12/08/2025
“Cuando una abuela muere…”
No solo muere una persona.
Muere una casa.
Muere una forma de amar.
Muere el único abrazo que nunca pidió nada a cambio.
Cuando una abuela muere, la familia cambia.
Ya no hay centro.
Ya no hay domingos iguales.
Ya no se escucha ese “mi’jo, ¿ya comiste?”
Ni ese consejo disfrazado de regaño que sabía más a cariño que a juicio.
Se va con ella el sazón único de su cocina,
la taza de café tibio que siempre estaba lista,
las cobijas tejidas,
los remedios caseros,
las oraciones que nos cubrían hasta cuando ni lo sabíamos.
Una abuela es raíz.
Es historia viva.
Es pasado contado con voz temblorosa y ojos brillosos.
Y cuando se va…
algo dentro de nosotros también se apaga.
Porque ya nadie te llama por ese apodo tierno.
Ya nadie te espera con tanta emoción.
Ya nadie te ama con esa mezcla de paciencia, orgullo y ternura incondicional.
Con su partida, se siente el vacío en la cocina,
en las fiestas familiares,
en los cumpleaños…
en todo.
Y ahí entendemos que la abuela no solo era la abuela.
Era el pilar.
El puente entre generaciones.
La contención silenciosa.
El abrazo sin condiciones.
Así que si la tienes viva, no tardes.
Abrázala fuerte.
Escucha sus historias.
Aprende sus recetas.
Pídele que te enseñe a rezar como ella.
Graba su voz.
Aprieta sus manos.
Quédate con todo lo que puedas de ella…
porque un día, cuando falte, desearás volver a escuchar aunque sea un regaño suyo.
Y si ya se fue…
honra su memoria viviendo con el amor que ella te enseñó.
Porque las abuelas no mueren del todo.
Solo se transforman en nostalgia…
y en bendición eterna.
(Fuente: internet)