06/04/2024
En lo profundo de las montañas de Choachí, en la vereda Cartagenita, yace un testigo silencioso del paso del tiempo: la antigua escuela. En su día, fue el epicentro vibrante de la comunidad, donde la risa de los niños llenaba cada rincón y la promesa del futuro se manifestaba en cada pupitre.
Todo comenzó con un gesto de generosidad, cuando Don Alcides donó el terreno para construir la escuela. Pronto, los campeonatos de tejo y las ayudas de la alcaldía dieron vida a la construcción. Los años pasaron, y finalmente, la escuela se erigió majestuosa, lista para recibir a generaciones de jóvenes ansiosos por aprender.
En sus primeros días, la escuela rebosaba de actividad. Docentes dedicados impartían conocimientos, mientras los niños correteaban por los patios durante los recreos. Pero con el tiempo, el eco de los pasos se fue desvaneciendo, y el bullicio se convirtió en un susurro solitario.
Hace más de cuatro décadas, la matrícula disminuyó gradualmente. De docenas de niños ansiosos por aprender, solo quedaron unos pocos. Y ahora, en los últimos años, ni siquiera esos pocos se presentan. La escuela, que una vez fue el orgullo de Choachí, ahora yace en silencio y abandono, como un monumento a los sueños rotos.
Se rumorea que hace más de quince años, algunos habitantes adinerados de los Estados Unidos vinieron con promesas tentadoras de llevarse a los niños al Disneylandia, ofreciendo un escape hacia un mundo de fantasía y oportunidades. La escuela fue dotada con libros y recursos, pero con el tiempo, esos mismos sueños se desvanecieron, dejando atrás solo polvo y desolación.
Hoy en día, la escuela de Choachí se yergue como un espectro del pasado, sus aulas vacías y sus paredes desgastadas por el paso del tiempo. El viento susurra a través de sus corredores, llevándose consigo los ecos de risas infantiles que alguna vez resonaron en sus muros. Es un recordatorio sombrío de lo que una vez fue y lo que nunca más será.