Revista de ArteS

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28/07/2025

¿Ves a esta mujer? Se llamaba Grazia. Grazia Deledda. Fue burlada, silenciada y despreciada… por cometer el “error” de haber nacido mujer. En una época en la que escribir era privilegio de hombres, ella se atrevió a pensar, a crear, a soñar. Y lo pagó caro.
Nació en Cerdeña, entre las montañas de Nuoro, una tierra tan áspera como las ideas que la gobernaban. Allí, a las niñas no se les enseñaba a imaginar un futuro. Se les entrenaba para obedecer. A los nueve años, Grazia tuvo que abandonar la escuela. La educación, le dijeron, no era necesaria para una mujer. Pero ella no aceptó esa sentencia. Siguió formándose en secreto, alimentando su mente con libros y su alma con palabras, lejos de la mirada de quienes la querían sumisa.
De adolescente, publicó su primer cuento en una revista. Para ella fue un triunfo íntimo, una chispa de libertad. Pero para su pueblo fue escándalo. Una mujer escribiendo, opinando, alzando la voz… era intolerable. Los vecinos murmuraban, el cura la condenaba desde el púlpito, y hasta su propia familia le dio la espalda. Porque en esa época, una mujer tenía que estar en casa, no en los libros. Pero Grazia no era una mujer común. Era fuego disfrazado de silencio. Y escribía de noche, cuando todos dormían, llenando el mundo de historias mientras el resto lo ignoraba.
Con el tiempo, se mudó a Roma junto a un hombre que marcó la diferencia: Palmiro Madesani. No fue un simple esposo. Fue su cómplice, su refugio, su motor. Mientras el mundo los juzgaba —una escritora y un hombre que la impulsaba— ellos respondían con determinación y silencio. Porque cuando sabes a dónde vas, no necesitas gritar.
Grazia escribió sobre lo que conocía: mujeres que amaban y sufrían, hombres rotos por la vida, paisajes duros como su infancia. Su obra era íntima, visceral, poderosa. Y un día, el mundo —ese mismo que la ignoró, que la condenó, que la quiso invisible— tuvo que escucharla. En 1926, Grazia Deledda, la “pequeña mujer sarda” con educación básica y coraje infinito, ganó el Premio Nobel de Literatura.
Y cuando subió a recibirlo, no lo hizo sola. A su lado estaba Palmiro. No como sombra, no como figura decorativa, sino como lo que fue siempre: un hombre que supo amar sin miedo, sin ego, sin necesidad de dominar. Porque amar de verdad no es poseer. Es acompañar, levantar, creer cuando nadie más lo hace.
Pero su mayor logro no fue el Nobel.
Fue haber desafiado siglos de sumisión sin levantar la voz.
Fue escribir historias… hasta que el mundo no tuvo más opción que rendirse.
Grazia no pidió permiso.
Tomó su lugar.
Y al hacerlo, le abrió la puerta a millones de mujeres que ya no quieren pedirlo tampoco.
No ganó con furia.
Ganó con carácter.
Y con cada página, nos dejó una lección que no envejece:
Hay batallas que no se ganan con gritos.
Se ganan escribiendo.
Se ganan escribiendo.
Tomado del muro: Amigos de la lectura.
Bendiciones, feliz tarde estimados lectores!

15/07/2025

Antes de su invento, el helado se hacía de forma artesanal, batiendo la mezcla a mano y utilizando hielo y sal para reducir la temperatura. Johnson diseñó un dispositivo que consistía en un cilindro de hojalata con una manivela y unas aspas internas que giraban para mezclar la crema mientras se enfriaba de manera uniforme. Su sistema permitía que el helado se congelara más rápido y con una textura más suave.

Johnson patentó su invento en 1843 con la patente número US3254A. A pesar de la importancia de su máquina, no tuvo los recursos para comercializarla a gran escala, por lo que vendió su patente a William Young, quien posteriormente la popularizó. Su diseño se convirtió en la base de las máquinas de helado utilizadas durante décadas.

La invención de Johnson allanó el camino para la producción masiva de helado, un postre que hasta entonces era un lujo reservado para las clases más altas. Gracias a su mecanismo, el helado se volvió más accesible y su consumo se expandió rápidamente en Estados Unidos y otras partes del mundo.

Aunque la historia de Nancy Johnson no es tan conocida, su aporte a la gastronomía sigue vigente. Hoy en día, su máquina de manivela aún se usa en algunos lugares como una forma tradicional y nostálgica de hacer helado casero.

15/07/2025

A mediados del siglo XIX, en los oscuros túneles de carbón, donde la muerte podía deslizarse invisible por el aire, los mineros aprendieron a confiar en algo más pequeño que una lámpara: el canto de un pájaro.

El enemigo era letal y silencioso: el monóxido de carbono. Inodoro, incoloro, indetectable. Y en ese mundo subterráneo, sin tecnología que advirtiera del peligro, surgió un salvavidas inesperado: el canario.

Entre todos esos pequeños guardianes de plumas, hubo uno que se convirtió en leyenda. Su nombre era Little Joe.

Tenía solo tres años. El 3 de noviembre de 1875, durante una jornada de trabajo, dejó de cantar. Los hombres lo notaron. Supieron que algo andaba mal. Y gracias a ese silencio, salieron a tiempo. Se salvaron.

Joe no.

Conmovidos, los mineros tallaron con sus manos un pequeño ataúd de madera y grabaron una frase:

> En memoria de Little Joe. Falleció el 3 de noviembre de 1875 a la edad de 3 años.

Ese gesto no fue simbólico. Fue real. Porque Joe no era una herramienta. Era uno más. Un compañero. Un héroe diminuto que entregó su vida por los demás.

Décadas después, el fisiólogo escocés John Scott Haldane demostraría científicamente lo que los mineros ya sabían por experiencia: los canarios eran centinelas vivientes. Su vulnerabilidad los convertía en alarmas naturales.

Y se les trataba como tales. Se les hablaba, se les cuidaba, se les reanimaba con pequeñas bombas de oxígeno si caían. Eran parte de la cuadrilla. Algunos eran enterrados con honores. Como Joe.

La práctica continuó hasta 1986, cuando los sensores electrónicos reemplazaron a los pájaros. Pero el respeto por ellos jamás se apagó. El pequeño sarcófago de Little Joe aún existe. Se exhibe como una reliquia. Como un recordatorio.

15/07/2025

Franz Kafka tenía 40 años y una vida muy solitaria.
Nunca se casó, no tuvo hijos, vivía con mucha introspección.

Un día en Berlín, caminando por el parque como siempre,
Kafka vio a una niña llorando con profundo dolor.

Había perdido a su muñeca favorita y estaba desconsolada.
Kafka buscó con ella, sin éxito, pero no se rindió.

Le pidió volver al día siguiente al mismo lugar.
Quería ayudarla, no con hechos, sino con ternura e imaginación.

Al día siguiente, Kafka trajo una carta escrita por la muñeca.
“Estoy bien. Me fui a conocer el mundo. No llores.”

Así empezó una historia entre ellos que duró varias semanas.
Cada día, Kafka escribía una nueva carta llena de aventuras.

La muñeca viajaba por montañas, mares, ciudades… siempre pensando en ella.
La niña reía y se ilusionaba con cada nuevo mensaje.

Finalmente, Kafka trajo una muñeca distinta, diciendo que había regresado.
La niña la miró y dijo: “no se parece”.

Entonces, Kafka le entregó otra carta, más profunda aún:
“Mis viajes me han cambiado, pero sigo siendo yo.”

La niña abrazó la muñeca y se fue feliz a casa.
Esa historia marcó su niñez, aunque no entendiera todo aún.

Un año después, Kafka murió… dejando atrás ese gesto eterno.
Décadas después, ya adulta, halló algo escondido en la muñeca.

Una última carta, firmada por Kafka, con un mensaje inmortal:
“Todo lo que amas se puede perder, pero vuelve distinto.”

Todo lo que amas puede cambiar, romperse o incluso irse.
Pero si aceptas el cambio, el amor vuelve de otra forma.
En una amistad nueva, en un recuerdo, o en ti mismo.
El dolor transforma, pero también revela lo que realmente permanece.

¿Perdiste algo valioso?
No te cierres. Tal vez vuelva… con otro nombre y forma.

11/07/2025

Así era una clase de medicina en 1901.

La medicina a principios del siglo XX era un campo en transformación, con descubrimientos y avances que sentaron las bases para la medicina moderna. Las prácticas médicas empezaron a alejarse de los métodos tradicionales y empíricos, acercándose cada vez más a una ciencia basada en la evidencia.

Algunos de los descubrimientos y avances de esta época fueron:

- Los grupos sanguíneos. Hicieron posible las transfusiones de sangre seguras.

- El desarrollo del primer tratamiento efectivo contra la sifilis.

- Los métodos antisépticos se perfeccionaron, reduciendo infecciones postoperatorias.

- La anestesia con éter y cloroformo se volvió más común, permitiendo cirugías más largas y complejas.

- Se desarrollaron las primeras vacunas, como la vacuna contra la rabia, la difteria, el tétanos y la tos ferina.

11/07/2025

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