28/09/2025
🟢🟣 En tiempos donde la política se juega en escenarios montados, con discursos acartonados y públicos obligados a aplaudir bajo la presión de conservar un puesto de trabajo, el verdadero desafío no está en el atril. El verdadero desafío está en la calle, en el territorio, cara a cara con la gente.
Porque no hay discurso que conmueva a quien ya perdió la fe.
No hay monólogo que atraviese la desconfianza.
No hay aplauso que valga si nace del miedo.
La política que vale, la que deja huella, se construye lejos de los escenarios prestados. Se construye en las veredas, en los barrios, en las casas, en el mate compartido y en la escucha sincera. Ese trabajo no necesita libreto ni amenaza, porque se legitima con presencia, coherencia y valentía.
Y entonces la pregunta es inevitable:
Si los políticos necesitan del voto, ¿por qué le temen al electorado?
¿Qué les impide caminar las calles, escuchar sin intermediarios, responder sin libreto?
Quizás la respuesta incomode: el miedo a la interpelación real. A los reclamos que no se pueden tapar con papelitos de colores ni con escenarios disfrazados de fiesta. El miedo a los vecinos que ya no creen, que ya no compran relatos, que ya no se conforman con la foto.
Hoy la diferencia entre un político más y un verdadero líder no la marcan los actos ni las luces.
Se mide en el territorio.
Se mide en la calle.
Se mide en la capacidad de transformar decepción en esperanza.