y no es contra nadie... Déjame pensar en una sola persona, en Zubeldia.
Se acordaba de Osvaldo Zubeldia, de su maestro... Me dejó chiquitito así, me esfumó la bronca, no sabía qué más decir. Al tipo lo habían basureado, lo habían destrozado y no tenía ningún rencor, no gritaba revancha. Era campeón campeón mundo, había ganado todo y no tenía resentimiento".
Así contaba Diego Maradona lo que fueron los instantes posteriores a la coronación de Argentina en México '86, la cúspide del esplendor del fútbol argentino. La vez que tocamos el cielo con las manos. Muchos no pudimos vivir aquel momento en vivo, pero nos lo contaron como si fuera mitología autóctona. En diciembre de 2022 supimos lo que sintieron nuestros viejos.
Si hablamos de estos momentos, obviamente hay que destacar sobradamente otras cuestiones: la corrida heroica de Burru, el golazo colectivo de Valdano, el Tata con el hombro roto... Pero, cuando pensamos en México '86, en lo primero que pensamos es la mejor historia de amor más que tuvo nuestro fútbol: Bilardo y Diego.