05/09/2025
Peor no podía ser la despedida de Milei.
Oscuridad en el descampado y en el discurso.
El alma de esa gente que fingía entusiasmo era tan oscura como la noche y como la homilía pagana y brutal.
Como un mentiroso de boliche —cuyos inventos se conocen de antemano—, Milei descerrajó una perorata alocada, infame e inocua.
Sin convicción, sin argumentos, sin vuelo, hilvanó una serie abyecta de acusaciones en las que no faltó ni Nisman.
“Si lo nombran tanto, por algo será”, se dijo.
El intento de defender a Karina y a sí mismo fue tan pueril que solo dio lástima. Tanto por él como por nosotros.
“El jefe tuvo el coraje de ir, así que gracias”, dijo su hermana.
“Me quieren matar”, gritó él.
Y la multitud rugió. Mirándose con gesto admirativo, seguidores con y sin capucha celebraron la denuncia.
“Lo dijo, nomás. Se animó a decirles en la cara que sabe que lo quieren matar.”
Las tomas aéreas fueron patéticas: apenas el área grande de una cancha de fútbol y un poco más.
Pero en eso no hay que confiarse. Se puede votar a Milei sin dar la cara por él.
¿Con qué facha vas a salir a vivar a un ladrón rodeado de un grupo confeso de ladrones sin códigos, capaces de rapiñar a personas con discapacidad?
Votarlo es otra cosa. Con el alma rota, arrastrando ese odio viscoso que se les sale por los ojos, desventuradas víctimas del sistema informativo mafioso que domina el país, con ese bagaje, lo podés votar.
Hoy Milei está en Los Ángeles. Se verá con un tal Milken, condenado por bonos basura.
Gente de lo mejor, siempre: ladrones confesos.
En la ciudad del cine, parece una de Scorsese, tipo Buenos muchachos.
Hollywood podría hacer la remake: esconder un mu**to en el baúl —puede ser ANDIS o ANSES—, culpar a otros y después, a manos llenas, hacer la escena final con criptomonedas y billetes de soborno.
Con un guiño a cámara, cerrar diciendo: “No hay plata”.
Fin.