25/09/2025
🟢 REFLEXIONES
Elías tenía 10 años y un secreto: no bebía agua delante de sus compañeros.
Siempre esperaba a llegar a casa para saciarse. En la escuela decía que no tenía sed, que prefería jugo, que el agua del grifo le sabía rara. Pero la verdad era otra.
—¿Por qué no tomas agua, mi amor? —le preguntaba su madre, Mariana, al verlo llegar acalorado y boqueando.
—Porque me da vergüenza… Todos llevan botellas bonitas, con sus nombres, con dibujos. Yo solo tengo esta… —y mostraba una botella reciclada, de una soda que habían recogido del basurero.
Mariana era madre soltera. Limpiaba oficinas de madrugada y por las tardes cosía para vecinas del barrio. Nunca le faltó amor para su hijo, pero sí recursos. Y aunque intentaba hacer magia con lo poco que tenía, había detalles que se le escapaban… como una simple botella de agua que, para su hijo, se había convertido en motivo de humillación.
Una tarde, Mariana fue a recogerlo a la escuela. Desde lejos lo vio jugar al fútbol, sudado, rojo, jadeando. Todos bebían de sus botellas… menos él. Solo cuando creyó que nadie lo miraba, fue a la mochila, sacó su vieja botella arrugada y bebió a escondidas detrás de un árbol.
Mariana se le encogió el corazón.
Esa noche, mientras cosía un vestido de novia, sus dedos temblaban. Las lágrimas caían sin permiso.
—¿Qué clase de mundo hemos creado, donde un niño tiene vergüenza de beber agua? —murmuró.
No tenía dinero para comprar una botella de diseño, pero sí tenía hilo, aguja… y una idea.
Buscó una vieja cantimplora de metal que había sido de su abuelo. La limpió, la lijó, la pintó con esmalte sobrante. Le bordó una funda de tela con dibujos de planetas y estrellas. Y en un costado escribió:
“AGUA: EL VERDADERO COMBUSTIBLE DE LOS HÉROES.”
Al día siguiente, se la dio a Elías con una sonrisa.
—No es nueva. Pero tiene historia. Y corazón.
Elías la miró en silencio. Luego la abrazó con fuerza.
En la escuela, los compañeros lo miraron raro.
—¿Y eso? —preguntó uno.
—Mi botella. Solo los que salvan el mundo beben de aquí —respondió Elías con orgullo.
Días después, otros niños empezaron a traer botellas decoradas por sus padres. La moda cambió. Lo artesanal empezó a tener valor. Una profesora notó el cambio y pidió a los alumnos traer botellas “intervenidas” por sus familias. Mariana fue invitada a dar una charla.
Se paró nerviosa ante 25 niños y dijo:
—Yo solo soy una madre. Pero aprendí que la vergüenza nace cuando el mundo valora más lo que cuesta dinero que lo que cuesta esfuerzo. Y eso tenemos que cambiarlo.
Desde entonces, cada vez que Elías bebe agua, lo hace sin esconderse.
Porque aprendió que la dignidad no se mide por el plástico que llevas en la mano, sino por el amor con el que fue hecho. Créditos a su autor correspondiente