
18/06/2025
El aquelarre, la reunión de brujas con el Diablo, lleva apareciendo en la literatura cristiana desde el siglo X, cuando el 𝘊𝘢𝘯𝘰𝘯 𝘦𝘱𝘪𝘴𝘤𝘰𝘱𝘪 habló del paganismo como culto demoníaco. Pero, ¿cuál es el primer testimonio sobre el aquelarre contado por las propias brujas?
De la Francia del siglo XIV nos vienen dos de los más interesantes procesos por brujería de toda la historia. No sólo por ser de los primeros, sino porque en ellos aparece la descripción del aquelarre y sus prácticas hecha por las brujas participantes.
Anne-Marie de Georgel y Catherine Delort, ambas mujeres adultas provenientes de la región de Toulouse, fueron las acusadas. Era la primera vez en la que se contaba con una fuente de primera mano. Y lo que ellas narraron cambió todo lo que se sabía sobre la brujería.
Anne-Marie contó que cierto día, cuando ella estaba lavando la ropa en el río, se le acercó un hombre negro de enorme estatura y vestido únicamente con pieles de animales. Sus ojos ardían como carbones ardientes y mientras la contemplaba le preguntó que si quería unirse a él.
Ella respondió que sí, por lo que este hombre le sopló en la boca y automáticamente ella adquirió el poder para viajar al aquelarre, donde el macho cabrío la recibió y, a cambio de un pacto voluntario, le enseñó los secretos de las plantas y cómo debía realizar los conjuros.
Catherine, por otro lado, dijo haber conocido a un pastor que la enseñó a realizar un pacto con una entidad infernal. A través de un ritual realizado en una encrucijada en la linde de un bosque a medianoche, contactó con un demonio que le otorgó el poder de viajar al aquelarre.
Y desde entonces, cada sábado Catherine tenía la habilidad de caer en un profundo sueño y viajar volando al encuentro con el Diablo, que unas veces tenía lugar en las cercanías de su hogar, otras en las montañas y otras incluso en países lejanos que ella no conocía.
En estos testimonios hay dos elementos muy interesantes. El primero de ellos es que se trata de fuentes directas y activas de la práctica de la brujería medieval; no necesitan de recreaciones literarias, ni de interpretaciones de algún pasaje mitológico.
El segundo de los elementos se centra en la forma de estas prácticas: y es que el modo en el que las brujas francesas describen sus rituales encaja a la perfección con el modo en el que las prácticas de tipo chamánico ocurren en diferentes culturas a través de todo el mundo.
Casi como si al quitar todos los elementos diabólicos estuviésemos hablando de las técnicas del éxtasis de los chamanes nativos o de los ritos de iniciación de los misterios antiguos. Como si el diabolismo fuese sólo un marco de referencia cultural que barniza un fondo común.
Siendo esto así no es de extrañar que cuando los conquistadores españoles llegasen a América describiesen ciertas prácticas indígenas como similares a la brujería de la Península. Tendría sentido si pensamos en la esencia espiritual que ambas corrientes comparten.
No convergen en las ramas, sino en las raíces. Y por esta razón podemos ver la brujería como una suerte de chamanismo europeo, con su propio desarrollo histórico, su propia organización social y su propio marco de referencia simbólica y cultural.
Con todo y con eso, no podemos afirmar que el chamanismo nativo o los misterios antiguos sean una y la misma cosa que la brujería desarrollada en Europa a partir de la Edad Media. Diferentes ramas con una raíz común, tal vez, pero no el mismo camino espiritual.
Pero esas semejanzas en las ramas son suficientes para plantearnos la cuestión de la tradición primordial que subyace a las diversas cosmovisiones espirituales que se dan a lo largo y ancho de nuestro mundo. Los métodos cambian, el mundo del espíritu es el mismo.
Para profundizar más en este tema e incluso conocer los testimonios de las dos brujas de Toulouse con mayor detenimiento recomiendo la lectura del libro: 𝘌𝘭 𝘤𝘢𝘮𝘪𝘯𝘰 𝘩𝘢𝘤𝘪𝘢 𝘦𝘭 𝘢𝘲𝘶𝘦𝘭𝘢𝘳𝘳𝘦.
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