13/11/2025
QUILLEN-ALUMINE Recuerdos que No Se Apagan: El Amor y la Fuerza de la Escuela Rural N°65
Una nostalgia profunda recorre las palabras de Patricio Andrés Rivera, ex alumno de la Escuela Rural N°65, cuando cierra los ojos y recuerda aquellos días de su infancia. En su relato, las caminatas de 7 kilómetros para llegar a la escuela, las risas compartidas con sus compañeros y la dedicación de sus maestros cobran vida, mostrando la esencia de la educación rural en toda su plenitud. Una historia que se repite en miles de rincones de nuestro país, donde el esfuerzo, el sacrificio y el amor por aprender son los pilares fundamentales.
Patricio, hoy adulto, no olvida aquellos días en los que, sin importar la lluvia ni el frío de la cordillera, caminaba día tras día para llegar a la Escuela Rural N°65. El amor por la educación superaba cualquier obstáculo. "A veces cierro los ojos y vuelvo a esos días", dice, mientras su voz se quiebra por la emoción. No importaba la distancia ni las condiciones, lo único que importaba era la pasión por aprender.
El sacrificio y el esfuerzo de los niños de la montaña
La vida en las zonas rurales de la cordillera no es fácil. El acceso a la educación, aunque una bendición, también significaba un gran sacrificio para las familias. Los niños de la Escuela N°65 no solo enfrentaban largas caminatas bajo el frío o la lluvia, sino que debían adaptarse a un contexto en el que las comodidades de la ciudad estaban a años luz de distancia. "Éramos unos 25 alumnos en un solo salón, de diferentes edades, y a pesar de las carencias, nos ayudábamos mutuamente para aprender", cuenta Patricio.
La escuela no solo era un lugar de aprendizaje formal, sino también un refugio emocional y un espacio de contención. Los niños, muchos de los cuales venían de comunidades cercanas como Rocachoró, compartían más que un aula: compartían su vida, sus sueños y el deseo de superarse. La mayoría eran primos o hermanos, lo que generaba una atmósfera familiar que los unía en el esfuerzo común de seguir adelante.
Los héroes anónimos: Doña Máxima y la vocación de los docentes
Un recuerdo que Patricio conserva con cariño es el de Doña Máxima Saavedra, la portera de la escuela, quien no solo cuidaba de los niños, sino que con su generosidad les preparaba el desayuno. "Era lo mejor de la mañana", recuerda Patricio. El pan casero amasado por sus propias manos era el símbolo de un cariño inmenso y desinteresado, que daba sentido a las frías mañanas de la montaña.
Sin embargo, el verdadero corazón de la escuela era su personal docente. Luis Trassani, el querido "Luisito", fue más que un maestro para Patricio y sus compañeros. Con su sonrisa contagiante y su amor por la enseñanza, Luis hizo que los niños se sintieran parte de una gran familia. “Luisito nos llevaba películas en VHS y nos hacía vivir horas mágicas, donde no solo aprendíamos, sino que compartíamos momentos únicos", recuerda con nostalgia. La película "Nazareno, la Cruz y el Lobo" es uno de esos recuerdos imborrables que quedaron grabados en la memoria de todos los niños.
"No teníamos televisión en casa, pero en la escuela, cada vez que Luisito traía una película, era como un festín de felicidad para todos", dice Patricio.
Luis Trassani, quien también se encuentra en contacto con Patricio en este reencuentro tan emotivo, recuerda aquellos años con mucha emoción: "Formamos una gran familia. Más allá de los desafíos y las carencias, siempre tratamos de generar un ambiente donde los chicos se sintieran seguros, amados y respaldados", afirma Luis con voz quebrada.
Un abrazo cálido entre generaciones
Tras tantos años, Patricio y Luis se reencuentran al aire, compartiendo recuerdos que, aunque distantes en el tiempo, siguen tan vivos como el primer día. Luis, quien trabajó junto a su esposa Silvia en la escuela durante ocho años, recuerda con cariño a sus alumnos: "Al principio, era un desafío extra porque muchos de ellos venían de la ciudad y tenían otras formas de vivir la escuela, pero al final, todos nos convertimos en una gran familia".
Hoy, el trabajo de aquellos docentes sigue siendo un faro de inspiración. El esfuerzo de Luis y Silvia, la dedicación de Doña Máxima, y el amor por la enseñanza son ejemplos de cómo la educación rural, pese a las adversidades, sigue siendo un motor de transformación para cientos de niños en la cordillera.
Un legado que trasciende el Tiempo
La Escuela Rural N°65 de Quillén no es solo un espacio físico; es un símbolo de esfuerzo, sacrificio y, sobre todo, de amor. Patricio no solo se lleva en su memoria los libros, las pizarras y las clases, sino la esencia misma de la comunidad que formaron aquellos maestros, como Luis Trassani, quienes dieron su tiempo y su vida por los niños de la montaña.
Hoy, Patricio, al igual que tantos otros exalumnos, sigue adelante con la enseñanza que recibió en ese pequeño salón. La lección más grande: que en la vida, a pesar de las dificultades, el esfuerzo y la vocación siempre dan frutos.
Este es un testimonio de cómo, incluso en los lugares más alejados, la educación no solo es un derecho, sino un acto de amor y entrega que trasciende generaciones.
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