Es litoraleña aunque insistamos a darle la espalda al agua. De hecho no es que le demos la espalda, si no que nos la niegan. Nos dan Pampa por Río, soja por boga, barco chino visto lo lejos por paseo en bote. La ciudad es cafishio del río y lo regentea a su gusto, a él y a todos los suyos. Los remató ya al mejor postor: entubó o pudrió todos los arroyos, secó las lagunas y en un ataque de histeria
hace unos cien años hizo que unos presos cavaran otra en medio de un bosque falso. El Paraná está lejano como los 4 pesos que sale el viaje en bondi para acercarse a verlo. Y una vez ahí, no vemos muchos pájaros y peces: los ruidos de las patinetas los espantan. Los pescadores tienen que hacer malabares para tirar la línea a través de las rejas que los separan del agua. En los barrios que siguen siendo barrios y no manzanas de edificios con gentes atomizadas, los árboles protestan contra la imposición de la Pampa rompiendo las veredas. Son legítimos estos reclamos, pero injusto es el método. Las hojas tapan las zanjas y se improvisa un teatro de arroyo que arrastra más p***s que olvidos. Ya no podemos escuchar al río, no sin dedicarnos a eso exclusivamente. En los agradecimientos y los reclamos de los vecinos; en la música que vuelve a inundar la ciudad con la cumbia sonando al palo desde un celular; en la inocencia de creernos una ciudad y ser sólo un pueblo precoz; en las paredes, columnas y cordones camaleónicos entre el auriazul y el rojinegro; en el ‘Buen Día’ que le damos al canillita que seguro no tiene un buen día en el trabajo insalubre que le toca: juntacadáveres en papel. Hoy la Voz del Río está en la Voz del Rioba. Por eso este periódico.