12/11/2024
Hoy en el espacio de Voces y Poesía: Clementina.
Sonriente serena, atemporal y en el monte, esa pasión que descubrió durante unas breves vacaciones en la provincia que la vió nacer. Solía fumar, usar pantalones e ir poco a misa, cierta religiosidad conservadora no le impidió crecer en su espiritualidad que la llevó a conectarse con la madre tierra, con toda la geografía única y singular .
Acompañó a su hermana, una maestra rural durante unos días, y se encontró, con lo que más tarde el profesor Andrés Rivas titularía una 'revelacion'.
Esa mujer de la fotografía se llama Clementina Rosa Quainelle, (Quenel)
nació un 22 de agosto de 1901, en Santiago del Estero, descendiente directa de Franceses dominaba ese idioma con facilidad y distinción, era de tez blanca, ojos claros, cabello rubio, de silueta y elegancia, sin embargo en su sangre corría el mestizaje, no como un sello de dominio sino de encuentro, será pues la huella de su madre una Criolla, morena, callada y profunda mujer de las entrañas de la ruralidad campesina. Clementina habría de estudiar en el brillante Colegio Nacional Absalón Rojas para más tarde seguir sus estudios en abogacía en la atrapante Buenos Aires, aún así lo único que le interesaba de todo eso, era estudiar el derecho penal. Su alma era dulce y vibrante. Por aquel entonces escribió para varias revistas que adquiría la clase media argentina, y con determinadas temáticas, revistas como 'El hogar', 'Chabela', entre otras.
Es cierto que todo aquello le sirvió de aprendizaje hasta su reencuentro con el monte Santiagueño y con todos aquellos rostros, colores, olores, sentimientos y amargas realidades que presentaría de modo académico como 'destino'. Se encendería el fuego, que incluso la llevaría a conformar aquel grupo de ilustres hombres llamado 'La brasa', quienes realizarían grandes avances culturales para todo el territorio del Norte conectando con importantes figuras de la élite literaria de entonces.
Clementina explota en la fuerza de lo femenino una narrativa precisa, descriptiva y profunda...
Escribió La luna negra (cuentos, 1945)
Elegías para tu nombre campesino (poesía, 1951)
Poemas con árboles (poesía, 1961)
Los Ñaupas (consejos, refranes y dichos de viejos paisanos, 1967)
El bosque tumbado (novela póstuma, 1981)
A continuación los invito a leer un fragmento del cuento 'La creciente', y si desean leer más de ella me escriben en los comentarios.
Nos leemos. Abrazo literario, hasta pronto.
La profe Rosana.
La creciente
Clementina Rosa Quenel
Y las aguas salieron de madre.
Eumelio Chaparro, al filo de la media noche, llegó con la noticia:
—¡Huijuuuu... ijuuuuu!....., L'agua se viene...
El eco del grito, por un instante agujereó la noche, y después acabó blando en la calma
diáfana. El jinete mismo fue a fundirse en la sombra del algarrobal tupido, ladero al cruce de caminos. Iba a azuzar a los otros llevando en vilo el estuario lleno.
Pancho Leiva quedó inmóvil junto a la puerta de su rancho. Medio abombado por el sobresalto del anuncio, se restregó los ojos con el revés de las manos y miró la noche. Clarita y translúcida era. Cargada de estrellas, con una luna dorada y un resplandor que ardía en las pupilas. Ni un varillazo de viento estremecía los árboles o sunchales ribereños, y del poleo
en flor se desparramaba como un frasco de perfume.
Nuevamente retumbó desde el otro lado el grito alegre de Eumelio Chaparro.
Esta vez se hundió con filo de zarpa el eco salvaje y tembló largo, en todo el silencio
ancho.
Despacio, quizás para hacer algo, el hombre se fue hasta el fogón casi ahogado en cenizas y atizó el sobrante vivo. Arrimó una leña que en seguida empezó a humear. De un barril sin tapa sacó agua en un tarro y llenó la pava de lata. Por último, acodándola sobre el fuego, se enderezó aliñando un "chala". Con pasos lentos se puso a caminar, y bajo el tala raspó un fósforo que le fotografió en rojo la cara. Dio unas chupadas al chala y prosiguió la marcha. Dos pasos más allá, una voz de mujer le enlazó desde la puerta del rancho:
—Ché Pancho, ¿no vas a acostarte, hombre?...
—No pó... dejame aquicito un rato...
—¡Ya no estás podiendo!... ta es pitador y ojo duro el hombre...
—Si no estoy, po, embichao...
No quería dormir. Ni estaba boleado para ello. Allí quedaría hasta el alba, en acecho.
Sí, en acecho. ¿No venía tragando distancias la creciente? Entonces, ¿qué cristiano era capaz
de pegar un ojo? ¡Ocurrencias de mujer!...
Como cuña en el oído llevaba las palabras de pesadilla:
—Dicen que viene con juria esta vuelta, ¡rempujando fiero!...
Mirando hacia adelante se quedó pensativo. Le calculaba que a eso de las cuatro de la mañana llegaría el apurón del agua. Mascando el cigarro, Pancho Leiva siguió. Al doblar hacia el río, sus alpargatas tronzaron un yuyaI seco. Recién advirtió que la falta de agua ya secaba el verde. Cuando llegó a...