F.M. Alternativa

F.M. Alternativa Exégesis y Teología Bíblica Evangélica

13/10/2025

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Octubre 13, 2025

Plan de lectura bíblica diaria:
Día 286 — Mateo 27-28

LA GRAN COMISIÓN DE JESÚS

«Jesús se acercó y dijo a sus discípulos: "Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por lo tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Enseñen a los nuevos discípulos a obedecer todos los mandatos que les he dado. Y tengan por seguro esto: que estoy con vosotros siempre, hasta el fin de los tiempos"» (Mateo 28:18-20 NTV).

Estas palabras que Jesús pronunció a sus discípulos después de su resurrección y antes de su ascensión al cielo son conocidas como la Gran Comisión. Se hallan, con matices complementarios, en los cuatro evangelios y en el libro de los Hechos, lo cual revela su trascendencia en el corazón del plan divino. En cada versión se resalta un aspecto distinto del mandato: en Mateo, la autoridad universal de Cristo; en Marcos, la urgencia de predicar a toda criatura; en Lucas, el arrepentimiento y el perdón como esencia del mensaje; en Juan, la misión respaldada por el Espíritu Santo; y en Hechos, el alcance geográfico que va «hasta lo último de la tierra». Nada fue dicho al azar. Jesús quiso dejar bien claro que la evangelización de todos los pueblos y el discipulado de todos los creyentes constituían las prioridades supremas de su ministerio antes de regresar al Padre.

Por ello, la Iglesia de Cristo —en todas sus épocas y culturas— y cada cristiano en particular debemos prestar atención reverente a estas palabras. La Gran Comisión no es un llamado exclusivo para pastores, misioneros o evangelistas, sino para todos los redimidos por la sangre del Cordero. Fue el último mandato de Jesús antes de su ascensión, y, por tanto, debe ocupar el primer lugar en la agenda de los que le amamos. Ignorarla es desobedecer directamente al Maestro.

El destacado evangelista británico del siglo XX, Leonard Ravenhill, planteó un desafío que aún sacude las conciencias: «¿Podría un marinero estar tranquilo sabiendo que alguien se está ahogando? ¿Podría un médico permanecer cómodo mientras sus pacientes se mueren? ¿Podría un bombero sentarse y dejar que un hombre se queme sin ofrecerle ayuda? ¿Puedes tú quedarte en Sion sabiendo que hay multitudes no alcanzadas que viven bajo condenación?».

Estas palabras deberían estremecernos. Jesucristo no podría permanecer indiferente ante el destino eterno de las almas perdidas, y nosotros, sus discípulos, tampoco deberíamos. El verdadero amor a Cristo se demuestra no solo en palabras, sino en una pasión ardiente por los perdidos.

El escritor canadiense Oswald J. Smith, incansable defensor de las misiones transculturales, expresó dos frases que resumen la urgencia de esta tarea: «Tú y yo no tenemos derecho a escuchar el evangelio dos veces cuando hay personas que aún no lo han oído ni una sola vez». Y luego añadió: «Hablamos acerca de la segunda venida de Cristo, mientras la mitad del mundo no ha oído hablar ni de su primera venida».

Estas afirmaciones nos confrontan con una realidad alarmante: mientras nosotros disfrutamos de cultos, alabanzas y conferencias, millones aún no han escuchado el nombre de Jesús. Cada minuto mueren miles sin haber tenido la oportunidad de oír el mensaje que salva. ¿Podemos seguir viviendo cómodamente ante tal tragedia espiritual?

El célebre misionero Hudson Taylor, fundador de la Misión al Interior de China, sintetizó este llamado con admirable claridad: «La Gran Comisión no es una opción para ser considerada, sino un mandamiento para ser obedecido». Dios no pide opinión, sino obediencia. Nos llama a salir de nuestra comodidad, a cruzar fronteras geográficas y culturales, y a ser testigos fieles en el lugar donde Él nos ha puesto. No todos irán a otro país, pero todos somos enviados al mundo que nos rodea: a nuestros vecinos, compañeros, familiares y amigos.

Recuerda: Dios te amó cuando no eras digno y te salvó cuando no lo merecías. Por gracia recibiste el evangelio y por gracia debes compartirlo. El mensaje de salvación no se guarda, se proclama. Predica con tu vida, con tus palabras y con tu ejemplo. Ora por los que sirven en campos difíciles. Apoya la obra misionera con tus recursos. Sé parte activa del cumplimiento del mandato del Señor.

El ser humano necesita a Cristo más que trabajo, salud, educación o vivienda, porque todas esas cosas, aunque valiosas, son pasajeras. Jesús mismo preguntó: «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?» (Marcos 8:36).

Nada puede compararse con la salvación eterna. Por eso, la Gran Comisión sigue siendo el corazón palpitante de Dios. Cada creyente que responde con obediencia contribuye a que el Reino avance, a que la luz disipe las tinieblas y a que el nombre de Cristo sea exaltado en toda nación, tribu, pueblo y lengua.

—Carlos Humberto Suárez Filtrín

12/10/2025

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Octubre 12, 2025

Plan de lectura bíblica diaria:
Día 285 — Mateo 25-26

🧬UNA VIDA CON PROPÓSITO

«¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y él me daría más de doce legiones de ángeles? ¿Cómo, pues, se cumplirían las Escrituras, de que así tiene que ser?» (Mateo 26:53-54 JBS).

Jesús le respondió estas palabras a Pedro cuando él, impulsado por su ímpetu y celo humano, sacó su espada y cortó la oreja de Malco, siervo del sumo sacerdote que participaba en el arresto de Jesús en el huerto de Getsemaní. Aquella escena no fue un simple incidente, sino un instante decisivo en la historia del universo. En ese momento se enfrentaban dos fuerzas opuestas: el deseo natural de defender la vida y el propósito divino de entregar la vida por amor. Jesús sabía que, con tan solo pronunciar una palabra, miles de ángeles acudirían desde el cielo para defenderlo. Sin embargo, eligió el camino de la obediencia, no el de la defensa personal. Si Él y sus discípulos hubieran optado por salvar sus vidas de aquella turba armada, ¿quién habría mu**to entonces para cumplir el sabio y eterno propósito del Padre, anunciado desde tiempos antiguos en las Sagradas Escrituras?

La opción de recibir la ayuda de los ángeles era, sin duda, muy tentadora. Después de todo, las Escrituras registran que dos ángeles destruyeron las ciudades de Sodoma y Gomorra con un poder indescriptible. ¡Imagina la potencia celestial de doce legiones de ellos! Pero Jesús no vino para destruir, sino para salvar. Él, que desde su niñez se deleitó en la lectura y meditación de las Escrituras, conocía el plan de su Padre hasta en sus más pequeños detalles. Sabía que su viaje a Jerusalén sería el último, que allí celebraría su última Pascua con sus discípulos, sería traicionado, juzgado injustamente por los líderes religiosos, entregado a los romanos y finalmente crucificado. Todo esto debía cumplirse para que las profecías se realizaran y el amor eterno del Padre se revelara en su máxima expresión. Jesús no fue víctima de las circunstancias, sino el perfecto ejecutor del plan divino. Cumplió la voluntad del Padre con amor, y por eso su obra redentora permanece vigente y eficaz por los siglos de los siglos.

Jesús halló en las Escrituras todo lo que necesitaba para vivir en completa comunión con el Padre. ¿Dónde encontró las palabras adecuadas para responder a las tentaciones del diablo en el desierto? En las Escrituras. ¿Dónde comprendió con claridad el propósito del Padre para su vida? En las Escrituras. ¿Dónde halló los argumentos precisos para refutar las trampas de fariseos y saduceos? En las Escrituras.

Por lo tanto, no hay duda: Dios revela su perfecta voluntad, guía a su pueblo y gobierna a su Iglesia por medio de las Escrituras. La Palabra de Dios fue la brújula de Jesús en su caminar terrenal, y debe ser también la nuestra en medio de un mundo confundido y sin rumbo.

La noticia prominente para hoy es que Dios también tiene un propósito maravilloso y específico para tu vida. Ese plan no está escondido en los astros, ni en las supersticiones, ni en los deseos del corazón humano: está revelado en su bendita Palabra. Si tomas tiempo para leerla con atención, meditar en ella con humildad y obedecer sus sabios consejos con fe, descubrirás el programa divino que el Padre diseñó especialmente para ti antes de la fundación del mundo. Su voluntad no es un misterio inaccesible, sino una ruta clara que se ilumina paso a paso para quienes caminan en comunión con Él.

Recuerda siempre esto: el verdadero éxito en la vida no consiste en realizar tus propios sueños, sino en cumplir los sueños de Dios para ti. Los proyectos humanos se desvanecen, pero los planes de Dios permanecen para siempre. Jesús renunció a su defensa, a su gloria y hasta a su vida terrenal para obedecer al Padre, y por eso fue exaltado hasta lo sumo. Si tú también aprendes a rendir tu voluntad a la suya, descubrirás que la obediencia, aunque a veces duela, es la senda más segura hacia la verdadera plenitud.

—Carlos Humberto Suárez Filtrín

11/10/2025

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Octubre 11, 2025

Plan de lectura bíblica diaria:
Día 284 — Mateo 23-24

🌩️¡REGRESARÁ!

«Porque como un relámpago que se ve brillar de oriente a occidente, así será cuando regrese el Hijo del Hombre. Entonces se verá en el cielo la señal del Hijo del hombre, y llenos de terror todos los pueblos del mundo llorarán, y verán al Hijo del hombre que viene en las nubes del cielo con gran poder y gloria» (Mateo 24:27, 30 DHH).

Comenzaré esta reflexión respondiendo a una de las preguntas más inquietantes de todos los tiempos: ¿cuándo ocurrirá la parusía, es decir, la segunda venida de Cristo? Según el evangelio de Mateo, capítulo 24, nadie sabe el día ni la hora de tan glorioso acontecimiento, excepto el Padre que está en los cielos. Ni los ángeles, ni siquiera el Hijo en su humanidad, conocieron ese momento designado por la soberanía divina. Esto nos enseña que la parusía no es un asunto de especulación, sino de preparación. El creyente no debe vivir calculando fechas, sino viviendo en constante comunión, fidelidad y esperanza, sabiendo que el Señor puede venir en cualquier instante.

Surge entonces otra pregunta inevitable: ¿qué señales precederán la segunda venida de Cristo? Jesús mismo las enumeró con claridad: se levantarán muchos falsos profetas y falsos mesías, que con su astucia y aparente poder engañarán a muchos, realizando prodigios y señales mentirosas. Se oirán guerras y rumores de guerras, naciones enfrentadas entre sí, y el mundo se sacudirá por hambres, pestes y terremotos en diversos lugares. Todo esto, dijo el Señor, será solo el principio de dolores.

Además, los discípulos del Mesías serán perseguidos en todas las naciones. Serán odiados, encarcelados, y muchos morirán por causa de su fe. Sin embargo, en medio de tanta oscuridad, el evangelio del Reino será predicado en todo el mundo como testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin. ¡Qué maravilloso contraste! Mientras el pecado alcanza su punto más alto, la gracia de Dios también alcanzará su máxima expresión, extendiendo su luz hasta los confines de la tierra.

Una de las señales más contundentes será la aparición del Anticristo, el hombre de pecado, descrito por Pablo como «el hijo de perdición» (2 Tesalonicenses 2:3-4). Este personaje se sentará en el templo de Dios, pretendiendo ser Dios, profanando el Lugar Santísimo y exigiendo adoración universal. Será el momento más oscuro de la historia humana: una abominación desoladora.

Entonces, Israel sufrirá una tribulación sin precedentes, un tiempo de angustia como nunca antes se ha visto. El Anticristo desatará una persecución feroz, asesinará a muchos y sembrará terror en todo el planeta. Sin embargo, Jesús aseguró que por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados, porque de no ser así, nadie sobreviviría.

¡Qué escena tan solemne! Muchos lamentarán haber rechazado al verdadero Cristo y haber puesto su confianza en el impostor. Las palabras del profeta Zacarías cobrarán vida: «Mirarán al que traspasaron, y llorarán por él como quien llora por su hijo unigénito» (Zacarías 12:10).

Pero el panorama cambia radicalmente cuando aparece el Rey de gloria. ¿Cómo será ese advenimiento? Jesús vendrá en las nubes del cielo con poder y gran gloria, acompañado de sus santos ángeles. Todo ojo lo verá, aun los que lo traspasaron. Su venida no será secreta ni simbólica, sino visible, majestuosa e inconfundible, «como el relámpago que sale del oriente y se muestra hasta el occidente».

El cielo se abrirá como un rollo, las trompetas resonarán con fuerza, y los ángeles serán enviados a reunir a los elegidos desde los cuatro puntos cardinales de la tierra. En el valle de Jezreel, también conocido como Armagedón, las aves del cielo se congregarán para devorar los cuerpos caídos de los ejércitos rebeldes. Cristo triunfará con la espada que sale de su boca, que es su Palabra, y reinará con justicia, inaugurando la era mesiánica, el Reino de paz y verdad prometido desde la antigüedad.

Finalmente, surge la última pregunta: ¿quiénes llorarán cuando Jesús regrese? Llorarán aquellos que no lo reconocieron como Señor y Salvador, los que despreciaron su gracia, los que amaron más las tinieblas que la luz. Para ellos, el regreso del Señor será motivo de terror y desesperanza, porque serán arrojados a las tinieblas de afuera, donde «habrá llanto y rechinar de dientes».

Pero para los redimidos, ese día será el amanecer de la eternidad, el cumplimiento de todas las promesas, el encuentro con Aquel que los amó hasta la muerte. ¡Qué incomparable gozo será ver al Salvador cara a cara, revestidos de inmortalidad y rodeados de gloria!

Y tú, querido lector, ¿estás preparado para recibir a Jesús con alegría? ¿Has permitido que su sangre te limpie de todo pecado? ¿Está tu nombre escrito en el Libro de la Vida del Cordero? Recuerda: hoy es el día de salvación. No endurezcas tu corazón. Mañana puede ser demasiado tarde. Vive vigilante, fiel y expectante, porque «el que ha de venir vendrá, y no tardará» (Hebreos 10:37)).

—Carlos Humberto Suárez Filtrín

10/10/2025

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Octubre 10, 2025

Plan de lectura bíblica diaria:
Día 283 — Mateo 21-22

📜IGNORANTES E INCRÉDULOS

«Jesús contestó: —El error de ustedes es que no conocen las Escrituras y no conocen el poder de Dios» (Mateo 22:29 NTV).

En este capítulo, Jesús se enfrenta a dos grupos de oponentes particularmente hostiles: los fariseos y los saduceos. Ambos eran influyentes dentro del judaísmo del siglo I, pero profundamente diferentes en sus creencias. Los fariseos se caracterizaban por añadir tradiciones humanas a la Ley de Dios, cargando a las personas con mandamientos que Él nunca había dado. Los saduceos, en cambio, negaban lo sobrenatural, rechazaban la resurrección, los ángeles y el poder divino. Sin embargo, ambos coincidían en algo: su oposición obstinada al Mesías.

Intentando poner a Jesús en aprietos, lo acosaban con preguntas capciosas acerca del impuesto al César y de la resurrección de los mu**tos, buscando con ello desacreditarlo públicamente. Pero el Maestro, con sabiduría divina, respondió citando únicamente las Sagradas Escrituras. No recurrió a Confucio, ni a Buda, ni a Platón; no se apoyó en argumentos retóricos ni en filosofías humanas. Su autoridad provenía de la Palabra de Dios, porque en ella se encuentra la verdad absoluta, la que disipa toda ignorancia y proporciona luz sobre los enigmas de la vida y de la eternidad.

Jesús demostró que la Escritura es suficiente. Cada respuesta suya fue una lección magistral sobre cómo debe vivir y pensar quien ama a Dios: no basándose en tradiciones humanas, sino en la revelación divina. Mientras los fariseos añadían a la Biblia y los saduceos restaban de ella, ambos grupos se perdían en la incredulidad. Es el mismo error que muchos cometen hoy: unos distorsionan la Palabra, adaptándola a sus intereses, y otros la minimizan, negando su inspiración y autoridad.

Martín Lutero, el gran reformador alemán, advirtió sobre este peligro cuando escribió: «Los escritos de hombres mortales nunca podrán compararse con lo divinamente inspirado. Debemos ceder el lugar de honor a los profetas y apóstoles, manteniéndonos en actitud humilde a sus pies mientras escuchamos sus enseñanzas. En esta época tempestuosa, no quisiera que los que leen mis libros les dedicaran momentos que de otra manera podrían emplear en la lectura bíblica».

De modo semejante, Dwight L. Moody, el renombrado evangelista estadounidense, dijo: «Lo que necesitamos hoy son hombres que crean en la Biblia, desde la coronilla hasta las plantas de los pies; que crean en toda ella, tanto en lo que entienden como en lo que no comprenden».

Ambas citas reflejan la misma convicción que caracterizó a Jesús: conocer, creer y aplicar las Escrituras. Su ejemplo nos muestra que quien se arraiga en la Palabra tiene una base firme frente a la confusión del mundo. Los supuestos «sabios» de su tiempo intentaron atraparlo con argumentos intelectuales, pero el Maestro los redujo al silencio, demostrando que el poder de Dios es inseparable de su Palabra.

La noticia prominente de hoy es esta: Dios es el autor intelectual de la Biblia. En sus páginas revela su carácter, su plan redentor y su amor inquebrantable por la humanidad. No es un libro obsoleto, sino un manantial vivo de sabiduría que orienta, transforma y consuela.

Por eso, te animo a leerla, meditarla y obedecerla diariamente. Ella no solo iluminará tu mente, sino que también fortalecerá tu fe, moldeará tu carácter y te conducirá al éxito verdadero, ese que viene de vivir conforme a la voluntad de Dios. Como dijo Josué 1:8: «Medita en este libro de la ley de día y de noche... porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien».

—Carlos Humberto Suárez Filtrín

09/10/2025

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Octubre 9, 2025

Plan de lectura bíblica diaria:
Día 282 — Mateo 18-20

⛓️‍💥¡PERDONA Y SE LIBRE!

«Y tanto se enojó el rey, que ordenó castigarlo hasta que pagara todo lo que debía. Jesús añadió: —Así hará también con ustedes mi Padre celestial, si cada uno de ustedes no perdona de corazón a su hermano» (Mateo 18:34-35 DHH).

Pedro preguntó a Jesús: —Señor, ¿cuántas veces debo perdonar a alguien que peca contra mí?
Jesús le respondió: —No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Es decir, si alguien te ofende una y otra vez, tú debes perdonar siempre, sin llevar la cuenta.

A primera vista, este mandamiento podría parecer excesivo, incluso contraproducente. Tal vez pienses: «Si perdono una y otra vez, ¿no me mostraré débil? ¿No se aprovecharán de mí?». Sin embargo, Jesús nos enseña que el perdón no es signo de debilidad, sino de fuerza interior y de madurez espiritual. Perdonar no significa tolerar la injusticia, sino liberar el corazón del veneno del rencor y reflejar el amor de Dios.

Para ilustrar su enseñanza, Jesús contó la parábola de un rey que decidió ajustar cuentas con sus siervos. Uno de ellos le debía 60 millones de denarios (un denario era el salario de un trabajador por un día). Al no poder pagar, el rey, movido por compasión, perdonó por completo su deuda, mostrando un amor que superaba toda justicia humana.

Pero al salir, ese mismo siervo encontró a un compañero que le debía apenas cien denarios. Incapaz de mostrar misericordia, lo encarceló hasta que pagara su deuda. Al enterarse, el rey se indignó y reprendió al siervo, recordándole que, así como él había sido perdonado de una deuda inmensa, debía también mostrar misericordia a los demás.

La lección es clara: así como Dios nos perdonó en Cristo la inmensa deuda de nuestros pecados, nosotros también debemos perdonar incluso las ofensas más pequeñas que nos hacen los demás. El perdón no es opcional; es el reflejo del corazón transformado por el amor divino.

La noticia prominente de hoy es esta: Dios desea perdonarte el océano de tus ofensas para que tú puedas perdonar el sorbo de ofensas que te han hecho. Nuestro corazón no fue creado para almacenar odio ni rencor; fue creado para ser morada de Dios. El rencor esclaviza el alma, envenena la mente y nos impulsa a buscar venganza. Pero Dios nos llama a la libertad, a la paz y a la reconciliación.

Hoy, decide perdonar. Libera tu corazón de toda amargura y permite que el amor de Dios fluya a través de ti. Perdonar no solo transforma a quienes nos han hecho daño, sino que también nos libera a nosotros, llenando nuestra vida de paz, gozo y plenitud eterna. ¡Perdona hoy y sé libre para siempre!

—Carlos Humberto Suárez Filtrín

08/10/2025

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Octubre 8, 2025

Plan de lectura bíblica diaria:
Día 281 — Mateo 15-17

❤️‍🔥 EL AMOR QUE SANGRA POR NOSOTROS

«Desde entonces comenzó Jesús a advertir a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y sufrir muchas cosas a manos de los ancianos, de los jefes de los sacerdotes y de los maestros de la ley, y que era necesario que lo mataran y que al tercer día resucitara» (Mateo 16:21 NVI).

El reconocido escritor y crítico social Os Guinness afirmó: «El cristianismo es la única religión cuyo Dios lleva las cicatrices del mal». Esa declaración, profunda y estremecedora, nos recuerda que el Dios cristiano no observa el sufrimiento humano desde un trono distante, sino que entra en la historia, se encarna y se hiere por amor. En efecto, Jesús comprendió, a través de las Sagradas Escrituras, que el propósito eterno del Padre para su encarnación era llevar en su propio cuerpo las cicatrices del pecado de la humanidad. El teólogo Tim Keller lo expresó magistralmente: «Jesús no vino con una espada en las manos; vino con clavos en las manos. No vino a traer juicio, sino a sufrir el juicio».

Por tanto, la cruz del Calvario es la prueba suprema del amor de Dios hacia el ser humano. No existe otro símbolo en la historia que reúna con tanta intensidad el horror del mal y la grandeza del amor. Allí, suspendido entre el cielo y la tierra, Jesús demostró hasta qué extremo de humillación, dolor y entrega está dispuesto a llegar Dios para rescatar al hombre de su propia maldad. El célebre pensador cristiano John Stott confesó: «Yo mismo no podría creer en Dios si no fuera por la cruz. En el mundo real del dolor, ¿cómo podría alguien adorar a un Dios que fuese inmune al sufrimiento?».

Estas palabras resumen la esencia del cristianismo: un Dios que ama tanto que decide sufrir con y por nosotros. No se trata de un amor teórico ni poético, sino de un amor tangible, con sangre, lágrimas y cicatrices eternas. Jesús sabía perfectamente que su entrada a Jerusalén para celebrar la Pascua con sus discípulos sería la antesala de su pasión y muerte. No fue víctima de las circunstancias: aceptó voluntariamente el destino que el Padre le había trazado. En ese acto de obediencia perfecta, la eternidad —que no tiene principio ni fin— encontró un centro: la cruz.

El escritor Oswald Chambers lo expresó con claridad admirable: «Cuando Jesucristo derramó su sangre en la cruz, no fue la sangre de un mártir o de un hombre que dio su vida por otro; fue la vida misma de Dios derramada para redimir al mundo». La cruz no es una tragedia, sino el triunfo del amor sobre el pecado, del sacrificio sobre el egoísmo y de la vida sobre la muerte. Desde aquel madero brotó la esperanza que hoy sostiene a millones de almas redimidas.

La noticia prominente para hoy es que Dios te ama con el mismo amor con el que ama a su Hijo Jesucristo. Su anhelo más profundo es que vuelvas a casa arrepentido, que permitas que te abrace con ternura y te limpie de toda culpa.
Él no quiere condenarte, sino restaurarte, levantarte del fango moral y sentarte a su mesa para cenar contigo hoy y por la eternidad. Así que no pospongas la decisión más importante de tu vida. Vuelve tu corazón a Dios. Cree en Jesús ahora mismo, y serás salvo. Porque las cicatrices de Cristo gritan en silencio una verdad eterna: ¡Eres amado más allá de toda medida!

—Carlos Humberto Suárez Filtrín

07/10/2025

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Octubre 7, 2025

Plan de lectura bíblica diaria:
Día 280 — Mateo 13-14

POCA FE, POCOS MILAGROS

«Y se resistían a creer en él. Pero Jesús les dijo: —En todas partes se honra a un profeta, menos en su propia tierra y en su propia casa. Y no hizo allí muchos milagros porque aquella gente no tenía fe en él» (Mateo 13:57-58 DHH).

Cuando Jesús regresó a Nazaret, su tierra natal, decidió participar en la sinagoga, el lugar donde había orado y aprendido las Escrituras desde su niñez. Allí tomó la palabra, y todos —familiares, amigos y vecinos— quedaron profundamente asombrados por la sabiduría con la que enseñaba y por el poder que acompañaba sus palabras. Aquellos que lo habían visto crecer, que conocían su casa, el oficio de su padre José (el carpintero), a su madre María, y a sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas, no podían creer que aquel muchacho humilde de su barrio fuera ahora un maestro lleno de autoridad divina.

Su sorpresa, sin embargo, no se transformó en fe, sino en incredulidad. Se burlaban de Él, murmuraban entre sí y decían: «¿De dónde le viene toda esta sabiduría?». Jesús, con tristeza en su corazón, vio cómo su propio pueblo se resistía a creerle. El evangelista no dice que Jesús no pudiera hacer milagros —como si le faltara poder—, sino que no los hizo a causa de la incredulidad.

Este pasaje muestra que la fe en Jesucristo es la llave que abre el flujo de los milagros. Mucha fe, muchos milagros; poca fe, pocos milagros. Es como si Jesús hubiera llegado a Nazaret con un canasto repleto de bendiciones, dispuesto a derramar sanidades, restauraciones y maravillas sobre todos, pero no pudo hacerlo como deseaba, porque la gente lo rechazó. ¡Qué escena tan triste! El poder divino estuvo presente, pero la falta de fe impidió que fluyera.

Esta lección sigue vigente. ¿Cuántas cosas hermosas querrá Dios hacer en tu vida y en tu familia hoy, pero no las realiza porque tu corazón duda o se endurece? A veces confiamos más en los bancos, en los políticos o incluso en nuestras propias fuerzas que en el poder del Señor. Sin darnos cuenta, levantamos muros de desconfianza que bloquean la corriente de sus bendiciones.

La noticia prominente de hoy es que Dios te ama profundamente y desea bendecirte abundantemente. Él quiere obrar en ti y a través de ti, manifestando su poder para transformar lo imposible en posible. Pero, como enseña la Escritura, «sin fe es imposible agradar a Dios» (Hebreos 11:6).

Recuerda estas palabras sabias: «La fe no hace que las cosas sean fáciles, hace que sean posibles». Cree con todo tu corazón en Jesús, y experimentarás cómo su gracia abre caminos donde no los hay, sana heridas que parecían incurables y enciende milagros donde antes solo había desesperanza. Cree… y verás.

—Carlos Humberto Suárez Filtrín

06/10/2025

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Octubre 6, 2025

Plan de lectura bíblica diaria:
Día 279 — Mateo 11-12

🦶🏻¡NI A LOS TALONES!

«Les digo la verdad, de todos los que han vivido, nadie es superior a Juan el Bautista. Sin embargo, hasta la persona más insignificante en el reino del cielo es superior a él» (Mateo 11:11 NTV).

Si tuvieras que elegir al personaje bíblico más importante después de Jesús, ¿a quién escogerías? ¿A Moisés, por su fe y liderazgo? ¿A David, por su valentía? ¿A Pablo, por su pasión evangelizadora? Pues bien, ¿sabes a quién eligió Jesús? Exactamente: a su primo Juan el Bautista. Aquel hombre sencillo, de apariencia tosca y palabras firmes, a quien el propio Hijo de Dios elogió diciendo que “no ha surgido nadie mayor entre los nacidos de mujer”.

Juan tuvo un ministerio público breve pero intenso: predicó unos seis meses, fue encarcelado durante un año por denunciar el adulterio del rey Herodes y finalmente fue decapitado a los treinta años. ¡Una vida corta, sí, pero tremendamente significativa! En una época donde el mensaje de los profetas parecía haberse apagado, su voz tronó en el desierto como un relámpago que anunciaba la llegada del Sol de Justicia.

En la antigüedad, Dios le dijo a Samuel que Él no mira lo que mira el hombre, pues el hombre se fija en lo que está delante de sus ojos, pero Dios mira el corazón. En ese sentido, muchos hicieron cosas grandes antes de Juan, pero ninguno mereció la alabanza de Jesús.

Y entonces surge la pregunta: ¿qué fue lo que hizo Juan que cautivó tanto a su primo, el Mesías?
Juan predicaba el advenimiento del Reino de Dios en el desierto, bautizaba a los arrepentidos en el Jordán, y vivía con austeridad y pureza. Vestía una túnica de pelo de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba de miel silvestre y langostas. No tenía un aspecto elegante ni un discurso rebuscado. Era un hombre sencillo, pero auténtico. No buscaba aplausos, buscaba obedecer.

Juan no escribió ni una sola página de las Escrituras, no fundó una sinagoga, no lideró multitudes internacionales. No tenía un “ministerio global”, ni redes sociales, ni marketing espiritual. ¡Y sin embargo, cambió la historia! Su voz todavía resuena como un eco de pureza y valentía en medio de un mundo que aplaude el ruido y desprecia la verdad.

Ahora bien, ¿por qué casi ningún motivador contemporáneo se atreve a presentar a Juan el Bautista como modelo de liderazgo? Tal vez porque Juan no encaja en la lógica del éxito moderno: no acumuló riquezas, no buscó fama, no promovió su imagen. Su “estrategia” fue una sola: disminuir para que Cristo creciera. En una época obsesionada con la autoayuda, Juan nos recuerda que el propósito de Dios no es hacernos más grandes, sino más semejantes a Jesús.

Veintiún siglos después, Juan el Bautista sigue siendo un ejemplo vivo de integridad, un profeta sin máscaras, un predicador sin doblez, un siervo con un solo propósito: preparar el camino para el Rey. Su mensaje fue claro, su vida coherente y su final glorioso.

Y la noticia prominente para hoy es esta:
Dios no quiere hacer de ti una mejor versión de ti mismo, sino algo infinitamente superior: transformarte a la imagen maravillosa de su Hijo Jesucristo.

Esa tarea divina ha sido encomendada al Espíritu Santo, el mejor escultor del universo. Él lima asperezas, p**e defectos y moldea el carácter hasta reflejar la hermosura del Maestro. Así que, con toda humildad, puedes decirles a los que te rodean: “Tengan paciencia, por favor, todavía no estoy terminado".

Eres un creyente en construcción. Y el que comenzó en ti la buena obra, la perfeccionará hasta el día en que Jesucristo regrese. Amén.

—Carlos Humberto Suárez Filtrín

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