28/09/2025
"Gaza en llamas: La gu3rr4 entre Israel y Hamás deja un rastro de d3strucci0n y mu3rt3".
A lo largo de la historia bíblica, el pueblo de Israel es presentado como el "pueblo escogido" por Dios, no por su mérito propio, sino por la promesa hecha a los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob (Deuteronomio 7:7-8). Sin embargo, a pesar de este privilegio divino, la Escritura también registra con crudeza su constante rebeldía, desobediencia y tendencia a apartarse de los caminos del Señor. Un ejemplo emblemático es el episodio del **becerro de oro** (Éxodo 32), cuando, apenas liberados de Egipto y mientras Moisés recibía los Diez Mandamientos en el monte Sinaí, el pueblo exigió a Aarón que les hiciera un dios visible. Este acto no solo violaba el primer mandamiento, sino que revelaba una profunda inclinación hacia la idolatría y la impaciencia espiritual.
Esta actitud rebelde se repite a lo largo del Antiguo Testamento: en el desierto, murmuraron constantemente contra Dios y Moisés; al entrar en la tierra prometida, no expulsaron completamente a los pueblos cananeos como se les ordenó, sino que adoptaron sus prácticas idólatras; y durante los tiempos de los reyes, tanto el reino del norte (Israel) como el del sur (Judá) cayeron repetidamente en la apostasía, adorando a Baal, Asera y otros dioses falsos. Los profetas —como Isaías, Jeremías y Oseas— denunciaron con dolor esta infidelidad, comparándola con la traición de una esposa hacia su esposo.
En cuanto a su carácter "guerrerista", es importante distinguir: muchas de las guerras en las que participó Israel en el Antiguo Testamento fueron ordenadas directamente por Dios como juicio contra naciones profundamente corruptas (como los amalecitas o los cananeos), no por ambición imperialista. Sin embargo, con el tiempo, Israel también emprendió guerras por motivos políticos o de orgullo nacional, alejándose del propósito divino.
Uno de los momentos más trascendentales de su rebeldía espiritual ocurrió en el primer siglo, cuando **rechazaron a Jesús de Nazaret como el Mesías prometido**. Según el Nuevo Testamento, muchos líderes religiosos y gran parte del pueblo no lo reconocieron porque esperaban un Mesías político y militar que los liberara del yugo romano, no un Siervo sufriente que trajera salvación espiritual (Isaías 53; Juan 1:11). Este rechazo no anuló la elección de Dios, pues Pablo afirma que “los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables” (Romanos 11:29), pero sí trajo consecuencias históricas y espirituales.
Finalmente, las Escrituras advierten que en los últimos tiempos, **Israel será objeto de un gran engaño**: el Anticristo, un falso mesías, se sentará en el templo de Dios proclamándose a sí mismo como Dios (2 Tesalonicenses 2:3-4), y muchos serán seducidos. Sin embargo, la Biblia también profetiza un futuro arrepentimiento nacional: “mirarán al que traspasaron” (Zacarías 12:10) y “todo Israel será salvo” (Romanos 11:26), cuando al fin reconozcan a Jesús como su Mesías verdadero.
En resumen, la historia de Israel es un testimonio de la gracia inmerecida de Dios hacia un pueblo rebelde, pero también de Su fidelidad inquebrantable a Sus promesas, incluso cuando Su pueblo tropieza, lucha y tarda en creer.
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