
13/09/2025
Claveles rojos sobre el negro de la ropa de luto, como brasas encendidas en la memoria. Cada once de septiembre, durante más de cuatro décadas, un grupo de mujeres se instala en silencio en las escaleras de la catedral de San Marcos, en Arica. Son madres, hermanas, esposas, hijas y nietas de los detenidos desaparecidos, y en sus rostros se lee la historia de un país que quiso olvidar, pero que ellas rescatan en la memoria.
Desde 1984, en la crudeza de la dictadura, su protesta se levantó como una llamada urgente contra el silencio cómplice y la impunidad que acecha desde las sombras. Solo la quietud de su presencia, la firmeza de sus manos, el temblor contenido en sus cuerpos. Sin decir una palabra, hablan con el lenguaje más antiguo y poderoso: el del dolor convertido en resistencia, el de la memoria que se niega a morir, manteniendo viva la pregunta que, 52 años después, aún no tiene respuesta: ¿Dónde están?
Este once fue difícil de fotografiar; el dolor se transmite, se respira, se comparte. El silencio lo inunda todo, denso y pesado como la bruma del mar en la mañana. Esta vez, mi tía Irene, que año tras año se mantenía firme en esa escalera, no pudo asistir: su salud no se lo permitió. Aun así, su ausencia no es olvido; es la prueba silenciosa de que la memoria vive, que la resistencia se hereda y que, mientras haya quienes recuerden, nadie será olvidado.
Catedral San Marcos
Arica, Chile.
2024