13/07/2025
👩🚛 La joven ibaguereña que heredó el volante y se abrió camino en las carreteras de Colombia
Por las calles polvorientas de El Salado, en Ibagué, se escuchaba el rugir inconfundible de una buseta. Eran los años noventa y algo, y entre los asientos de la ruta 11, una niña de piernas cortas y ojos brillantes se asomaba al mundo desde el volante de su padre. A su lado, él, conductor urbano de toda la vida, le enseñaba sin querer que hay pasiones que se heredan con solo mirar.
Esa niña era Leidy Carolina Martínez Cruz, quien hoy, a sus 28 años, desafía estereotipos, rompe moldes y conduce no solo vehículos de carga, sino también su destino con una seguridad que emociona. Desde el barrio Protecho del Salado, donde creció entre juegos de mecánica improvisada y los consejos de su papá, hasta manejar su propia turbo refrigerada por las carreteras de Colombia, Leidy representa a una generación de mujeres que no le teme al volante ni al cambio de marcha, literal y simbólicamente.
“La conducción es un arte, no todos nacieron para eso”, dice sin titubeos. Para ella, estar frente a un motor es como para otros escribir, pintar o cantar. Es pasión pura.
Leidy se formó como tecnóloga en mantenimiento electromecánico industrial en el SENA. Aunque su corazón siempre latió por la mecánica automotriz, la vida la fue llevando por otras rutas técnicas, donde aprendió de motores industriales, de repuestos, de tiempos, de engranajes... todo con un propósito mayor: llegar un día a dominar su propio vehículo, con conocimiento y carácter.
Y lo logró. Antes de cumplir 30, ya había trabajado en múltiples empresas, aprendido de mecánicos, liderado mantenimientos, evaluado a conductores hombres, inspeccionado vehículos pesados y, lo más admirable: se abrió paso en un gremio donde aún muchos creen que las mujeres no tienen lugar.
Pero Leidy, que desde los seis años ya se trepaba al asiento del conductor, nunca pidió permiso. Su historia está llena de escenas que parecerían de película, pero que son una cruda y poderosa realidad. Como cuando acompañaba a su papá al taller en días de pico y placa y terminaba engrasada hasta los ojos, bajo un chasis, preguntando a los mecánicos cómo funcionaba cada pieza. Como cuando, con apenas 15 años, conducía la buseta por la Piscícola del Carmen, mientras sus amigas la vitoreaban desde los asientos escolares.
“Yo era la china cansona del taller. Me ponía a jugar con las piezas tiradas por ahí, me engrasaba toda. Pero es que lo mío con los carros era amor del bueno”, cuenta entre risas.
Hoy, con la frente en alto y manos firmes en el volante, ha transportado de todo: pescado, carne, pollo, helados. Ha recorrido carreteras de montaña con 10 toneladas a cuestas, domando curvas cerradas y sorteando descensos traicioneros sin frenos de aire. No hay espacio para el miedo, pero sí mucho para el respeto.
Su deseo no es solamente seguir manejando: es crecer como independiente, comprarse su propio vehículo, seguir en el negocio del transporte de alimentos refrigerados, volverse comerciante, tener una flota tal vez. Pero sobre todo, seguir siendo ella misma: fuerte, decidida, libre.
Y aunque todavía no ha tenido la oportunidad de manejar una tractomula en forma —más allá de unos cien metros—, no descarta que el futuro le dé esa oportunidad. “Si se da, la tomo sin dudar. Pero mientras tanto, sigo en lo mío, paso a paso. Me ha tocado sola, pero eso me ha hecho más fuerte”.
Leidy no habla desde la arrogancia, sino desde la experiencia vivida, desde la piel curtida en talleres, madrugadas, carretera y sueños. En un mundo que aún cuestiona a una mujer al volante de un camión, ella responde con trabajo, resultados y un mensaje que conmueve:
“Nosotras las mujeres tenemos las mismas capacidades que los hombres. Tal vez no la misma fuerza física, pero sí la misma destreza, habilidad y pasión. Que no nos digan que no podemos, porque sí podemos. Con lo que tengamos, desde donde estemos. Con fe, siempre con fe”.
Hoy, desde su casa en el barrio El Salado, Leidy Carolina sigue buscando fletes, tocando puertas, haciéndose conocer. No es famosa, pero lo será. Porque las historias como la suya no se quedan quietas. Avanzan. Como su turbo por la madrugada.
✍️Natalia Gualanday - El Irreverente