19/03/2025
Ser papá es lo mejor que me pasó en la vida. Y también, lo más desafiante.
Porque no solo se trata de aprender a cambiar pañales, lavar y desinfectar mamaderas, hacer lavados nasales, dar leche o sacar chanchitos. También hay que madrugar y volver a ser niño jugando. Aprender a tener más paciencia, abrazar a tu bebé cuando tiene miedo, cantarle para que se duerma, contarle cuentos, validar sus emociones. Educarte para entender cómo funciona un pequeño humanito que siente cosas nuevas todo el tiempo, que no puede manejar, y ponerle el alma para que siempre seas vos su lugar seguro.
Hay que aprender de nutrición y técnicas de persuasión para intentar que coman lo que les hace bien. De logística para coordinar sus cuidados. De psicología para acompañarlo en un berrinche, contenerlo de la manera más amorosa, y a la vez, ser la figura que pone límites con amor y respeto.
Y esas son algunas de las tareas desafiantes. Pero no son las más difíciles.
Lo verdaderamente difícil de ser papá, al menos para mí, es lidiar con la culpa de no poder estar siempre. De no poder darles todo el tiempo que quisieras. Tener que decidir entre construir un futuro de estabilidad para ellos o estar más presente hoy. Que te cuenten por teléfono que dijo su primera palabra. O no estar ahí cuando da sus primeros pasos.
Lo verdaderamente difícil es lo poco que se habla y valora el rol del papá que intenta hacerlo bien. Lo fácil que es señalarlo o juzgarlo. Las cosas que vivimos en silencio y nos aguantamos, porque “a papá no le puede doler”. Papá tiene que ser fuerte. Papá tiene que ser valiente, incluso cuando se muere de miedo. Papá tiene que callar y soportar.
Eso, para mí, es lo verdaderamente difícil.
Gracias a todos los buenos papás del mundo. Qué desafío enorme es el rol que nos toca, pero sigamos cumpliendo con nuestra misión más importante: amar y proteger a nuestros hijos. Porque con un abrazo apretado y un “te amo, papá”, todo está pagado.