27/11/2023
Nunca, una persona aislada podrá cambiar al mundo. No importa cuánto se esfuerce, cuánto luche, jamás logrará tal cometido. Y tampoco debería poder hacerlo.
Es decir, si quisiera cambiar al mundo, querría que fuese según mis criterios de lo que es bueno, justo y bello. Mi percepción, mi ideal. Una expresión ególatra y narcisista como pocas. ¿Quién soy yo, en concepto de pobre mortal, para establecer, infundir, propagar, y someter a un planeta entero para que se rija bajo mis postulados personales?
Someter… que palabra extraña para referirse a algo “bueno”. ¿No estaría obligando acaso a que seis mil millones de personas tuvieran el mismo criterio ético y moral que tengo yo?
Luchar por un mundo mejor, no es un acto de rebeldía, tal y como románticamente se suele imaginar. Luchar por un mundo mejor (sin importar lo que cada uno considere que es mejor), es ponderar mis pensamientos como verdad única e indiscutible, enfrentando con ánimos bélicos a otras ideas que no se encuentren alineadas a las mías. Casi como si me estuviese auto proclamando amo y señor de la tierra.
Luchar por un mundo mejor, es imponer mediante la violencia (en cualquiera de sus grados) lo que yo considero bueno, no solamente sin entender y/o comprender lo que el otro (par entre pares) considera como bueno, sino incluso sin aceptar la mínima posibilidad de estar yo en lo incorrecto.
Expresado de esta manera, cambiar al mundo no debe partir jamás de la voluntad propia de un individuo, sino, en todo caso, debe partir de la exclamación de una sociedad, no mediante la lucha e imposición, sino mediante la asimilación y aceptación. Porque los verdaderos cambios no provienen de la imposición, sino de la reflexión.
“El cambio comienza en uno mismo”. Si efectivamente quisiera un mundo mejor, mis actos generarían (con suerte y si el pensamiento de bueno, bello y justo es compartido), un efecto contagio que alentaría a otros seres a realizar lo mismo voluntariamente.
No todos queremos el mismo “mundo mejor”, y ser lo suficientemente obtuso como para considerar que mi visión de “mundo perfecto” es el único válido, es prueba suficiente de que sin mí el mundo efectivamente estaría mejor.
Ángel G:. Fernández