27/06/2025
_🎓Martín siempre fue un niño inteligente. Era el mejor de su clase. Pero tenía una madre MUY EXIGENTE.
Un día, Martín llegó a casa con su último examen.
—Mamá, saqué 19 —dijo con una sonrisa tímida.
La madre lo miró serio y le dijo:
—¿¡19!? ¿Por qué no sacaste 20?
Martín bajó la mirada, sintiendo un n**o en el pecho.
—Lo intenté mucho —susurró—, pero me equivoqué en una pregunta...
—¡No es suficiente! —respondió ella—. Quiero que seas perfecto.
Con cada regaño, la confianza de Martín comenzó a desvanecerse.
Cada vez que veía una nota que no era 20, sentía que había fallado.
Pasaron los meses y llegó la reunión de padres. La maestra, orgullosa, dijo en voz alta:
—Quiero felicitar a la señora Martínez. Su hijo es uno de los mejores estudiantes de la escuela, siempre atento, responsable y con excelentes calificaciones.
Los otros padres aplaudieron y sonrieron, pero la mamá de Martín frunció el ceño y contestó con voz dura:
—Pues para mí es un b***o, porque no saca la máxima calificación.
Un silencio incómodo llenó la sala. Todos se quedaron sorprendidos, sin saber qué decir.
La maestra, con tristeza, bajó la mirada. Martín, sentado al lado de su mamá, sintió que su mundo se desmoronaba.
Esa noche, Martín se encerró en su cuarto, llorando en silencio, sintiéndose invisible y sin valor.
Pero al día siguiente, la maestra pidió hablar con la mamá en privado. Con delicadeza, le explicó:
—Martín es un niño brillante y trabajador. Lo que necesita no es presión ni palabras duras, sino apoyo y cariño. Cuando un niño siente que no es suficiente, aunque tenga buenas notas, su autoestima se deteriora. El miedo a fallar puede paralizarlo. Necesita saber que su valor no está solo en los números, sino en quién es y en su esfuerzo diario.
Al principio, la mamá se sintió incómoda, pero poco a poco fue entendiendo que sus palabras tenían un gran impacto en su hijo. Y sintió un profundo dolor por el daño que le había causado, fue a terapia y descubrió que estaba criando a su hijo, igual que hicieron sus padres. Siempre exigiéndole que sea la mejor o si no no valía nada.
Empezó a cambiar la manera en que le hablaba. Cuando Martín llegaba con un 19, le decía:
—Estoy orgullosa de tu esfuerzo. Sé que diste lo mejor de ti.
Y cuando tenía dificultades, en vez de regañarlo, lo apoyaba y alentaba.
Martín empezó a sonreír más, a confiar en sí mismo y a disfrutar aprender, sin miedo a equivocarse.
Las palabras que usamos con nuestros hijos tienen un poder inmenso para construir su autoestima o destruirla. La exigencia sin amor puede causar miedo y tristeza, mientras que el reconocimiento y el apoyo fortalecen la confianza y la felicidad. El éxito no está solo en la perfección o en las notas máximas, sino en el valor que tienen nuestros hijos como personas y en el esfuerzo que ponen cada día.
Por favor nunca lo olvides.