08/06/2025
¿FUE SOLO UNA ALUCINACIÓN?
Mi nombre es brandon y soy pintor profesional. Ahora mismo, la vida me va de maravilla, tengo un buen puesto en una empresa, estabilidad. Pero hubo un tiempo, no hace mucho, en que las cosas eran muy diferentes. Necesitaba dinero urgentemente para mi familia, y la única forma de conseguirlo era a la antigua: trabajando por mi cuenta, a domicilio.
Así que, sin pensarlo mucho, publiqué un anuncio en Facebook. A los pocos minutos, me contactaron para pintar una habitación en un hotel. Una habitación de lujo, me dijeron, de esas que solo ves en películas y series, con detalles dorados y terciopelo. Acepté de inmediato; era la oportunidad que necesitaba. Ese mismo día me presenté, cargando mis cubetas y brochas, listo para el trabajo.
El gerente me guio hasta la habitación. Era, en efecto, opulenta. Demasiado grande para un solo hombre con una brocha, pero no me quejé. Las cuatro paredes requerían un trabajo impecable. Me puse manos a la obra, el rodillo subiendo y bajando, cubriendo el color anterior con la nueva capa de pintura. Fue agotador, el sudor me escurría por la frente, pero cada trazo era un peso menos en mi mente, un paso más cerca de darle de comer a mi familia.
Cuando terminé de pintar, me sentí exhausto pero satisfecho. Fui al baño de la suite para lavarme la cara, el agua fría un alivio contra el cansancio. Al regresar a la habitación, me detuve en seco. La escena que se desplegaba ante mí me golpeó como un puñetazo en el estómago.
Las cuatro paredes que acababa de pintar estaban llorando sangre.
No era una mancha, no era una ilusión óptica. Era sangre líquida, espesa, que brotaba de la superficie recién pintada, resbalando lentamente por la pared, formando regueros oscuros que goteaban hasta el suelo. Era como una escena sacada de una película de terror, pero sin la distancia de una pantalla. El olor, un dulzón metálico, me invadió las fosas nasales, mezclándose con el fresco aroma de la pintura. Mis ojos se abrieron como platos, mi corazón latiendo con una furia descontrolada en mi pecho.
El instinto me gritaba que saliera corriendo, que no mirara atrás, que huyera de ese lugar. Pero el recuerdo de mi familia, el dinero que desesperadamente necesitaba, me mantuvo clavado en el sitio. Di un paso atrás, luego otro, alejándome lentamente de las paredes que sangraban. Salí de la habitación, sin atreverme a cerrar la puerta, y casi tropecé al salir del hotel.
Afuera, la luz del día parecía lejana, difusa. Mis manos temblaban tanto que apenas pude encender un ci******lo, el filtro húmedo entre mis dedos. Fumé uno tras otro, el humo amargo quemando mi garganta, un contraste absurdo con el olor a sangre que aún creía percibir. Las lágrimas, sin aviso, brotaron de mis ojos, calientes y amargas, resbalando por mis mejillas sin control. Quería huir de ese lugar, correr y no mirar atrás, pero me contuve. Me obligué a terminar la cajetilla, el sabor a nicotina un ancla en la realidad.
Cuando el último ci******lo se consumió, el terror se mezcló con la necesidad. Me obligué a volver a la habitación. El camino de regreso al hotel fue un túnel de ansiedad. Al cruzar la puerta de la suite, me preparé para lo peor.
Pero la habitación estaba exactamente como la había dejado. Las paredes, impecablemente pintadas de un color neutro, sin rastro de sangre, sin manchas, sin el hedor metálico. Era como si el horror que acababa de presenciar nunca hubiera existido.
No supe si alegrarme por la "normalidad" o asustarme aún más por la imposibilidad de lo que había visto. Solo me apresuré a limpiar mis cosas, recogiendo mis brochas y cubetas con una velocidad frenética. Mis ojos no se despagaban de las paredes, ni por un segundo. Sentía que me observaban, que guardaban un secreto terrible, que el color fresco solo ocultaba una verdad sangrienta.
Al entregar el trabajo, el gerente me sonrió. "Todo perfecto", dijo. Y luego, su voz bajó un poco. "Por cierto, ¿vio algo raro en el cuarto? Algunos clientes se han quejado de... sensaciones extrañas".
Mi corazón se detuvo. Lo miré a los ojos, una batalla interna librándose en mi mente. ¿Contarle la verdad? ¿Decirle que las paredes lloraban sangre? Habría pensado que estaba loco, que la presión me había hecho perder la razón. Así que negué con la cabeza. "No, señor. Todo normal. Muy tranquilo". Una mentira, sí, pero una mentira necesaria para proteger mi cordura y mi posibilidad de tener un ingreso.
Desde aquel día, no volví a aceptar trabajos de pintor a domicilio. El recuerdo de esa habitación, la sangre, la forma en que desapareció, me persigue. Poco después, conseguí mi empleo actual, uno que me mantiene lejos de hoteles y paredes que lloran. Pero a veces, cuando estoy pintando, cierro los ojos y veo de nuevo los regueros rojos. Y me preguntó: ¿Fue una alucinación, un truco de mi mente agotada? ¿O esa habitación de lujo, con su falso esplendor, ocultaba un horror tan profundo que incluso las paredes no podían contener su pena, y yo, sin saberlo, fui testigo de su llanto silencioso? La respuesta, lo sé, está atrapada en el lujo y la sangre de ese cuarto, esperando a que alguien más, algún día, sea testigo de su inexplicable dolor.