
06/07/2025
| Petro es su peor enemigo.
Desde que asumió la presidencia, Gustavo Petro ha insistido en que sus enemigos están en las élites tradicionales, en los medios, en los banqueros y en la oposición de derecha. Sin embargo, a dos años de mandato, los escándalos más graves que han sacudido su gobierno no provienen de esos sectores, sino de su propio entorno: su familia, sus funcionarios de confianza, sus aliados políticos y, en muchos casos, de él mismo.
Desde el inicio, ha manifestado que lo quieren asesinar, que buscan darle un golpe de Estado, pero hasta ahora, esas advertencias no han sido más que humo para distraer a la opinión pública.
La lista comienza con su hijo Nicolás Petro, quien fue capturado tras reconocer que recibió dinero de dudosa procedencia durante la campaña presidencial. Aunque hoy está libre en Bogotá, su testimonio puso en duda la transparencia de la campaña que llevó a su padre al poder y dejó heridas abiertas en la opinión pública. Lejos de cerrarse, el caso sigue siendo un símbolo de la contradicción entre el discurso anticorrupción del mandatario y las realidades de su círculo más íntimo. Y es evidente que lo sucedido no solo se trató de su hijo.
A esto se suman las disputas internas que han debilitado su equipo. La confrontación entre Laura Sarabia y Armando Benedetti derivó en audios explosivos, acusaciones de interceptaciones ilegales y la salida de ambos. Sarabia regresó meses después como directora del DAPRE, pero acaba de renunciar nuevamente esta semana, en medio de tensiones que confirman que la estabilidad interna del gobierno es apenas una ilusión.
El excanciller Álvaro Leyva, una de las figuras más cercanas al presidente, fue suspendido tras el escándalo de la licitación de pasaportes y reapareció con una advertencia preocupante: según él, se estaría gestando un “golpe de Estado blando” contra el Gobierno. Sus palabras causaron alarma institucional y dejaron en evidencia el grado de paranoia política que reina dentro del petrismo, donde ya no encuentran enemigos afuera, sino adentro.
A esto se suma la costumbre del presidente de desatar conflictos innecesarios desde sus redes sociales. Uno de los episodios más recientes fue la crisis diplomática con Ecuador, luego de que Petro se negara a extraditar a alias ‘Gerald’, un narcotraficante solicitado por ese país, y calificara al gobierno ecuatoriano de “dictadura”. Sin embargo, lo más delicado vino después, con la filtración de audios y documentos del caso “Manta”, una investigación abierta en Ecuador que vincula presuntamente a un alto funcionario colombiano con recursos del narcotráfico usados para la campaña presidencial de Petro. Aunque el presidente lo niega, el caso sigue abierto y pone en duda no solo su imagen internacional, sino la legitimidad de su mandato. Su extraña desaparición durante 48 horas en Manta, Ecuador, dejó más preguntas que respuestas.
Mientras tanto, la oposición política tradicional permanece en segundo plano. Los partidos de derecha, el uribismo e incluso los sectores más críticos del Congreso han tenido un rol discreto, casi irrelevante. Las crisis más profundas del gobierno han nacido dentro del mismo petrismo, alimentadas por la improvisación, las luchas internas, la falta de cohesión y un liderazgo presidencial que oscila entre el idealismo radical y la desconexión con la realidad institucional.
Hoy, Gustavo Petro no necesita enemigos externos para que su gobierno tambalee. Los escándalos, las traiciones, los errores estratégicos y las divisiones provienen de su casa, de su gente, de su voz. Prometió ser el presidente del cambio, pero va camino a ser recordado como el mandatario que tuvo todo para transformar el país, y que terminó enfrentándose a sí mismo.
Sus promesas populistas solo confirman su incapacidad de gobierno. Hoy, con una reforma pensional y laboral sobre la mesa, queda claro que su verdadero objetivo es buscar votos para el 2026, sin importar las consecuencias económicas. Es evidente que no hay dinero para cumplirle a los adultos mayores, y el caos en el sistema de salud de los docentes refleja un desorden que preocupa: parece ser la prueba piloto del modelo que quiere imponer para todo el país.
Lo más preocupante se evidenció en el último Consejo de Ministros, cuando se tocó el tema de “Mi Casa Ya”. Petro no supo cómo se llama el programa en su propio gobierno y dejó ver que no tiene idea de qué se trata. La ministra, al intervenir para aclarar, empeoró las cosas: ella tampoco lo sabía. Ese momento fue una radiografía clara del desorden, la improvisación y la falta de liderazgo.