02/07/2025
¿SI NOS VAMOS DE VIAJE?...
Una abuelita de ochenta años, con el fleco teñido de azul, estaba sentada en la oficina del notario, balanceando las piernas en el aire.
—¿Y en qué le puedo ayudar, señora? —preguntó el notario, levantando apenas una ceja.
—Pues mire… quiero hacer mi testamento —contestó tranquilamente la señora.
—Perfecto. Díctemelo.
Ella se acomodó bien en la silla, respiró hondo y empezó:
—Después de que me muera, quiero que donen mi cerebro a alguna universidad o instituto de investigación. Y si no lo quieren aceptar, díganles que es de doña Clavita, a ver si así cambian de idea. Todos los gatos que vivan conmigo en ese momento, quiero que se los den a mis amigos. Y si ya no hay amigos vivos (o sea, vivos vivos), pues entonces que se los quede mi hijo. Los libros, si a nadie le interesan, mándenlos a la biblioteca. Pero les encargo que antes les echen un ojo: hace como tres años escondí dinero en uno… pero ya no me acuerdo en cuál.
—Y además —continuó— quiero que mi hijo esparza mis cenizas en una colina en Nueva Zelanda.
El notario se atragantó con el aire:
—¿Perdón? ¿Dónde dijo?
—En Nueva Zelanda, ¡obvio!
—Pero eso está lejísimos… ¿para qué tanto lío?
—¡Justo por eso! Él nunca sale, todo el día chambeando, jornada completa, una hora de comida y la misma rutina de siempre... Yo también era así. Y me arrepiento. Pero la vida está allá afuera, en el movimiento, en el viaje. Viajar te cambia. Que cruce medio mundo —quiero ver cómo regresa a su oficina después de eso. Ni con grúa lo meten. Hay que mostrarle que hay otro tipo de vida. Yo me voy a encargar… nomás me muera.
—Está bien… —suspiró resignado el notario.
—Ah, y otra cosa —agregó la abuelita con una sonrisa traviesa— quiero que entierren a mi michi conmigo, como hacían en la antigüedad... ¿sí me explico?
—¿¡Qué!? —saltó el notario de su silla.
—¡Ay, era broma! —rió ella—. Nomás quise ver su carita. Se puso bien serio y yo quería…
—¿Asustarme?
—Sacudirlo tantito —le guiñó un ojo—. Y sí que lo logré.
—Bueno… ¿y sobre sus bienes? ¿El departamento? ¿El coche?
—El depa es para mi hijo. Y la moto también. Bueno… todavía no la tengo, pero ya me inscribí a clases y pronto la compro. Así que anótelo por si acaso. Y el scooter… ese dénselo a don Esteban. Si es que sigue vivo, claro. Ya le traía ganas desde hace rato. Una vez fuimos a dar la vuelta y ¡pum! se estrelló contra un árbol de jacaranda.
Cuando la abuelita de fleco azul salió de la oficina, el notario pidió una pausa.
No podía sacarse de la cabeza todo lo que había escuchado. Volvió a leer el testamento, se frotó los ojos, miró los aburridos papeles sobre el escritorio, sacó el celular y marcó:
—¿Hola, Masha? Oye… ¿y si nos vamos de viaje? Siempre he querido conocer África...