25/08/2025
A principios de 1992, mientras la nieve cubría los suburbios de Grand Rapids, Michigan, Elizabeth Montgomery llegó silenciosamente a la modesta casa de Dick York. Los vecinos no se dieron cuenta. No llegó la prensa. Había viajado en silencio, decidida a ver al hombre con quien compartió uno de los vínculos más preciados de la televisión en "Embrujada". Habían pasado años desde su última conversación, pero enterarse del deterioro de la salud de York la conmovió profundamente.
En la pequeña habitación donde York yacía débil y frágil, Montgomery se sentó a su lado sin ceremonias. Su delgada mano reposó en la de ella, y durante varios minutos no dijeron nada. La habitación olía ligeramente a aceite de menta y libros viejos. El silencio entre ellos no era incómodo. Estaba lleno de recuerdos compartidos. No habló de fama, reposiciones ni arrepentimientos. En cambio, comenzó a relatar con delicadeza sus momentos favoritos de los primeros días de "Embrujada", los momentos antes del dolor de espalda, antes de que los productores lo recontrataran, antes de que la serie se convirtiera en algo más.
York, antaño una presencia vibrante e ingeniosa, apenas podía hablar más allá de un susurro. Pero sus ojos brillaron cuando ella mencionó la escena de la primera temporada en la que Darrin intentó cortar leña con magia, solo para prender fuego a la alfombra del salón. Ambos rieron entonces, suave pero sinceramente. Su visita no fue planeada para llamar la atención, ni informó a su agente ni a ningún amigo fuera de un contacto mutuo de confianza. Era algo que necesitaba hacer por sí misma. Una forma de honrar lo que una vez compartieron.
Montgomery siempre sintió un profundo afecto por York, aunque su química en el set a men**o se veía eclipsada por sus problemas físicos y el exigente programa de producción de la serie. Ella lo había visto sufrir, su condición de columna empeorando bajo las luces del estudio y los ajustados plazos de rodaje. Cuando finalmente dejó "Embrujada" en 1969, no hubo una despedida adecuada, ni una cena de clausura, ni un cierre. Se fue del estudio, y en una semana, otro actor asumió el papel. York admitió más tarde que la repentina salida lo dejó destrozado en más de un sentido. Años después, mucho después de que Montgomery se hubiera dedicado a otros proyectos y York se hubiera desvanecido de Hollywood, aún recordaba al hombre que la hacía reír cuando las cámaras no rodaban. Durante su visita, se disculpó. No por nada que hubiera hecho, sino por no haber mantenido el contacto. York simplemente le apretó la mano y dijo: "Ambos teníamos que seguir adelante". Ella asintió, con una lágrima deslizándose por su mejilla.
Después de aproximadamente una hora, se levantó para irse. York, exhausto pero conmovido, le dedicó una leve sonrisa. Ella lo besó en la frente y susurró: "Siempre serás mi Darrin". Luego salió, sin saber que sería la última vez que lo vería. Cuando falleció más tarde ese mismo año, mantuvo la visita en privado. Fue solo a través de una conversación con una amiga cercana que su silencioso acto de compasión finalmente salió a la luz.
"Me dijo que era más que un coprotagonista", recordó la amiga. "Dijo: 'Formó parte de algo mágico que creamos juntos'". Esa frase, dicha sin ensayo ni atención, reveló una ternura que iba mucho más allá de cualquier escena preconcebida. Elizabeth Montgomery nunca habló públicamente de esa visita. Nunca buscó reconocimiento, nunca concedió una entrevista al respecto ni la incluyó en retrospectivas. Fue un gesto personal. Sincero, íntimo y profundamente humano.
Salió de su casa ese día con el corazón lleno y lágrimas en silencio, consciente de que la verdadera magia de "Hechizada" siempre había vivido fuera de la pantalla, en momentos llenos de amor sereno y gracia duradera.