24/05/2025
El toro decidió invitar a sus amigos a una gran comida.
—Yo ya estoy prestando mi casa, así que no aportaré nada —dijo con orgullo. 🐂
El perro se sumó rápido:
—Yo traigo un huesito viejo que encontré… aún tiene un poquito de carne —dijo, relamiéndose. 🦴🐕
El caballo, entre risas, agregó:
—Tengo por ahí un pedazo de queso del carnaval pasado… está algo rancio, pero no está verde todavía —dijo quitándole importancia. 🧀🐎
Todos miraron entonces a la gallina, esperando su respuesta.
—Ah, claro… ¿entonces todo lo demás lo pongo yo? —dijo la gallina con voz temblorosa.
—Bueno, traeré la leña, el arroz, los frijoles y me encargaré de cocinar… como siempre. —🐔
Ese día, la gallina llegó temprano, sudando, con un pañuelo amarrado y el machete en mano. Cortó la leña, cocinó todo, cargó maíz, frijoles y arroz. Hizo todo ella sola. El trabajo fue tanto que, sin querer, se le fue la mano con la sal. 🧂
Por la noche llegaron los invitados. El caballo dejó el queso, se sirvió una gran porción y al probar los frijoles hizo burla:
—¿Esto qué es? ¿Frijoles con sal o sal con frijoles? ¡Jajaja! 🤭
El perro dejó su hueso reseco, comió como rey y también se quejó:
—¿Qué pasó aquí? ¿Nos estás castigando o qué? 😒
Solo el toro no se quejó, porque a los toros les encanta la sal. 🐂
La gallina, triste pero silenciosa, fue por más frijoles, esta vez mejores. Cocinó con esmero. El aroma llenó la casa y los demás comieron felices… pero ni un “gracias” salió de sus bocas. Ni uno.
Ella siguió en la cocina, trabajando mientras ellos reían, contaban chismes y se olvidaban de que ella existía. Al final de la fiesta, todos se fueron sin despedirse de ella.
La gallina, cansada y hambrienta, buscó algo de comer, pero solo encontró una costra seca en el fondo de la olla. Se apretó el cinturón y comenzó a limpiar el desastre. 🧽
Así era siempre. Ella servía, ellos disfrutaban. Nadie la veía. Nadie preguntaba si estaba bien.
Hasta que un día, en otra fiesta como tantas, la gallina no apareció.
Ese día no hubo comida rica, ni frijoles sabrosos, ni leña encendida. Solo queso podrido, huesos secos… y mucho silencio.
—¿Y la gallina? ¿Dónde está?
—Vamos a buscarla.
—¿Tú sabes dónde vive?
—No…
—Yo tampoco…
Después de horas, hallaron una cueva solitaria. Desde adentro se oía una voz débil:
—Perdóname, mamá… solo quise cuidar a los míos… —era la gallina, hablando en sueños.
Los animales entraron, pero ya era tarde. La gallina no estaba. Solo el eco de su voz quedó rebotando entre las piedras. 🪨
Corrieron a casa del chivo, su único amigo, buscando respuestas.
—¿Qué pasó con ella? ¿Por qué vivía en una cueva? ¿Por qué nunca nos pidió ayuda?
El chivo, con tristeza, les dijo:
—Porque nunca la escucharon. Nunca la vieron. Nunca preguntaron.
—Ella salvó a su familia de una serpiente y, aun así, la rechazaron por miedo al veneno. Desde entonces, vivía sola, sin hogar, sin consuelo. Y mientras ustedes comían felices, ella lloraba en silencio.
—Daba todo, pero nadie notó que no tenía nada.
El toro, el caballo y el perro agacharon la cabeza, sin palabras.
—Ahora está conmigo. La rescaté. Ya no tiene fuerzas para seguir entregando su vida a quienes solo saben recibir —concluyó el chivo. 🐐
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Hay muchas personas como la gallina.
Que sonríen en público pero lloran en silencio. Que ayudan a todos mientras cargan con su propio dolor.
A veces, los que más dan… son los que menos tienen.
Y cuando se van, es cuando realmente se nota su ausencia.
Valora antes de perder. Agradece antes de que sea tarde.