06/12/2025
LAS CUATRO CONDICIONES PARA ENTRAR A UNA COCINA.
PARA QUE LA COCINA NO SE CONVIERTA EN LA ÚLTIMA PATRIA DE LOS INEPTOS
Hay espacios que toleran la mediocridad con indiferencia misericordiosa: las redes sociales, ciertos escritorios burocráticos, la autoayuda.
La cocina, en cambio, no.
La cocina es un territorio donde la torpeza huele, se quema, hace ruido, sangra. Y, como toda patria seria, exige condiciones. No títulos, no medallas, no poses: condiciones.
Porque entrar en la cocina —entrar en, no a— implica comprometerse con un oficio que no perdona la estupidez voluntaria ni el ego inflamado. La cocina es un ecosistema que opera con una lógica simple: quien sirve, sirve; quien no, estorba. Y el estorbo, aquí, se nota.
Lo que sigue no es un decálogo para aspirantes, ni un manual motivacional, ni un tutorial para los que creen que “todo se aprende con ganas”. No. Lo que sigue es una advertencia, un filtro, un escrutinio que no pide permiso.
Cuatro condiciones. Cuatro umbrales. Cuatro razones por las cuales la cocina acepta a unos pocos y expulsa —sin culpa— al resto.
I. Condiciones físicas: la materia prima del cuerpo
Comencemos por lo obvio, lo que nadie quiere decir porque teme sonar elitista, duro o incómodo: la cocina es un espacio físico, no una metáfora espiritual. Requiere cuerpo, pulso, nervio, equilibrio, resistencia. No se cocina con "buena vibra": se cocina con manos, hombros, espalda y pies que aguantan horas sin lloriquear.
Quien entra en una cocina debe poseer:
a) Estabilidad: la literal. Caminar entre ollas y filos no es danza contemporánea.
b) Resistencia: el fuego no espera a que “te hidrates”.
c) Coordinación fina: si un cuchillo te intimida, vuelve cuando superes la etapa sensorial.
d) Tolerancia al dolor: sí, alguna vez te quemarás; llorar no es respuesta profesional.
A quien le tiemblan las manos por pánico, a quien le falta aire porque “las presiones no son lo suyo”, a quien se desmaya cuando ve sangre… que deje el romanticismo: hay oficios más seguros, como la contemplación.
II. Condiciones psicológicas: el temple, no el entusiasmo
No confundir entusiasmo con temple.
El entusiasmo se evapora en 15 minutos; el temple sostiene 15 años.
En la cocina se requiere:
a) Capacidad de concentración bajo ruido y sobrecarga.
b) Estabilidad emocional sin dramatismos: la sartén no se detiene para escuchar tus traumas.
c) Humildad operativa: la comida te corrige, no al revés.
d) Resiliencia sin cursilerías: aquí “levantarse después de una caída” significa limpiar el desastre sin quejarse.
Los narcisos no duran, los susceptibles huyen, los hiperactivos confunden velocidad con eficiencia, y los soñadores… bueno, que sueñen sentados. La cocina es un lugar donde el ego muere por inanición: lo que cuenta es lo que sale en el plato, no el relato.
III. Condiciones intelectuales: la cabeza que piensa antes de que las manos actúen
Contra la creencia popular, la cocina no es un refugio para quienes “no fueron buenos en estudios”.
Error monumental.
Cocinar exige:
a) Comprensión de procesos, no recetas memorizadas.
b) Capacidad de anticipación: nada fracasa más rápido que un despistado.
c) Juicio crítico: distinguir entre “me salió bien” y “tuve suerte”.
d) Sensibilidad analítica: saber por qué fallaste antes de que alguien te lo diga.
La cocina no necesita eruditos, pero sí cabezas despiertas.
Quien cree que pensar es agotador, que la técnica es un obstáculo, o que “ya aprenderá sobre la marcha”, quedará atrapado en una disyuntiva mezquina: la repetición eterna o la inutilidad profesional. Ambas igualmente tediosas.
IV. Condiciones morales: el fuego revela la esencia
Aquí llegamos a lo más incómodo, lo que nadie quiere admitir, pero todos saben:
La cocina exige moral.
No moral puritana ni moral religiosa: moral de oficio.
Esto significa:
a) Lealtad al trabajo bien hecho, incluso cuando nadie mira.
b) Respeto por el tiempo ajeno.
c) Responsabilidad radical: un descuido puede enfermar a alguien.
d) Coherencia interna: no robar ideas, no sabotear compañeros, no manipular la verdad.
El fuego revela a los cobardes, a los perezosos, a los cínicos y a los falsos con una precisión casi bíblica.
Quien carece de ética termina cocinando para la foto, no para la mesa.
Conclusión: el oficio como forma de selección natural
Estas cuatro condiciones no son un ideal; son un umbral.
No buscan asustar: buscan expulsar educadamente a quienes ya estaban de más.
La cocina no es escenario para almas blandas, ni terapia para espíritus rotos, ni parque infantil para entusiastas. Es un oficio serio, hermoso y cruel, que no perdona la improvisación permanente ni el talento inflado.
Quien cumple estas condiciones entra y, si tiene suerte, se queda.
Quien no, hará bien en retirarse antes de que el fuego —sabio, antiguo, honesto— le recuerde que no todos los oficios toleran la incompetencia.
Porque, seamos francos: la cocina no puede convertirse en la última patria de los ineptos.