17/09/2025
Lucía, ejemplo de perseverancia
■ Un propósito al que nunca renunció
Lucía siempre tuvo una habilidad especial para devolverle la vida a los zapatos. Desde pequeña, mientras otros niños dibujaban en cuadernos, ella realizaba trazos de cómo reparar suelas rotas y daños en toda clase de calzado . A los 22 años, decidió convertir esa pasión en un negocio, pero los primeros cinco intentos fueron un desfile de frustraciones.
En el primer intento, alquiló un pequeño local con sus ahorros, lo decoró con cariño, pero no tenía experiencia en gestión ni en marketing y se vio obligada a cerrar tres meses después.
El segundo intento fue desde casa, creó una página en redes sociales, pero la falta de confianza en sí misma la hacía dudar de cada paso. Apenas promocionaba su trabajo y los clientes no llegaban.
El tercero y cuarto intento, fueron aún más dolorosos, en ambos casos compartió sus ideas con dos amigos cercanos, convencida de que la amistad era sinónimo de apoyo; sin embargo, ellos tomaron sus conceptos, abrieron negocios similares en la misma zona y la dejaron atrás. La envidia disfrazada de camaradería le enseñó una lección amarga: no todos los que sonríen desean tu éxito.
El quinto intento fue un taller improvisado en el garaje de su madre, aunque tenía algo de clientela, la inseguridad seguía saboteando sus decisiones y cerró antes de cumplir medio año.
Pero algo cambió en Lucía, no fue una revelación mística ni una charla motivacional. Fue el cansancio de rendirse. Decidió que el sexto intento sería diferente, no por perfección, sino por convicción.
Con lo poco que le quedaba montó un pequeño taller en una plaza de mercado, esta vez no compartió sus planes con nadie, se enfocó en aprender de sus errores, en confiar en su instinto, y en ofrecer un servicio impecable. Cada zapato que arreglaba era una declaración silenciosa de que no se rendiría.
Pasaron cuatro meses, y por primera vez, los clientes no solo llegaban: volvían. El voz a voz empezó a funcionar; un hombre le llevó los zapatos de toda su familia, una mujer le pidió que restaurara unas botas heredadas de su abuela. Lucía ya no dudaba, su negocio tenía alma, y ella también.