08/12/2025
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Diciembre 8, 2025
Plan de lectura bíblica diaria:
Día 342 — Efesios 1-3
💎 RIQUEZAS INAGOTABLES PARA EL CREYENTE EN CRISTO
«Toda la alabanza sea para Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales en los lugares celestiales, porque estamos unidos a Cristo» (Efesios 1:3 NTV).
Cuando un pecador se arrepiente genuinamente de sus pecados y deposita su fe en Jesús como su Salvador personal, recibe una bendición indescriptible. La gracia providencial de Dios —esa gracia que busca, llama, convence, salva y transforma— se derrama de manera abundante sobre él. No se trata solo de un cambio externo o de una decisión emocional, sino de una obra sobrenatural del Espíritu Santo que regenera, vivifica y coloca a la persona en una nueva relación con Dios. John MacArthur afirma acertadamente que estas bendiciones incluyen «su justicia, sus recursos, su privilegio, su posición y su poder». En otras palabras, todo lo que Cristo posee por derecho eterno, el creyente lo recibe por pura gracia. Por ello, todas las sobreabundantes bendiciones de Dios pertenecen ahora a quienes han sido hechos hijos suyos por medio de la fe en Jesucristo, para que lo que pertenece al Hijo sea también compartido con los que están unidos a Él.
La expresión paulina «en Cristo» —o sus equivalentes— aparece alrededor de treinta y cinco veces en la epístola, subrayando la posición privilegiada, segura y gloriosa que los creyentes poseen desde el instante mismo en que creyeron. Esta frase no es una figura literaria ni un simple símbolo espiritual; es una realidad legal, espiritual y eterna. Ocurrió en un punto específico de nuestra historia personal: el día de nuestra conversión. Desde entonces, ya fuimos escogidos antes de la fundación del mundo, predestinados para ser conformados a la imagen de su Hijo, santificados por el Espíritu, adoptados como miembros de la familia celestial, redimidos de la esclavitud del pecado, sellados con el Espíritu Santo de la promesa, resucitados con Cristo a una vida nueva y, sorprendentemente, sentados con Él en los lugares celestiales. Nada de esto está en proceso; todo ha sido efectuado. Cada una de estas bendiciones representa una etapa gloriosa de la obra salvadora de Dios, otorgada por su soberana misericordia y asegurada por la obra redentora de Cristo.
Dios no ha retenido ninguna bendición para sí mismo. La herencia celestial que preparó para su amado Hijo la ha extendido también hacia nosotros. Somos coherederos con Cristo y participantes de su gloria futura. ¡Qué verdad tan sublime! ¡Qué regalo tan inmerecido! ¡Aleluya! Esta realidad debería llenar nuestra alma de gozo, gratitud, reverencia y obediencia. El creyente no es un mendigo espiritual, sino un heredero del Rey; no es un esclavo del pecado, sino un ciudadano del cielo; no vive para la condenación, sino para la gloria eterna.
Por ello, te exhorto hoy, con todo el amor y la urgencia que demanda el evangelio, a tomar una decisión firme, consciente y definitiva frente a Jesucristo. Cree en Él con todo tu corazón como tu Salvador, y confiésalo públicamente como tu Señor. No sigas desgastando tu vida persiguiendo las migajas vacías y pasajeras que el mundo ofrece. Levanta tu mirada y extiende tu mano hacia las riquezas eternas e incomparables que Dios ha preparado para quienes le buscan. Arrepiéntete ahora mismo, cree sinceramente en Jesús, y experimentarás la salvación que transformará tu vida y alcanzará a tu casa. ¡Hoy puede comenzar tu eternidad con Dios!
—Carlos Humberto Suárez Filtrín