28/06/2025
CUANDO UNA MADRE MUERE, UNA PARTE DE TI SE VA CON ELLA.
No se compara con la pérdida de un amor.
Porque un amor se supera,
pero la muerte de una madre…
se habita.
Se arrastra.
Se aprende a callar.
Ella no solo fue quien te cuidó,
fue quien te formó,
quien te dio el cuerpo con el que hoy caminas,
la sangre que corre por tus venas,
los gestos que repites sin darte cuenta.
Y el día que se va, no es solo ella la que muere…
es también el principio de ti.
Tu raíz.
Tu origen.
Tu primer amor.
No es un duelo más…
es el preludio de tu propia muerte.
Porque ya no está quien te dio la vida,
quien te enseñó a decir “mamá”,
quien te sostuvo antes de que tú supieras sostenerte sola.
Ese día, el mundo no se cae…
pero ya no vuelve a ser el mismo.
Ese día, las palabras ya no alcanzan,
y por eso hablamos sin parar antes de su partida.
Contamos cosas que jamás dijimos,
confesamos lo que escondimos incluso de nosotros mismos.
Y entre lágrimas, entre pausas, entre suspiros,
solo hay una certeza:
Que le debemos la vida.
Y por eso, en el silencio más doloroso,
solo queda arrodillarse y decirle:
gracias por haberme dado el regalo de existir.