13/10/2025
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Octubre 13, 2025
Plan de lectura bíblica diaria:
Día 286 — Mateo 27-28
LA GRAN COMISIÓN DE JESÚS
«Jesús se acercó y dijo a sus discípulos: "Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por lo tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Enseñen a los nuevos discípulos a obedecer todos los mandatos que les he dado. Y tengan por seguro esto: que estoy con vosotros siempre, hasta el fin de los tiempos"» (Mateo 28:18-20 NTV).
Estas palabras que Jesús pronunció a sus discípulos después de su resurrección y antes de su ascensión al cielo son conocidas como la Gran Comisión. Se hallan, con matices complementarios, en los cuatro evangelios y en el libro de los Hechos, lo cual revela su trascendencia en el corazón del plan divino. En cada versión se resalta un aspecto distinto del mandato: en Mateo, la autoridad universal de Cristo; en Marcos, la urgencia de predicar a toda criatura; en Lucas, el arrepentimiento y el perdón como esencia del mensaje; en Juan, la misión respaldada por el Espíritu Santo; y en Hechos, el alcance geográfico que va «hasta lo último de la tierra». Nada fue dicho al azar. Jesús quiso dejar bien claro que la evangelización de todos los pueblos y el discipulado de todos los creyentes constituían las prioridades supremas de su ministerio antes de regresar al Padre.
Por ello, la Iglesia de Cristo —en todas sus épocas y culturas— y cada cristiano en particular debemos prestar atención reverente a estas palabras. La Gran Comisión no es un llamado exclusivo para pastores, misioneros o evangelistas, sino para todos los redimidos por la sangre del Cordero. Fue el último mandato de Jesús antes de su ascensión, y, por tanto, debe ocupar el primer lugar en la agenda de los que le amamos. Ignorarla es desobedecer directamente al Maestro.
El destacado evangelista británico del siglo XX, Leonard Ravenhill, planteó un desafío que aún sacude las conciencias: «¿Podría un marinero estar tranquilo sabiendo que alguien se está ahogando? ¿Podría un médico permanecer cómodo mientras sus pacientes se mueren? ¿Podría un bombero sentarse y dejar que un hombre se queme sin ofrecerle ayuda? ¿Puedes tú quedarte en Sion sabiendo que hay multitudes no alcanzadas que viven bajo condenación?».
Estas palabras deberían estremecernos. Jesucristo no podría permanecer indiferente ante el destino eterno de las almas perdidas, y nosotros, sus discípulos, tampoco deberíamos. El verdadero amor a Cristo se demuestra no solo en palabras, sino en una pasión ardiente por los perdidos.
El escritor canadiense Oswald J. Smith, incansable defensor de las misiones transculturales, expresó dos frases que resumen la urgencia de esta tarea: «Tú y yo no tenemos derecho a escuchar el evangelio dos veces cuando hay personas que aún no lo han oído ni una sola vez». Y luego añadió: «Hablamos acerca de la segunda venida de Cristo, mientras la mitad del mundo no ha oído hablar ni de su primera venida».
Estas afirmaciones nos confrontan con una realidad alarmante: mientras nosotros disfrutamos de cultos, alabanzas y conferencias, millones aún no han escuchado el nombre de Jesús. Cada minuto mueren miles sin haber tenido la oportunidad de oír el mensaje que salva. ¿Podemos seguir viviendo cómodamente ante tal tragedia espiritual?
El célebre misionero Hudson Taylor, fundador de la Misión al Interior de China, sintetizó este llamado con admirable claridad: «La Gran Comisión no es una opción para ser considerada, sino un mandamiento para ser obedecido». Dios no pide opinión, sino obediencia. Nos llama a salir de nuestra comodidad, a cruzar fronteras geográficas y culturales, y a ser testigos fieles en el lugar donde Él nos ha puesto. No todos irán a otro país, pero todos somos enviados al mundo que nos rodea: a nuestros vecinos, compañeros, familiares y amigos.
Recuerda: Dios te amó cuando no eras digno y te salvó cuando no lo merecías. Por gracia recibiste el evangelio y por gracia debes compartirlo. El mensaje de salvación no se guarda, se proclama. Predica con tu vida, con tus palabras y con tu ejemplo. Ora por los que sirven en campos difíciles. Apoya la obra misionera con tus recursos. Sé parte activa del cumplimiento del mandato del Señor.
El ser humano necesita a Cristo más que trabajo, salud, educación o vivienda, porque todas esas cosas, aunque valiosas, son pasajeras. Jesús mismo preguntó: «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?» (Marcos 8:36).
Nada puede compararse con la salvación eterna. Por eso, la Gran Comisión sigue siendo el corazón palpitante de Dios. Cada creyente que responde con obediencia contribuye a que el Reino avance, a que la luz disipe las tinieblas y a que el nombre de Cristo sea exaltado en toda nación, tribu, pueblo y lengua.
—Carlos Humberto Suárez Filtrín