15/07/2025
¿Te acordás cuando Cristina vetó el 82% móvil?
“Para no fundir al Estado”, decía.
En ese momento, todo el aparato militante, toda la maquinaria comunicacional kirchnerista, salió a justificar el veto como una decisión “responsable”. Se habló de equilibrio fiscal, de cuidar los recursos del país, de evitar una crisis mayor. Muchos de los que hoy gritan por el veto de Milei, aplaudieron ese veto como si fuera un acto de sabiduría política. Se celebró como una defensa del modelo.
Hoy, cuando Milei veta un aumento jubilatorio por considerar que es inviable fiscalmente, los mismos sectores ponen el grito en el cielo. Ya no hablan de responsabilidad: ahora hablan de “odio”, de “ajuste criminal”, de “gobierno insensible”.
¿En qué quedamos?
¿Desde cuándo la moral política depende del color del gobierno? ¿Desde cuándo el sufrimiento de los jubilados se mide según quién firma el decreto? ¿Acaso los abuelos sufren menos cuando el recorte viene envuelto en la bandera “nacional y popular”?
La hipocresía política en este país no tiene techo. Lo que hace uno está bien, lo que hace el otro es una catástrofe. Aunque hagan lo mismo.
Y no se trata solo de la dirigencia. También hay una sociedad cómplice, fanatizada, que aplaude o repudia con el mismo fervor según quién hable. Ciudadanos comunes que hace unos años justificaban el “no se puede pagar el 82% móvil” hoy lloran por los jubilados con indignación selectiva. Militantes que se indignan solo cuando les conviene.
¿Y los jubilados? Los de carne y hueso. Los que hicieron grande este país. Los que trabajaron décadas y hoy cobran una miseria mientras los políticos discuten en la tele y los militantes sacan comunicados.
En La Rioja, la situación es igual de indignante. Gobiernos que se llenan la boca hablando de justicia social pero no garantizan lo más básico: una vejez digna. Mientras tanto, se gastan millones en recitales, en carteles, en estructuras clientelares que perpetúan la pobreza y el silencio.
El problema no fue solo Cristina. El problema es una clase política entera —de todos los colores— que usa a los jubilados como escudo, como bandera, como excusa, pero jamás como prioridad real.
Y el pueblo, muchas veces, es cómplice de esa farsa.
Nos rasgamos las vestiduras cuando nos conviene. Lloramos por los abuelos solo cuando no están “nuestros” en el poder. Y así vamos, repitiendo la misma historia, década tras década.
¿Hasta cuándo vamos a aceptar esta doble vara?
¿Hasta cuándo vamos a permitir que los abuelos sigan siendo carne de cañón de la grieta, mientras sus heladeras están vacías?
En La Rioja y en toda la Argentina, hace falta menos relato y más dignidad. Más verdad y menos verso.
Porque la vejez no espera. Y la hipocresía, tampoco.
POR FERNANDO BARRIOS