15/06/2025
¡El Salado, la herida que aún sangra en los montes de María!
Por: Dairo Pérez
Periodista
"A mi esposo lo sacaron con una cuerda al cuello, como a un perro. Lo llevaban como si no fuera nadie. Me gritó: '¡No llores, cuida a los niños!'... y después escuché los gritos. Luego el silencio".
— Testimonio de Elvia Herrera, sobreviviente de la masacre
Era la mañana del 21 de febrero del año 2000. Trabajaba con RCN Televisión cuando una colega me propuso viajar a El Salado, Bolívar. La noticia que comenzaba a circular por los medios era inquietante: una masacre anunciada, una comunidad silenciada por el terror. Acepté. No sabíamos entonces que estábamos a punto de ingresar a uno de los capítulos más oscuros del conflicto armado colombiano.
Partimos desde Sincelejo, llegamos al Carmen de Bolívar en una camioneta 4x4 del director del DAS en Sucre de la época, quien nos acompañaba, ibamos 3 personas: Ibeth Salazar de CMI, él y yo de Noticias RCN. A medida que nos internábamos en la vía rural, empinada y flanqueada por espesa vegetación, el aire se volvía más denso, más tenso. A solo dos kilómetros de llegar al caserío, comenzamos a ver los signos del horror: botas aún con piernas abandonadas, uniformes camuflados rasgados al lado de la carretera, huellas de sangre secándose en el polvo.
Al llegar, fuimos interceptados por un hombre vestido de camuflado, armado. Nos identificamos como periodistas y fuimos escoltados por tropas del Ejército, que ya habían tomado control del pueblo. Nos llevaron a la cancha de cemento. Allí, lo imposible se volvió real: una mesa, una lima afilada aún con rastros de sangre, y un silencio cargado de muerte. Una testigo sobreviviente nos narró los hechos con voz quebrada, como quien no quiere despertar los gritos que aún retumbaban en las paredes.
“Los reunieron a todos en la iglesia. Con una lista en mano, iban llamando nombre por nombre. Los sacaban con sogas al cuello, los arrastraban a la cancha. Ahí los torturaban con una lima que metían entre sus costillas… querían que hablaran. Luego los degollaban o les daban un Tito de gracia. Y seguían con el siguiente”.
No era una historia aislada. Era parte de un plan sistemático de terror. La Comisión de la Verdad documentó que al menos 450 paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), pertenecientes al Bloque Norte comandado por Rodrigo Tovar Pupo, alias "Jorge 40", ingresaron al pueblo con apoyo logístico, militar y civil.
Entre el 16 y el 21 de febrero, la masacre se fue desplegando como una manta de horror desde los corregimientos de Canutal y Canutalito en Ovejas, Sucre, hasta El Salado, donde se ejecutó el capítulo más cruel: más de 60 personas asesinadas, entre ellas campesinos, líderes comunitarios, mujeres, niños y jóvenes.
“Los mataban al ritmo del tambor”, relató una mujer a quien le asesinaron a su marido. “Tocaban el tambor mientras los asesinaban… como si fuera una fiesta de sangre”.
La barbarie no se detuvo en los asesinatos. Las mujeres fueron víctimas de violencia sexual; varias fueron violadas delante de sus hijos. Los cuerpos, mutilados, fueron arrojados a la intemperie. Muchas familias sobrevivientes, en un intento por honrar a sus mu***os y detener la descomposición, los enterraron en una fosa común improvisada, a los pies de una cruz.
“No mataron guerrilleros. Mataron campesinos. Gente buena. Mi papá era maestro de música, ni siquiera sabía cargar un machete”, dijo Luis Álvarez, hijo de una de las víctimas.
Ese 21 de febrero salimos de El Salado a las tres de la tarde. El pueblo era un fantasma. Los sobrevivientes nos esperaban en El Carmen de Bolívar con preguntas desesperadas: ¿Qué vieron? ¿Sobrevivió alguien? ¿Volverán?
Regresamos a Sincelejo. Enviamos el material. Las imágenes y testimonios salieron al aire esa misma noche. Fuimos los primeros periodistas en llegar tras la masacre. Y aunque las cámaras capturaron mucho, lo esencial el dolor, la dignidad, la rabia, el miedo quedó en la piel.
Hoy, El Salado intenta levantarse. Sobre el polvo seco donde se derramó la sangre, han vuelto a crecer las siembras. El pueblo sigue marcado, pero vivo. Se respira esperanza, aunque con recelo. La masacre de El Salado fue una de las más crueles expresiones del paramilitarismo, un intento deliberado por sembrar terror, controlar territorio y aplastar cualquier forma de liderazgo social.
“Lo que pasó en El Salado no se puede olvidar, porque el olvido permite que se repita”, dijo una lideresa comunitaria en el acto de memoria realizado 20 años después de la masacre.
Las noches aún son inquietas. El miedo no se ha ido del todo. Pero el amor por el terruño, la memoria colectiva, y el deseo de justicia, son más fuertes.
Y cada vez que cierro los ojos, veo esa mesa, esa cancha, esa lista. Y vuelvo a preguntarme cómo el ser humano puede llegar a ser tan brutal... y cómo, aún así, el mismo ser humano encuentra fuerzas para sembrar, amar y volver a empezar.
¡En memoria de las víctimas y familiares, quienes aún esperan justicia!
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