01/09/2025
LA TRAMPA DEL POPULISMO INMOBILIARIO
¿Qué sucedería si un intendente decidiera repartir terrenos a precios simbólicos?
Si una gestión municipal se lanzara a jugar de inmobiliaria populista, comprando tierras con fondos públicos, urbanizándolas y entregándolas a muy bajo costo con el argumento de que se trata de una política social, ¿qué efectos tendría esto a largo plazo?
A primera vista, la medida podría parecer una iniciativa impecable. Sin embargo, al analizarla en profundidad, surgen riesgos enormes. La idiosincrasia de una parte de quienes buscan terrenos a bajo costo puede diferir de la de un vecino que prioriza el cumplimiento de sus compromisos. Los oportunistas, aquellos acostumbrados a depender de subsidios estatales, correrían la voz: "El intendente de tal lugar está regalando terrenos". Eso abriría la puerta a una invasión de oportunistas de otras ciudades, que llegarían sin más mérito que la astucia de apropiarse de un lote regalado. En poco tiempo, los suburbios se convertirían en un imán de villas improvisadas, marcando el inicio del deterioro urbano.
UN COSTO DOBLE: ECONÓMICO Y SOCIAL
El perjuicio sería doble. En lo económico, se pisotearía a las inmobiliarias privadas, contribuyentes que sostienen al propio Estado, creando una competencia desleal y un mensaje demoledor: producir no vale la pena, porque el gobierno premia la gratuidad. Se financiaría con dinero público una política que, lejos de estimular el desarrollo, incubaría la cultura de la evasión. Quien recibe un terreno casi gratuito difícilmente sienta la obligación de cumplir con tasas y servicios: si el Estado le regala lo esencial, ¿por qué habría de respetar sus compromisos futuros?
En lo social, el daño sería aún más corrosivo: se fomentaría la cultura de la dependencia y se degradaría el tejido comunitario, sustituyendo la ética del esfuerzo por la expectativa del regalo. Quienes generan riqueza verían cómo su aporte se utiliza para sostener a quienes no comparten su ética de trabajo. Ese es el germen de las villas: nacen de la informalidad y crecen del oportunismo.
DETERIORO DEL LEGADO Y DE LA COMUNIDAD
Si el crecimiento del municipio se debió a pioneros que llegaron con sus herramientas y un código ético basado en el esfuerzo, la disciplina y el respeto por las instituciones, lo que estaría en juego sería esa herencia. Estos fundadores no esperaban que el gobierno les regalara nada; sabían que el futuro se construía con trabajo, sudor y paciencia. Con sus propias manos levantaron escuelas, templos y campos, sentando las bases de una comunidad ordenada, laboriosa y orgullosa de su autonomía.
En el escenario populista, ¿qué quedaría de ese legado? La comunidad podría transformarse en un enclave de oportunistas, donde el valor del trabajo se diluye ante la expectativa del beneficio inmediato. Los servicios colapsarían, la morosidad aumentaría y los empresarios buscarían otros destinos. El municipio, en lugar de atraer capital y trabajo, terminaría convertido en un conglomerado de villas de conveniencia: espacios sin futuro, sin identidad y sin alma, donde lo que alguna vez fue una ciudad ordenada se degrada en una selva de precariedad. Y todo por el capricho de un populismo cortoplacista.
LA VERDADERA LECCIÓN
Esto no es desarrollo; es populismo inmobiliario. Una política que quizá rinda frutos electorales a corto plazo, pero que a la larga dejará ruinas sociales y económicas. Porque no hay terrenos gratis: cada lote entregado a precio político lo pagan los contribuyentes con sus impuestos actuales y con el deterioro de la ciudad futura. Cuando el Estado usa el dinero público para hacer populismo, quienes pagan la cuenta son, inevitablemente, los mismos contribuyentes. Y la gestión del político populista que osare implementar un plan tan destructivo será señalada y recordada como la gestión que aprendió lo que es: fracasar de verdad.
El verdadero desafío de un municipio no es regalar tierras, sino garantizar un marco jurídico justo, transparente y confiable donde las familias puedan integrarse con dignidad y los inversores quieran establecerse. El acceso a la vivienda no debe ser un premio al subsidio, sino un logro alcanzado con esfuerzo y compromiso.