25/11/2023
Una llama en el bosque de Chapultepec (fragmento).
No es echándome desnudo sobre la hierba que voy a recobrarla. Porque el hombre no es de la hierba ni la hierba es del hombre, sino que ambos son del tiempo. Antes debo empezar por aprender a mirarte, y el resto vendrá lentamente.
Si me quedara un año, diez, parte de mi existencia contigo, quizás aprendería a mirarte. Viviendo en tu caseta. Comiendo. Durmiendo. Despertando. Lavándome en el cubo de madera.
Escribiendo aquí: concentrado y fluidamente, en mi forma habitual. Levantando los ojos para inquirir. Enarcando el entrecejo, agobiado y sin esperanza como el de un mono delante del hombre. Buscando las palabras con que poder mirarte. Reajustándome a la antigua visión…
Pero te retiras y me despiertas.
Te vas zanqueando a lo lejano. Entras con cascos seguros en lo presunto. Más abolida que la distancia, más solitaria que el desdén.
Anegada en la luz presente pero absorta en tu reino, desde donde ¿qué divinidad: que orejierecto resplandor cuellilargo, impregnando el instante de suave hedor a guanaco, sacudió el halo que fue a caer y derramarse sobre una muchacha que desde entonces se perdió en ti y me desconoce? ¿Qué alba, qué despuntar difuso como otra luz empañando la luz vino contra mí desde ese reino al reino diurno de Cristo?
¿Está previsto eso en los cálculos: mi amor. El posarse del amor, del pájaro del mal encuentro, entre ella (la mansa, pasmada, alta muchacha) y yo? ¿Cómo traspasar la membrana tendida entre los hombres y las Llamas; la translúcida delicada sanguinolenta membrana que nos separa de las jóvenes mamíferas en quienes la divinidad animal se ha hospedado y nos desconoce?
Este es el acertijo que ni tú ni la zancona espaciosa elaborada escritura de sus cartas me resuelven.
Y aquí estamos.
Sin ella, yo; tú sin la negra cría de zancas enclenques y ojos cegatos a tu lado. Pero buscamos un entendimiento, porque ni tú ni yo sabemos soportar la soledad. Por eso estamos frente a frente junto a esta verja, mirándonos a través de la malla de alambre. Desde el otro lado de la membrana.
Te has ido.
Te has ido, aunque entre mis dedos brille henchida, panzona, la semilla leguminosa. Revestida con los rayos del mediodía, ¡asoleada, viviente peliblanca!, vas hacia tu caseta. Hundes la testa en la gamella del maíz y asientes.
Asientes y me olvidas. Afirmas “que sí que sí” ─pero es al sol.
-Carlos Martínez Rivas.