Kamilo Menez TV

Kamilo Menez TV Relator y escritor de historias de la musica ¡Orgullosamente Provinciano! Propiedad & Autoría KMV
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Jorge Oñate y el exito vallenato que nació entre lágrimas y abrazos libaneses.Por: Kamilo Ménez VallenatoHay canciones q...
08/07/2025

Jorge Oñate y el exito vallenato que nació entre lágrimas y abrazos libaneses.

Por: Kamilo Ménez Vallenato

Hay canciones que no nacen para ser famosas, sino para sanar. Algunas no buscan aplausos, solo buscan quedarse en la memoria de quien ama. Así fue Mi gran amigo, la obra que Camilo Namén escribió con el corazón en duelo y que terminó convirtiéndose en uno de los homenajes más sinceros del vallenato.

Todo comenzó con una ausencia inesperada. Felipe Namén, conocido con cariño como Pepo, era más que un padre para Camilo: era su compañero, su confidente, su amigo de todos los días. Aquel hombre de sangre libanesa, que demostraba el cariño con besos cada vez que se cruzaban, tuvo un accidente mientras se dirigía a encontrarse con un amigo en Chimichagua, Cesar. Una caída terminó afectando su salud de forma silenciosa pero grave, y tras varios días de lucha, su cuerpo se apagó.

Camilo no estaba en casa cuando todo sucedió. Recibió la noticia lejos, sin poder abrazar a los suyos, sin poder despedirse. En esos días, la radio repetía una y otra vez la canción Mi viejo del argentino Piero, y cada palabra lo tocaba como si hablara directamente de su propia historia. Fue entonces cuando decidió escribir la suya.

Pero Camilo no quería hacer una copia ni un homenaje cualquiera. Lo suyo era un testimonio. Cada verso de Mi gran amigo nació de los recuerdos más íntimos con su padre: las conversaciones, las carcajadas, los consejos, los silencios compartidos. Más que una canción, fue un abrazo desde la distancia, un intento de llenar el vacío que había dejado su partida.

La canción fue grabada en 1972 por Jorge Oñate, con el acordeón de Miguel López, y quedó incluida en el álbum El jardincito. Desde entonces, Mi gran amigo ha acompañado a miles que también han perdido a un ser querido, sirviendo como consuelo, como espejo, como abrazo.

Y aunque Pepo ya no está físicamente, su recuerdo vive en cada nota, en cada verso. Porque hay amores que no terminan con la vida. Se transforman. Y en el caso de Camilo, ese amor se hizo canción. Una canción que, aún hoy, sigue diciendo todo lo que no pudo decirse a tiempo.

Rafael Orozco y la canción que nació del alma y se quedó en el corazón del puebloPor: Kamilo Ménez VallenatoHay cancione...
07/07/2025

Rafael Orozco y la canción que nació del alma y se quedó en el corazón del pueblo

Por: Kamilo Ménez Vallenato

Hay canciones que no se buscan, llegan. No se escriben con tinta, sino con el temblor de una emoción que desborda. Así nació De tanto verte, una canción que no fue compuesta: fue vivida. Porque antes de ser una melodía en la voz de Rafael Orozco, fue un suspiro retenido en el pecho de su autor, Gustavo Gutiérrez Cabello, el Flaco de Oro, cuando se topó con ese amor que no se grita… pero que lo dice todo con solo mirar.

Gustavo, que ya era un poeta afinado con el alma del vallenato romántico, conocía de sobra los caminos del sentimiento. Había escrito con nostalgia, con rabia, con ternura. Pero esa vez fue distinto. Aquella joven de quien poco se sabe y tanto se canta no llegó como otras: se quedó. Se le metió entre el pecho y la garganta. No hizo falta besarla, ni abrazarla, ni tenerla. Bastó verla, una y otra vez, para que su imagen se le volviera música.

Y entonces, como ocurre solo con los amores verdaderos, De tanto verte brotó sin pedir permiso. Cada verso fue el reflejo de una costumbre nacida del alma: verla a lo lejos, imaginarla cerca, soñarla sin tocarla. Porque hay cariños que no hacen ruido, pero lo dicen todo. Amores callados que no mueren, porque nunca fueron interrumpidos por la realidad.

Cuando la canción llegó a manos de Rafael Orozco, ya estaba completa… pero no había terminado de nacer. Faltaba el alma que la dijera. Y fue Rafael, con esa voz que tenía el poder de hacer que las palabras lloraran y sonrieran a la vez, quien le dio vida plena. Fue en 1980, en el álbum De Caché, donde junto a Israel Romero en el acordeón, esa joya encontró la forma definitiva de decir lo que el corazón no se atreve.

Desde entonces, cada vez que De tanto verte suena en una parranda, en una radio olvidada o en un recuerdo que vuelve, esa joven la que nunca supo que fue canción revive. Y con ella, revive también ese Gustavo enamorado, sencillo, vulnerable, que supo que no hay versos más sinceros que los que se escriben en silencio.

Hoy, más de cuatro décadas después, De tanto verte no ha envejecido. Es un himno de los que han amado en silencio. Es el retrato sonoro de lo que sentimos pero no decimos. Es la prueba de que hay canciones que no necesitan explicación, porque hablan un idioma que todos en algún momento de la vida hemos sabido escuchar: el del amor que se vuelve costumbre, mirada y canción.

Y ahí sigue, como el eco de un amor que fue tan fuerte… que todavía se canta.

Diomedes Diaz y la canción vallenata que nació de una visita, un trago y un abrazoPor: Kamilo Ménez VallenatoHay cancion...
07/07/2025

Diomedes Diaz y la canción vallenata que nació de una visita, un trago y un abrazo

Por: Kamilo Ménez Vallenato

Hay canciones que no se escriben. Se viven. Se sienten antes de nacer. Y cuando por fin llegan al mundo, no buscan fama ni aplausos: buscan un alma que las entienda. Así fue con Camino largo, una de las composiciones más hondas de Gustavo Gutiérrez Cabello, el Flaco de Oro, que encontró en Diomedes Díaz no solo un cantante, sino el destino final de sus versos.

Corrían los años 70, y Valledupar era un hervidero de inspiración. Las parrandas en el barrio Cañahuate no tenían horario ni despedida. En una de esas noches sin reloj, entre guitarras y copas, se encontraron dos mundos: el del poeta reflexivo y el del joven guajiro que ya empezaba a escribir su propia leyenda. Gustavo y Diomedes se conocieron sin protocolos, como se conocen los que están llamados a encontrarse.

Gustavo llevaba tiempo reflexionando sobre la vida, sobre ese camino largo y a veces incierto que todos debemos recorrer. Camino largo nació de esa meditación profunda: no era una canción de despecho ni de amores fugaces. Era una pieza existencial, una guía íntima para no rendirse, para seguir andando a pesar de la duda, el dolor y los tropiezos. “Lo importante del camino es no cansarse en la ruta”, decía, con esa sabiduría sencilla que solo dan los años y el alma tranquila.

Años después de aquella parranda inicial, Diomedes fue hasta la casa de Gustavo, en una esquina cercana a la plaza Alfonso López, en Valledupar. No llegó con orquesta ni séquito. Llegó solo, con una intención clara: quería la canción. Y no cualquier versión. Quería escucharla en la voz de su autor. Quería absorber el sentimiento desde la raíz.

Gustavo lo recibió como se recibe a un viejo amigo. Tomó la guitarra, se acomodó frente a una grabadora sencilla, y cantó. Su voz tranquila, directa llenó la habitación con una verdad que solo tienen las canciones nacidas del alma. Diomedes no dijo mucho. Lo escuchó en silencio. Al final, se acercó y lo abrazó. No era un gesto improvisado. Era el lenguaje de quienes entienden que algo grande acaba de pasar.

Compartieron un trago y una conversación que seguramente se perdió entre anécdotas, pero quedó sellada con ese abrazo y con la decisión de grabar la canción.

En 1980, Camino largo fue incluida en el álbum Para mi fanaticada, con el acordeón de Nicolás Elías “Colacho” Mendoza. Desde entonces, esa melodía cargada de esperanza y nostalgia ha acompañado a generaciones enteras, como una brújula emocional que orienta en medio del caos.

Porque hay canciones que no solo se escuchan: se caminan. Camino largo es una de ellas. Una guía para el alma. Un puente entre dos leyendas. Un recuerdo imborrable de cuando el Flaco de Oro le entregó a Diomedes Díaz no solo una canción… sino un pedazo de vida.

Rafael Orozco y la exitosa canción vallenata a la que decidió tocar su puerta en Medellín.Por: Kamilo Ménez VallenatoHay...
05/07/2025

Rafael Orozco y la exitosa canción vallenata a la que decidió tocar su puerta en Medellín.

Por: Kamilo Ménez Vallenato

Hay encuentros que no se escriben en agendas ni se planean con contratos. Hay canciones que no nacen en estudios ni oficinas, sino en el alma de quienes las sienten y en los lugares que sin querer se vuelven sagrados. Así ocurrió con “Enamorado como siempre”, una canción que no solo unió dos talentos inmensos del vallenato, sino que quedó marcada en la historia como uno de esos milagros cotidianos que solo pueden pasar cuando el arte y la vida se cruzan sin previo aviso.

Era 1978. Medellín respiraba música entre montañas, y el legendario Hotel Nutibara era testigo mudo de historias que no cabían en un solo pentagrama. Roberto Calderón, el poeta que sabe hablarle al amor con palabras que sangran dulzura, había llegado invitado por Beto Zabaleta a una jornada de grabaciones. Alojado en una habitación sencilla, con su guitarra cerca y los recuerdos de San Juan del Cesar en la maleta, no imaginaba que estaba a punto de regalarle al mundo uno de sus cantos más memorables.

Casi al mismo tiempo, en otra esquina del hotel, Rafael Orozco e Israel Romero los corazones del Binomio de Oro afinaban detalles para su nuevo disco. Rafael, ese hombre de voz tibia y mirada encendida, se enteró de que Roberto estaba ahí. No lo dudó. Subió, tocó la puerta y dejó que la intuición hiciera lo suyo.

Roberto abrió, sorprendido pero feliz. No era un encuentro pactado, era una visita del destino. Allí, entre el murmullo de la ciudad, una guitarra recostada en la cama y la brisa que entraba por la ventana, Calderón cantó. No una canción cualquiera. Era una declaración sin artificios. Era “Enamorado como siempre”.

Rafael la escuchó como se escucha algo que ya se lleva en el alma sin haberlo vivido. Sus ojos brillaron. Sonrió con esa certeza que tenía cuando encontraba un tema que podía abrazar con su voz.

—Esta canción es tuya, Rafa, le dijo Roberto, con la humildad de quien entiende que las canciones también eligen a su intérprete.

—¡Esta es la que le da título al disco!, respondió Orozco, como si acabara de encontrar el hilo exacto de su historia.

Y así, en esa habitación sin camerinos ni reflectores, dos grandes del vallenato sellaron un pacto invisible que solo conocen quienes viven para cantar lo que sienten. Días después, la canción fue grabada con la voz que parecía hecha para el amor y el acordeón que sabía llorar sin lágrimas: Rafael e Israel, el Binomio eterno.

“Enamorado como siempre” no solo le dio nombre a ese álbum de 1978. Le dio sentido, le dio rostro. Fue como si la canción hubiese esperado ese momento exacto, ese cruce de caminos, esa puerta abierta.

Hoy, cada vez que suena ese tema, no solo escuchamos una letra romántica. Escuchamos la puerta del Nutibara abriéndose a la historia, la voz de Orozco acariciando versos que ya eran suyos antes de cantarlos, y el alma de Roberto Calderón entregando, sin pedir nada, una joya nacida del corazón.

Porque algunas canciones no se componen… se viven. Algunas canciones no se buscan… te encuentran.

Y algunas habitaciones no son solo habitaciones: son templos donde la música se convierte en destino.

Cuando la lluvia trajo versos: la historia tras uno de los exitos vallenatos de Diomedes Díaz Por: Kamilo Ménez Vallenat...
05/07/2025

Cuando la lluvia trajo versos: la historia tras uno de los exitos vallenatos de Diomedes Díaz

Por: Kamilo Ménez Vallenato

Algunas canciones nacen de una historia de amor. Otras, de una traición. Pero hay unas pocas muy pocas que no necesitan heridas para existir. Solo precisan un paisaje, un río crecido, una tierra empapada de recuerdos… y un corazón abierto. Así nació “Soy amigo”, una de las composiciones más puras y entrañables de Marciano Martínez, escrita no con tinta, sino con la nostalgia tibia de un aguacero guajiro.

Era 1976, en San Juan del Cesar. Un año lluvioso, de esos que el campo agradece y el alma recuerda. La lluvia no era solo agua: era música. Cada gota que caía en el zinc tenía el compás de una caja; cada corriente del río de La Junta parecía un acordeón agitado por el cielo. Las calles se llenaban de niños descalzos, corriendo entre el barro, sin miedo ni prisa. Y los grandes… los grandes también sonreían, como si por fin pudieran descansar de la sequía del alma.

Aquel día, todos esperaban a Marciano. Como era tradición, debía ser el primero en tirarse al río cuando la corriente lo permitía. Pero él, casual y distraído, había salido a hacer un mandado. Y fue en medio de esa espera, mientras la gente lo llamaba desde la orilla, que sucedió lo inexplicable.

La canción no bajó del cielo… bajó con la lluvia.

No hubo guitarra en la mano, ni libreta en el bolsillo. Solo el olor a tierra mojada, el murmullo del río, y esa voz interior que a veces solo los poetas logran escuchar. “Soy amigo”, le susurró el día. Y Marciano entendió. Entendió que a veces no hace falta hablar de amores rotos ni de ausencias. A veces basta con cantar lo que uno es. Lo que uno ofrece. Lo que uno da sin esperar.

La canción quedó escrita en la memoria del pueblo, y años después, en 1982, encontró su mejor destino: la voz poderosa de Diomedes Díaz y el acordeón magistral de Colacho Mendoza. En el álbum Todo es para ti, “Soy amigo” se volvió canción de todos. Himno de los leales, retrato de los que dan sin condiciones, estandarte de los que se quedan cuando los demás se van.

Pero aunque la canción haya recorrido emisoras y parrandas, su alma sigue allá, en San Juan. En esa tarde húmeda donde la lluvia no solo regó los campos, sino también el alma del compositor.

Porque “Soy amigo” no nació para brillar en tarima. Nació para recordarnos lo esencial: que la amistad verdadera no se dice, se demuestra. Y que las canciones más hondas no se componen con técnica, sino con la lluvia que moja el corazón.

La chilena que inspiró una de las canciones vallenatas más sentidas del  cantante Silvio Brito.Por: Kamilo Ménez Vallena...
05/07/2025

La chilena que inspiró una de las canciones vallenatas más sentidas del cantante Silvio Brito.

Por: Kamilo Ménez Vallenato

Hay mujeres que no llegan para quedarse. Llegan para marcar. Para dejarte pensando si todo fue real, o si fuiste parte de un sueño que nunca tuvo intención de cumplirse. A Roberto Calderón le bastaron unos pocos encuentros, un par de conversaciones y muchas ausencias para escribir una canción que sería eterna. Así nació “Me quitó el nombre”, la historia que empezó con una simple mirada y terminó convertida en un himno del desamor en voz de Silvio Brito.

Era la década de los 80 y Barranquilla hervía en su caos tropical. En la Universidad del Atlántico, un joven compositor miraba al mundo desde su cuaderno de apuntes y desde el timón de un Renault 4 anaranjado. En su barrio, la rutina cambió un día con la llegada de una estudiante chilena. Silenciosa, elegante, con un acento que sonaba a otro mundo, y con una tristeza que parecía esconderse detrás de cada paso.

Roberto la veía pasar. No se necesitaban palabras para que naciera el deseo de saber más. Bastaba su figura cruzando la acera, o el leve roce de sus ojos, para que algo se encendiera. Un amigo, en tono de juego, soltó una frase sin saber que estaba bautizando una canción:
—Me quito el nombre si esa no es la tuya.

Y sí, se lo quitó. Porque ese amor nunca llegó a ser suyo del todo. Ap***s pudieron cruzar algunas palabras, compartir algunos silencios y sembrar un afecto que creció sin raíces. No hubo declaraciones largas, ni promesas eternas. Solo una conexión breve, que dolió más por lo que no fue, que por lo que alcanzó a ser.

Ella partió. Se fue sin drama, sin despedidas de novela. Tenía planes, sueños, y un pasaje rumbo a Estados Unidos. Roberto se quedó con el eco de su risa, con el perfume del desencuentro, y con una frase clavada como puñal en el alma:
“Ya nos dejamos, ya decidimos hacerlo: dos vidas por el camino que más convenga.”

Con eso escribió “Me quitó el nombre”. Una canción que no explota en rabia ni se arrodilla por pena. Es un lamento sereno, un reconocimiento de derrota elegante. Es la voz de alguien que no se atreve a odiar, porque aún ama… aunque ya no tenga ni cómo llamarse a sí mismo.

Silvio Brito la llevó al estudio en 1984, acompañado por el acordeón fino de Ciro Meza. En el álbum Vivo Cantando, aquella historia privada se hizo pública. Y desde entonces, “Me quitó el nombre” es parte del cancionero de los que han sido olvidados con cariño, dejados con respeto, y recordados con dolor.

No es solo una canción. Es la huella que dejan las personas que no gritan al irse, pero arrasan al no volver. Es el susurro de todos los que alguna vez amaron sin tiempo, sin suerte, sin final feliz.

Porque hay amores que no matan, pero te rebautizan.
Y sí, hay mujeres que se van… y con ellas, se llevan hasta tu nombre.

Diomedes Díaz y la reconocida canción que nació  del cansancio de un amor tóxico Por: Kamilo Ménez VallenatoNo toda hist...
05/07/2025

Diomedes Díaz y la reconocida canción que nació del cansancio de un amor tóxico

Por: Kamilo Ménez Vallenato

No toda historia de amor nace para durar. Algunas vienen con la fuerza de un vendaval, lo arrasan todo y se van dejando versos tristes, silencios largos y canciones inolvidables. Así fue la historia de “De la misma manera”, uno de los temas más sentidos del vallenato romántico, nacido del alma herida de Camilo Namén, y llevado a la inmortalidad por la voz de Diomedes Díaz.

La escena no fue una tarima ni una parranda. Fue Chimichagua, ese pueblo escondido entre la brisa del Cesar y las nostalgias de quienes saben lo que es amar con el corazón entero. Allí, Camilo vivía un amor joven, pero tormentoso. Ella, una mujer tan apasionada como impredecible, lo amaba, sí, pero también lo vigilaba, lo cuestionaba, lo asfixiaba con dudas disfrazadas de celos.

Cada gesto se convertía en juicio. Cada silencio, en una discusión. Y cada intento de amar, en un pulso desgastante por demostrar lo que ya debería ser evidente.

Camilo, en vez de defenderse con gritos, eligió el camino de los que sienten más que lo que dicen. Tomó su guitarra, una hoja en blanco, y allí empezó a escribir lo que el alma no podía seguir callando.

“Una carta me escribió… me trató de cualquiera…”
Así comienza la confesión disfrazada de canción. Una historia que no culpa, pero sí pone límites. Una melodía que no odia, pero se despide.

Con la madurez del que ama con conciencia, Namén entendió que no se puede seguir dando cuando lo que se recibe es incomprensión. Y decidió amar… de la misma manera. Ni más. Ni menos.

La canción llegó a los oídos de Diomedes Díaz, el Cacique de La Junta, quien, como pocos, sabía ponerle alma a las p***s ajenas. La grabó en 1984, junto al maestro Colacho Mendoza, en el álbum El Mundo. Y con su voz profunda, esa que dolía como herida vieja, Diomedes convirtió la historia de Camilo en una verdad colectiva.

Desde entonces, “De la misma manera” no es solo una canción. Es el refugio de miles de corazones que han dado todo y no han recibido lo mismo. Es el grito sereno de quien decide no rogar más, de quien comprende que amar también es tener dignidad.

Hoy, cada vez que suenan esos acordes iniciales, se abre una herida que ya no sangra, pero que aún recuerda. Porque hay canciones que no buscan consuelo. Buscan verdad. Y esta, como pocas, lo logra.

Porque en el amor como en el vallenato cuando se deja de entender, se empieza a cantar.

Poncho Zuleta y la canción vallenata que nacio en una cafetería de la Universidad del Atlántico Por: Kamilo Ménez Vallen...
05/07/2025

Poncho Zuleta y la canción vallenata que nacio en una cafetería de la Universidad del Atlántico

Por: Kamilo Ménez Vallenato

Hay canciones que no nacen en una parranda ni entre aplausos. Algunas emergen desde el rincón más callado del alma, en medio de la ausencia, cuando el pecho duele por no estar donde el corazón habita. Así nació Luna Sanjuanera, una de las obras más sentidas de Roberto Calderón. No fue escrita en un estudio ni en una tarima, sino en la esquina silenciosa de una cafetería universitaria, bajo el peso de la nostalgia y la voz callada del terruño.

Corría el primer semestre en la Universidad del Atlántico. Barranquilla, con su bullicio costeño, no lograba llenar el vacío que dejaba San Juan del Cesar en el alma de aquel joven estudiante. Roberto, en medio de una clase que poco le decía al corazón, se levantó sin rumbo. Solo sabía que necesitaba aire. Terminó en la cafetería del campus, y en lugar de pedir un café, pidió silencio… y una servilleta.

Allí, como si las palabras brotaran desde el fondo de su memoria, escribió:
“Luna, calles, serenatas, parrandas, río Cesar…”
Aquello no eran simples versos. Eran postales de su pueblo, recuerdos que se negaban al olvido. Eran las madrugadas con guitarras, los abrazos familiares, las esquinas iluminadas por la luna que tantas veces lo había inspirado sin saberlo.

Esa misma noche, ya en su apartamento, tomó su guitarra. Las palabras comenzaron a ordenarse solas, como si ya supieran el camino. La melodía brotó serena, como el río que lo había visto crecer. Así nació la canción, inicialmente titulada El Cantor de San Juan.

Pero el destino, que también afina versos, le tenía preparado otro nombre.

Cuando Roberto regresó a San Juan del Cesar, lo esperaban sus amigos y familiares. En una parranda íntima cantó su nueva creación. Entonces, su hermano, al oír esos versos que hablaban directo a la luna de su pueblo, exclamó sin dudar:
—Esa canción no se llama así… ¡Se llama Luna Sanjuanera!

Y así se quedó. Con ese nuevo nombre, Roberto la presentó en el Festival de compositores de San Juan del Cesar. No ganó el primer lugar, pero obtuvo algo más poderoso: la atención del pueblo. La canción quedó de segunda, pero en el corazón de quienes la escucharon, ocupó el primer lugar.

Radio Guatapurí transmitía el evento. En algún rincón de Valledupar, Emiliano Zuleta, leyenda del acordeón, quedó hechizado por aquella melodía. Pocos días después, llegó a la casa del joven compositor en San Juan del Cesar. Quería la canción. Y la canción quería ser cantada por ellos.

Así llegó Luna Sanjuanera a los Hermanos Zuleta. Fue grabada en su emblemático Volumen 12, en 1979, con la voz eterna de Poncho Zuleta y el acordeón mágico de Emiliano.

Desde entonces, cada vez que suena Luna Sanjuanera, no solo se escucha una canción. Se escucha el eco de un joven que escribió con el alma lejos de su tierra. Se escucha el murmullo del río Cesar, el suspiro de un pueblo, y el brillo de una luna que sigue siendo faro para los que cantan desde el corazón.

Porque al final, como diría el propio Roberto Calderón,
hay nostalgias que no duelen… se convierten en canciones.

Silvestre Dangond y la reconocida canción vallenata que nació tras una pelea del compositor con su pareja.Por: Kamilo Mé...
01/07/2025

Silvestre Dangond y la reconocida canción vallenata que nació tras una pelea del compositor con su pareja.

Por: Kamilo Ménez Vallenato

Hay canciones que parecen dictadas por los ángeles. Otras, brotan entre tragos y bohemia. Pero “Loco Paranoico” nació en el campo de batalla más íntimo que puede tener un ser humano: su propio hogar.

Luis Egurrola no tenía intenciones de componer esa noche. No llevaba guitarra, ni libreta, ni inspiración a cuestas. Solo cargaba el cansancio de un día largo. Pero la escena que encontró al cruzar la puerta de su casa fue más fuerte que cualquier musa. Su esposa lo esperaba, no con besos, sino con preguntas que pesaban más que cualquier verso: —¿Dónde estabas? ¿Por qué llegaste tan tarde?

Lo que siguió fue una tormenta. No de truenos, sino de palabras. Reclamos, reproches, insinuaciones. Celos que parecían salidos de una telenovela, pero eran tan reales como el reloj que marcaba la hora en la pared. Y en medio de ese cruce de emociones, Luis lanzó una frase sin pensar: —Tú lo que eres es una paranoica.

La respuesta fue inmediata, como un latigazo: —¡Y tú un loco paranoico!

Cualquier otro habría seguido discutiendo. Pero Egurrola, que lleva la música en las venas, hizo lo que solo un compositor puede hacer: se calló. Salió a tomar aire, y en esa pausa, donde la rabia aún no se enfriaba, algo le golpeó el pecho. No era remordimiento. Era una canción.

Porque a veces el arte no llega cuando todo está en paz. A veces llega cuando el alma se rompe un poco. Así, con las emociones aún desordenadas, los versos empezaron a tomar forma. La melodía no tardó en seguir. En pocas horas, lo que fue una pelea se había convertido en poesía.

Años después, en 2013, la canción encontró la voz perfecta para cobrar vida: Silvestre Dangond, acompañado de Rolando Ochoa, la incluyó en el álbum La 9ª Batalla. El tema se volvió éxito, con su ritmo alegre y contagioso, pero debajo del goce había una verdad desnuda: los amores verdaderos también se pelean. Y de esas grietas, a veces, nace lo mejor.

“Loco Paranoico” no fue escrita con calma, sino con sinceridad. No nació en un estudio, sino en una sala cualquiera, en medio de una escena que millones han vivido. Por eso conecta, por eso duele y gusta. Porque, al final, el vallenato no solo cuenta historias de amor perfecto, también canta los amores reales… los que discuten, se hieren y se perdonan.

Y Luis Egurrola, sin proponérselo, terminó convirtiendo una noche difícil en una canción inmortal.

Cuando Diomedes cantó su pena: La historia detrás de "Hasta el final de la vida"Por: Kamilo Ménez VallenatoHay canciones...
01/07/2025

Cuando Diomedes cantó su pena: La historia detrás de "Hasta el final de la vida"

Por: Kamilo Ménez Vallenato

Hay canciones que no se escriben con tinta. Se escriben con lágrimas, con silencios largos y con el peso de un corazón roto. Así nació "Hasta el final de la vida", una de esas melodías que duelen bonito, y que Diomedes Díaz convirtió en confesión.

Aurelio "El Yeyo" Núñez había recibido la invitación que todo compositor esperaba: Diomedes le iba a grabar una canción. Como era costumbre del Cacique, lo mandó a llamar a Bogotá, la ciudad donde el frío se mezcla con los sueños.

Pero lo que parecía una visita corta se convirtió en una larga espera. Pasaron más de quince días y no había señales de Diomedes. Hasta que un día cualquiera, mientras Aurelio descansaba en los cojines de la disquera CBS, escuchó un revuelo en la entrada.
—¡Ahí viene Diomedes!, gritaban. Y era cierto.

El Cacique entró como un torbellino de energía, y poco después mandó a llamar al compositor. Lo recibió en el estudio, pero pidió algo especial: que los dejaran solos. Cerraron la puerta. Afuera, el mundo siguió su curso. Adentro, algo profundo estaba por pasar.

Yeyo sacó su libreta.
—Aquí está la letra que te traje.
Diomedes la miró… y negó con la cabeza.
—Hoy no quiero esa letra. Hoy me va a complacer usted a mí. Estoy herido, compadre. Tengo una pena que me está matando… y necesito cantarla.

Y así fue. Lo que grabaron ese día no fue solo una canción. Fue un desahogo. Una herida abierta. Una verdad sin disfraces.

"Hasta el final de la vida" terminó siendo parte del álbum Mi vida musical de 1991, con el acompañamiento de Juancho Rois en el acordeón. Pero más allá del disco, quedó como testimonio de un instante íntimo, casi sagrado, donde la música se convirtió en consuelo.

Porque a veces el dolor necesita una melodía. Y Diomedes, como pocos, sabía cantarlo como si fuera suyo… porque lo era.

La canción que Jorge Oñate soñó, pero Diomedes Díaz convirtió en eterno llanto"Por: Kamilo Ménez VallenatoEn el corazón ...
30/06/2025

La canción que Jorge Oñate soñó, pero Diomedes Díaz convirtió en eterno llanto"

Por: Kamilo Ménez Vallenato

En el corazón del vallenato hay canciones que no solo se escriben: se sienten. Surgen de momentos que marcan al compositor y encuentran, tarde o temprano, el alma correcta que les da vida. Así ocurrió con Déjame llorar, una melodía que no nació para quedarse en un cajón, sino para caminar directo al corazón del pueblo.

Reinaldo “El Chuto” Díaz, un hombre sencillo y de palabra firme, la escribió con las emociones a flor de piel. Era 27 de octubre de 1987 cuando le entregó esa joya a Diomedes Díaz, el Cacique de La Junta. No hubo contrato ni presiones, solo un compromiso del alma: esa canción sería parte de su próximo disco.

Pero los caminos del arte, como los de la vida, a veces cruzan emociones. Jorge Oñate, el Ruiseñor del Cesar, escuchó hablar de esa canción y supo que era especial. Con la certeza que da la experiencia y el oído que no falla, buscó personalmente a Reinaldo en su casa de La Paz, Cesar. Quería grabarla. Quería que esa canción fuese suya. No hubo regaños, ni imposiciones. Solo respeto y admiración.

Reinaldo, con la dignidad que tienen los grandes cuando saben que una palabra vale más que mil promesas, le explicó a Jorge que ya se la había dado a Diomedes. Y Jorge, con la altura que siempre lo caracterizó, aceptó. No hubo enojo, solo la búsqueda de otro camino. Fue así como Volver de nuevo, otra canción del alma de Reinaldo, pasó a manos del Ruiseñor, quien también la hizo volar.

Un año después, Déjame llorar vio la luz en el álbum Ganó el folclor, aquel disco que significó el reencuentro de Diomedes Díaz con Juancho Rois. Y cuando Diomedes la cantó, no fue solo una interpretación: fue una confesión cantada, un desahogo convertido en himno. La voz del Cacique, con su mezcla de fuerza y tristeza, transformó esas palabras en espejo de muchos corazones rotos.

Hoy, al escucharla, es imposible no estremecerse. Porque no solo es una canción: es una historia de lealtad, de respeto entre grandes, y de cómo el destino encuentra el lugar perfecto para cada melodía.

En el vallenato hay historias que enseñan más que mil discursos. Y Déjame llorar nos recuerda que cuando una canción nace del alma, no necesita escándalo ni disputa. Solo necesita llegar a la voz correcta… y allí quedarse para siempre.

La canción que Rafael Orozco quiso, pero que ya tenía promesa de destinoPor: Kamilo Ménez VallenatoEn la memoria viva de...
30/06/2025

La canción que Rafael Orozco quiso, pero que ya tenía promesa de destino

Por: Kamilo Ménez Vallenato

En la memoria viva del vallenato hay noches que no se olvidan, momentos que se quedan flotando en el aire como un verso eterno. Una de esas noches ocurrió en Valledupar, cuando el destino juntó a tres hombres que llevaban la música en la piel: Rafael Orozco, Israel Romero y Reinaldo “El Chuto” Díaz.

Era tarde, pero la inspiración no pregunta la hora. Reinaldo llegó al hotel con el corazón agitado y dos cassettes en la mano. En ellos llevaba canciones, pero también llevaba historias, sentimientos, pedazos de vida convertidos en melodía. Al verlo en la entrada, Rafael lo saludó como era él: con alegría, con afecto, con esa cercanía que lo hacía inolvidable. Lo hizo pasar hasta su habitación, donde también lo esperaba Israel, atento como siempre.

Con un gesto sencillo pero firme, Reinaldo colocó uno de los cassettes en la grabadora. Comenzó a sonar una canción que parecía tener alma propia. Era Volver de nuevo. Y ap***s sonaron los primeros versos, el ambiente se transformó. Rafael se quedó en silencio, con los ojos fijos en ningún lugar, como quien recuerda algo que nunca dijo. Israel lo miró. Y cuando la canción terminó, hablaron al mismo tiempo, como si lo hubieran ensayado:

—“Esa canción es nuestra…”

Pero el arte, a veces, también tiene sus caminos ya trazados. Reinaldo, con la sinceridad que lo define, les respondió con respeto y firmeza. Volver de nuevo ya tenía una promesa hecha: se la había entregado de palabra a Jorge Oñate. Y en la música, como en la vida, hay palabras que no se rompen.

Rafael entendió. No hubo reproches. Solo un asentimiento y una mirada que decía más que cualquier frase. Porque en ese momento no se trataba solo de una canción, sino del valor de la lealtad, del respeto entre grandes.

Meses después, Volver de nuevo fue grabada por Jorge Oñate junto a Álvaro López, en el álbum El folclor se viste de gala, en 1988. Una producción que se convirtió en referencia para todo el que ame el vallenato con el alma.

Aquel gesto de Reinaldo, el de honrar su palabra aunque la tentación fuera grande, es de esos que construyen la verdadera historia del folclor: la que no siempre suena en las emisoras, pero que vive en el corazón de los que saben.

Y aunque Rafael Orozco no grabó esa canción, su aprecio por ella quedó guardado en esa noche que muchos aún recuerdan. Porque Volver de nuevo no solo encontró una voz. Encontró su lugar.

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