
30/04/2025
Un día, tres almas inquietas se encontraron en la penumbra de un Detroit oxidado. Compartían una visión: máquinas que hablaran con ritmo, repetición hipnótica como mantra, y un pulso mecánico que expresara lo que las palabras no podían.
Ese día no fundaron un género.
Fundaron una revolución.
Hoy lo llamamos TECHNO.
A uno lo llamaban el Originator. Leía ciencia ficción, soñaba con cyborgs y diseñaba sonidos como quien diseña realidades paralelas. Su nombre: Juan Atkins. Fue él quien puso la palabra sobre la mesa: Techno. La extrajo de un libro y la sembró en un vinilo.
El segundo tenía el alma de un poeta del caos. Veía el funk como energía pura y el techno como un estallido emocional. Derrick May, el romántico electrónico, decía que su música era como “George Clinton y Kraftwerk atrapados en un ascensor”. Su misión: hacer bailar al alma.
Y el tercero fue el más pragmático, el más contundente. El que llevó el mensaje fuera de Detroit y lo convirtió en himnos para las masas. Kevin Saunderson, el arquitecto del sonido duro y bailable, el responsable de que el techno entrara a clubes, radios y charts.
Juntos eran The Belleville Three.
Porque venían de Belleville High School.
Porque crecieron entre fábricas abandonadas, discos de funk y sueños de máquinas.
Porque decidieron que el futuro no se iba a escribir solo.
No buscaban fama.
No buscaban dinero.
Solo querían escapar.
Del desempleo.
Del abandono.
De la desesperanza industrial.
Y lo lograron.
No con armas.
Sino con cajas de ritmos, sintetizadores y espíritu visionario.
Pero pocos recuerdan cómo empezó todo.
Con tres amigos.
En una ciudad rota.
Inventando el sonido del futuro.