08/09/2025
En mi silencio cerré puertas que difícilmente volveré a abrir.
No lo hice por orgullo, ni por venganza,
sino por respeto a mí mismo,
a la paz que tanto me costó recuperar,
a la calma que merezco después de tantas tormentas.
Porque entendí que no todas las personas que llegan
están destinadas a quedarse,
y que no todos los caminos que recorrí
merecen volver a ser transitados.
Algunas puertas las cerré porque detrás de ellas
solo había dolor disfrazado de compañía,
mentiras vestidas de verdad,
o promesas que jamás se cumplieron.
Y mantenerlas abiertas era como invitar una y otra vez
Era regresar al mism.
No, no fue fácil girar la llave.
Cada puerta cerrada tuvo lágrimas,
recuerdos que pedían quedarse,
y un corazón que dudaba entre insistir o soltar.
Pero también comprendí que la dignidad
se construye a partir de decisiones firmes,
y que a veces la mejor forma de cuidarse
es aprender a decir: “hasta aquí”.
El silencio fue mi aliado,
ese lenguaje que no grita,
pero que deja claro que ya no hay nada más que explicar.
Porque cuando se cierra una puerta con palabras,
pueden quedar grietas abiertas,
pero cuando se cierra con silencio,
queda un final absoluto,
una certeza imposible de negociar.
Respetarme significó elegir mi paz sobre mi apego,
mi tranquilidad sobre mi necesidad de agradar,
mi amor propio sobre la ilusión de que las cosas
algún día serían diferentes.
Y aunque a veces me asome al recuerdo,
aunque mi mente se pregunte qué habría pasado
si hubiese dejado la puerta abierta un poco más,
mi corazón sabe que hice lo correcto.
Hoy vivo con menos ruido,
con menos gente, pero con más verdad.
Y si alguna vez alguien me reprocha
por qué no volví a abrir esas puertas,
simplemente responderé:
porque aprendí que no todas las personas
merecen segundas entradas en la obra de mi vida,
y porque hay silencios que valen más
que mil palabras vacías.
Cerré puertas, sí…
pero en ese acto descubrí
que también abría ventanas hacia mi propia libertad.
😊