26/05/2020
Zadig [Archivo de En la sombra del agua]
"¿Quién serás esta noche en el oscuro
sueño, del otro lado de su muro?"
J. L. Borges
Cuando nos encontramos en los dominios del sueño, un solo paso puede provocar la transformación del mundo, cada decisión parece inaugurar un universo nuevo; asumimos que somos los autores de tal creatividad, aunque no podríamos dar cuenta de cómo lo hacemos. Dejamos pasar la pregunta, apartamos los sueños de los de la vigilia, separamos lo inquieto de lo estable y elegimos el lado más conveniente. En verdad, podríamos preguntarnos si no se oculta un acto de sueño detrás de cada creación, de cada asalto de inspiración. La incógnita por el origen de lo creado rompe el muro del sueño y se desparrama por otros ámbitos.
Al encontrarnos con la muestra de Zadig García Zalazar parece que en cada paso se abre algo nuevo y personal. Cada cuadro es una ventana y cada ventana proyecta una realidad que, primero, fue un sueño. Tal vez por ello, cuando vemos “Inquietud” nos reconocemos en esa tormenta, en lo gris y en lo potente: el irrefrenable oleaje, el destino de ese cielo y la nobleza de la tierra.
En aquella exposición, un ángel luchó y ganó, pero su gloria no está en su grandiosidad o limpidez: la victoria está en las marcas de la batalla, en los dolores y los sacrificios que la empujaron. Es la victoria del que se mantuvo a pesar de lo razonable, el que creció en lo que perdió.
En cada pintura se evidencia una mano, un color y un trazo que refieren constantemente a Zadig. Las miradas y los reflejos que crea están pintados por su pecho y sus brazos, porque el primer lienzo que tuvo desde su infancia fue su piel y su historia. Sus pecas son las salpicaduras de la pintura que pincela con su mirada.
Puede que llamar “ventanas” a sus obras no sea específico ya que su capacidad reflexiva las acerca a la naturaleza de los espejos. Cuando “El sol va pintado” nos encuentra, descubrimos el reflejo dentro del reflejo, como el sueño dentro del sueño, que alumbra algo distinto en cada imitación; la brisa arrulla el agua preñada de realidades que se suceden una tras otra y un tesoro se manifiesta en fugaz instante.
Avanzar en los sueños es enfrentar lo distinto, separarlo y volverlo a unir, viviendo con naturalidad la unión de lo diverso. La vida tiene ese carácter de nudos y tejidos, tiene un ser de madeja que enreda sobre sí. “Dulzura y aspereza” tiene ese mismo ser, entrelaza las líneas de una mirada, un corazón, una boca y los vuelve cúmulo de límites indistinguibles.
En el otoño de 1745, Voltaire esperaba el amanecer por sobre las escamas de la fortaleza junto a La Condamine. Aquel, rompiendo un largo silencio, le confiesa que soñó con Zadig, cuyo destino era llegar a lugares insólitos e inesperados con cada paso que daba. Tal vez, el sueño y sus consecuencias están más cerca del futuro que de lo vigente.
Cuando nos encontramos en los dominios del sueño, un solo paso puede provocar la transformación del mundo, cada decisión parece inaugurar un universo nuevo; asumimos que somos los autores de tal creatividad, aunque no podríamos dar cuenta de cómo lo hacemos. Dejamos pasar la pregunta, apartamos los sueños de los de la vigilia, separamos lo inquieto de lo estable y elegimos el lado más conveniente. En verdad, podríamos preguntarnos si no se oculta un acto de sueño detrás de cada creación, de cada asalto de inspiración. La incógnita por el origen de lo creado rompe el muro del sueño y se desparrama por otros ámbitos.
Al encontrarnos con la muestra de Zadig García Zalazar parece que en cada paso se abre algo nuevo y personal. Cada cuadro es una ventana y cada ventana proyecta una realidad que, primero, fue un sueño. Tal vez por ello, cuando vemos “Inquietud” nos reconocemos en esa tormenta, en lo gris y en lo potente: el irrefrenable oleaje, el destino de ese cielo y la nobleza de la tierra.
En aquella exposición, un ángel luchó y ganó, pero su gloria no está en su grandiosidad o limpidez: la victoria está en las marcas de la batalla, en los dolores y los sacrificios que la empujaron. Es la victoria del que se mantuvo a pesar de lo razonable, el que creció en lo que perdió.
En cada pintura se evidencia una mano, un color y un trazo que refieren constantemente a Zadig. Las miradas y los reflejos que crea están pintados por su pecho y sus brazos, porque el primer lienzo que tuvo desde su infancia fue su piel y su historia. Sus pecas son las salpicaduras de la pintura que pincela con su mirada.
Puede que llamar “ventanas” a sus obras no sea específico ya que su capacidad reflexiva las acerca a la naturaleza de los espejos. Cuando “El sol va pintado” nos encuentra, descubrimos el reflejo dentro del reflejo, como el sueño dentro del sueño, que alumbra algo distinto en cada imitación; la brisa arrulla el agua preñada de realidades que se suceden una tras otra y un tesoro se manifiesta en fugaz instante.
Avanzar en los sueños es enfrentar lo distinto, separarlo y volverlo a unir, viviendo con naturalidad la unión de lo diverso. La vida tiene ese carácter de nudos y tejidos, tiene un ser de madeja que enreda sobre sí. “Dulzura y aspereza” tiene ese mismo ser, entrelaza las líneas de una mirada, un corazón, una boca y los vuelve cúmulo de límites indistinguibles.
En el otoño de 1745, Voltaire esperaba el amanecer por sobre las escamas de la fortaleza junto a La Condamine. Aquel, rompiendo un largo silencio, le confiesa que soñó con Zadig, cuyo destino era llegar a lugares insólitos e inesperados con cada paso que daba. Tal vez, el sueño y sus consecuencias están más cerca del futuro que de lo vigente.
Zadig Garcia Zalazar