19/07/2025
🟢🟣 Honestidad y transparencia en la política: ¿una utopía o una exigencia ineludible?
La demanda está clara. En cada encuesta, en cada charla de café, en cada voto en blanco:
la gente pide lo mismo —honestidad, transparencia, coherencia.
Pide que no le mientan. Que no le roben. Que no le prometan lo que no van a cumplir.
Pide decencia. Parece básico, pero en política se ha vuelto revolucionario.
¿Es posible?
Sí. Pero no es simple.
La transparencia real incomoda. Pone límites. Obliga a rendir cuentas.
La honestidad no se hereda, se practica. Se decide. Se banca.
Y no siempre conviene.
En la política actual —construida sobre pactos opacos, campañas sucias y operadores de ocasión— ser honesto no garantiza poder. A veces lo impide. A veces lo sabotea.
Pero también es lo que más dura. Lo que no necesita explicación.
Y, sobre todo, lo que construye confianza, ese bien escaso que no se compra con pauta ni con likes.
Lo que se dice y lo que se hace
Todos hablan de transparencia.
Todos prometen ética.
Pero pocos publican los números reales.
Pocos muestran a quién contratan.
Pocos explican por qué eligen a unos y no a otros.
Pocos caminan los barrios sin comitiva ni cámaras.
La transparencia no es un eslogan.
Es una práctica.
Es mostrar el Excel, abrir la agenda, escuchar sin operar, contestar sin agredir.
El desafío es moral. Es político.
Porque ser honesto no es solo “no robar”.
Es elegir un modo de hacer política donde la verdad no dependa del relato.
Donde la coherencia no sea una rareza.
Donde el adversario no sea un enemigo.
Donde el cargo no valga más que la palabra.
¿Utopía? Tal vez.
¿Urgencia? Sin duda.
Si la política no recupera el valor de la verdad, la ciudadanía va a dejar de buscarla en ella.
Y cuando eso pase, no gana la antipolítica: gana el vacío.
Y en ese vacío, siempre crece el autoritarismo.
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