21/09/2025
Recuerdos.
Ya viene el cumpleaños del colegio de la presentación de Salazar de las Palmas, y se reunirán exalumnas que recordarán viejos tiempos y anécdotas como está ....
EL ACUARIO
Por Jorge Torres
“Recordarás aquella noche que allá en Chapinero yo te besé y una llovizna mi abrigo mojó…” así arrancaba un vallenato sabroso que sonaba en la calle, frente a aquella casa de Chapinero, allá por los años 80. Fue en esa esquina donde me animé a bailar por primera vez, empujado por las fiestas de aguinaldos que en esos tiempos se acostumbraban por barrios y manzanas. Montaban la tarima, se hacía la novena, la velada navideña y, como era ley, después venía la verbena bailable. Siempre hay una primera vez para echar paso; recuerdo que al principio se me aflojaron las piernas, pero poco a poco fui agarrando el ritmo.
Esa casa todavía sigue ahí, casi intacta, como un testigo silencioso del tiempo. Pero ya no está su matrona, la inolvidable doña Isolina Pita de Contreras, mujer extraordinaria: responsable, trabajadora, de carácter fuerte, de esas que marcan época en el barrio.
Por una temporada, en sus habitaciones vivieron unas jovencitas a las que sus padres habían confiado a doña Isolina. Eran muchachas de Tibú, que venían a estudiar al colegio de la Presentación, y la encomendaron con la difícil tarea de cuidarlas e internarlas. Eran como diez adolescentes, frescas y alegres, que llenaban la cuadra de risas y pasos apurados con uniforme y cuadernos en mano.
Naturalmente, aquello se volvió la sensación del sector. No faltaban los muchachitos que merodeaban la manzana, a ver si podían “pescar” una de esas sardinas, como se decía coloquialmente. Y así fue como aquella casa empezó a ser conocida con un nombre que todavía arranca sonrisas: El Acuario.
Recuerdo a Aurora, Yajaira, Marta, Sonia, Adela, entre muchas otras… todas jovencitas decentes, como flores frescas que alegraban la calle con su presencia. Pero cómo olvidar a Blanca Yaneth, de ojos azules, que me quitaba el sueño y me revolvía el estómago de nervios con solo verla. Eran tiempos de mariposas en la panza, de ilusiones que se encendían con una mirada fugaz.
El Acuario no era solo una vivienda: fue también el cuartico de estudio, el lecho de confidencias y, para muchos de nosotros, el lugar donde nació el primer amor. Claro, con la estricta vigilancia de doña Isolina y de la monja María Jesús, que siempre dejaban claro:
Aquí se viene a estudiar, no a enamorar.
Hoy, de vez en cuando, me encuentro con algunas de ellas, y sus recuerdos me inducen a escribir estas líneas, sobre todo ahora que el colegio de la Presentación está por cumplir años de existencia. No es solo una fecha en el calendario, es un motivo para evocar aquellos días de inocencia, de disciplina y de sueños que todavía brillan, como si fueran luces de Navidad encendidas en la memoria.