28/10/2025
𝘈𝘮𝘢𝘯𝘦𝘤𝘦𝘳 𝘥𝘦𝘴𝘱𝘶é𝘴 𝘥𝘦 𝘭𝘢𝘴 𝘶𝘳𝘯𝘢𝘴
𝙀𝙣𝙩𝙧𝙚 𝙘𝙞𝙛𝙧𝙖𝙨 𝙮 𝙜𝙚𝙨𝙩𝙤𝙨: 𝘼𝙧𝙜𝙚𝙣𝙩𝙞𝙣𝙖 𝙧𝙚𝙩𝙤𝙢𝙖 𝙡𝙖 𝙧𝙪𝙩𝙞𝙣𝙖 𝙩𝙧𝙖𝙨 𝙪𝙣𝙖 𝙚𝙡𝙚𝙘𝙘𝙞ó𝙣 𝙝𝙞𝙨𝙩ó𝙧𝙞𝙘𝙖
𝘓𝘢 𝘓𝘪𝘣𝘦𝘳𝘵𝘢𝘥 𝘈𝘷𝘢𝘯𝘻𝘢 𝘴𝘦 𝘪𝘮𝘱𝘶𝘴𝘰 𝘺 𝘭𝘢 𝘱𝘢𝘳𝘵𝘪𝘤𝘪𝘱𝘢𝘤𝘪ó𝘯 𝘧𝘶𝘦 𝘣𝘢𝘫𝘢, 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘦𝘭 𝘱𝘢í𝘴 𝘴𝘦 𝘳𝘦𝘦𝘯𝘤𝘶𝘦𝘯𝘵𝘳𝘢 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘮í𝘴𝘵𝘪𝘤𝘢 𝘤𝘰𝘵𝘪𝘥𝘪𝘢𝘯𝘢 𝘥𝘦 𝘤𝘢𝘥𝘢 𝘵𝘳𝘢𝘣𝘢𝘫𝘢𝘥𝘰𝘳 𝘺 𝘦𝘯 𝘩𝘪𝘴𝘵𝘰𝘳𝘪𝘢𝘴 𝘮í𝘯𝘪𝘮𝘢𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘪𝘯𝘴𝘱𝘪𝘳𝘢𝘯.
El día después de las elecciones legislativas encuentra a la Argentina en marcha: mientras se asimilan los resultados, la Boleta Única de Papel recibe elogios y los relatos de una abuela centenaria o el café de madrugada marcan el verdadero pulso de una democracia que confía en el trabajo diario para hacer patria.
Las ciudades despiertan despacio, como si el país entero buscara estirarse tras una larga madrugada de vigilia. En el centro y los barrios, el aroma a café inunda las oficinas antes del primer saludo. Los porteros despliegan las escobas y abren los portones escolares, mientras más lejos, en la llanura, las máquinas del campo ya rugen contra el rocío. Autos de remiseros y taxistas calientan motores junto a las primeras frecuencias de colectivos; pronto, cada recorrido llevará historias nuevas y resabios de jornada electoral.
Los docentes planchan guardapolvos con el apuro de quien cumple promesa y deber, madres y padres preparan desayunos y mochilas con esperanza y un guiño de cansancio. Serenos que sostuvieron la noche con la radio encendida, repasando resultados, ahora vuelven a sus casas: necesitan cerrar los ojos y descansar, aunque sea un rato, antes de retomar la rutina.
Albañiles cargan herramientas, herreros y carpinteros afilan el nuevo día. Las veredas se pueblan del rumor de quienes trabajan, de quienes buscan, de quienes todavía sueñan con un país para todos. Nadie pregunta sobre las celebraciones o las derrotas, pero en cada conversación breve asoma el eco de la jornada: para algunos, la alegría efusiva del festejo; para otros, la duda o la bronca. Pero por encima de todo, el pulso terco de seguir.
La noticia llegó rápida en los portales y radios: el contundente triunfo de La Libertad Avanza, el partido de Milei, que conquistó el 40% de los votos. Los mapas se tiñeron de un violeta nuevo y las crónicas internacionales narraron el fenómeno con sorpresa y ciertos interrogantes. Sin embargo, la otra cara fue el ausentismo: menos del esperado se acercó a votar. En las filas, la conversación se repetía de boca en boca: “la participación fue baja, pero algo nos sigue trayendo acá”. El compromiso mantiene su forma, aun cuando el entusiasmo ondea bajo.
Y fue allí, en la trastienda del acto electoral, donde la emoción puso su firma. En Paraná, la abuela Paula Aranda, con casi 103 años, desafió la lógica y el cansancio de la edad. “No, yo subo”, dijo, cuando le propusieron acercarle la urna; subió los escalones despacio y seguro, arrancando aplausos y sonrisas a una escuela entera que por un instante se olvidó de las diferencias y celebró la dignidad en estado puro. En La Plata, Ángela, de 100 años, se apoyó en su andador y preguntó con una claridad única por el nuevo sistema. La boleta, que asustaba a muchos, fue para ella motivo de curiosidad y reto: “Vinieron los chicos a explicarme cómo doblar y no tuve problemas”, soltó contenta al salir del box.
La Boleta Única de Papel se llevó los elogios, porque, si bien hubo confusiones y risas ante la novedad, la mayoría de los votantes la celebró como aire fresco en la vida democrática. Jóvenes y mayores aprendieron juntos. El personal de las escuelas se volvió docente improvisado, guiando manos temblorosas para que la elección fuera más que un trámite: fuera una experiencia compartida.
En el aula y en la fila hubo espacio para la ternura y el humor. La abuela que, al terminar de votar, prometió celebrar con “un dedo” de vino; el portero que encontró una sonrisa en cada saludo; el policía que vigiló pacientemente el recorrido del sobre desde la mano de un niño. El periodismo también se puso a la caza de historias: aquellas que no entran en la planilla de escrutinio, pero iluminan el alma de la jornada.
Sí, es cierto: muchos jóvenes faltaron y se debatió sin descanso el porqué de esa distancia y desilusión. Pero la fila de historias singulares siguió tejiendo una épica silenciosa, invisible a las estadísticas. El día electoral fue, detrás de su resultado numérico, la sumatoria de voluntades anónimas.
Mientras el país anotaba números y analizaba futuros, afuera quedaba la estampa de una Argentina que, entre dudas, sueños y rutinas, sigue creyendo en el valor de elegir. Así, cada argentino regresa al oficio y al sueño. En el anonimato de la rutina, volvemos a hacer patria: en las aulas y los talleres, en el volante y la fábrica, en casa y en la calle. Porque el país no se construye sólo en la urna, sino sobre el sudor generoso de quienes madrugan y apuestan una vez más.
Nos seguiremos levantando temprano, todos, para hacer de la Argentina una tierra más justa, más fuerte, más empática. Rogando, en silencio o en voz baja, que Dios ilumine a los nuevos dirigentes elegidos por la voluntad popular. Que sean capaces de escuchar, de servir y de honrar a un pueblo que nunca deja de empezar el día.
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