23/02/2025
INSTINTO & TEMOR, ¿ES LO MISMO?
En algún momento de nuestras vidas, todos hemos experimentado ese escalofrío que recorre nuestra columna vertebral, esa sensación de pavor que nos hace detenernos en seco o correr como si nos persiguiera un enjambre de avispas.
Ahora bien, ¿qué tiene que ver este "miedo" con nuestra supervivencia? Mucho más de lo que creemos.
Es más, el miedo y el instinto de conservación son como esos dos amigos inseparables que, aunque a veces se llevan mal, no pueden vivir el uno sin el otro.
¿Qué es el instinto de conservación?
El instinto de conservación es esa chispa primordial que todos tenemos, a veces latente, a veces tan activa como un despertador que no se apaga.
Este instinto nos impulsa a evitar situaciones peligrosas, a buscar comida cuando tenemos hambre, a refugiarnos cuando sentimos frío, o incluso a huir cuando algo nos amenaza.
Es un mecanismo que, por siglos, ha sido vital para nuestra supervivencia, ayudándonos a escapar de depredadores o a sortear otros peligros, de manera casi automática.
Pero aquí viene la pregunta existencial: ¿de dónde nace la necesidad de conservación? La respuesta es sencilla, aunque tan profunda como un pozo sin fondo: nuestro instinto de supervivencia nace de la necesidad de perpetuar la especie.
El deseo de no morir es un poco egoísta, pero a la vez, tan altruista, porque garantiza que podamos seguir existiendo a través de nuestras generaciones.
Es como si, a través de cada "yo" que ha existido, hubiera un pacto ancestral con el futuro: "Haz todo lo posible por seguir existiendo, y así nos aseguramos de que los que vengan tengan el mismo lujo de la vida."
El miedo: ¿la forma en que el instinto de conservación grita?
Ah, el miedo. Ese compañero incómodo que siempre aparece cuando menos lo necesitas. Pero, en realidad, el miedo es un actor principal en este escenario.
Si nos detenemos a pensar, el miedo es como el megáfono que amplifica las señales del instinto de conservación.
No es un simple "te aconsejo que tengas cuidado", sino una alarma estridente que dispara una respuesta rápida, casi instintiva.
¿Y qué hace el miedo? Nos paraliza o nos da la energía para huir, pero en ambos casos, el objetivo es el mismo: protegernos de una amenaza, ya sea real o imaginaria.
Imagina que estás caminando por un sendero oscuro y de repente escuchas un crujido entre los arbustos. Tu corazón se acelera, tus sentidos se agudizan y, sin pensarlo dos veces, te preparas para correr. Ese miedo, esa sensación de pavor, es el instinto de conservación a pleno rendimiento.
El miedo te hace reaccionar, te hace huir o, en algunos casos, te obliga a enfrentarte a la amenaza, todo por el simple hecho de seguir con vida.
El miedo, ese súper héroe mal interpretado
A veces el miedo no es bien entendido. Pensamos en él como un villano, una emoción que nos paraliza, que nos hace sentir débiles.
Pero, si lo miramos desde una perspectiva más profunda, el miedo es una especie de superhéroe que, aunque sufra una crisis de identidad, está siempre allí para protegernos.
Imagina que el miedo fuera el mayordomo de un palacio. Si no estuviera tan atento y no avisara de las amenazas, el palacio podría ser saqueado en un abrir y cerrar de ojos.
¿Es el mayordomo culpable de todo lo malo que pasa? No. Pero, al final, su labor es crucial para la seguridad del reino.
Miedo y evolución: un pacto ancestral
Si uno de los propósitos fundamentales del instinto de conservación es seguir vivo, el miedo cumple un rol crucial en la evolución.
La capacidad de percibir peligro y reaccionar ante él de manera instintiva ha sido, probablemente, una de las mayores ventajas evolutivas que hemos tenido como especie.
Nuestros antepasados, aquellos humanos prehistóricos con su instinto de conservación afilado como cuchillo, debían estar alerta constantemente ante la amenaza de mamuts, felinos gigantes y, claro, la posible escasez de alimentos.
Hoy en día, nuestras amenazas son un tanto diferentes, pero el miedo sigue siendo la misma herramienta que nos ayuda a adaptarnos.
Lo curioso es que el miedo no solo se limita a los grandes depredadores o peligros visibles. Hoy, muchos de nuestros miedos son abstractos: el miedo al fracaso, al rechazo, a la muerte.
Pero, de alguna manera, estos también tienen una raíz en la supervivencia, aunque ya no sean tan obvios. El miedo a la muerte, por ejemplo, no es más que una manifestación del deseo de continuar existiendo, de seguir perpetuando nuestra especie, aunque a veces lo olvidemos entre las preocupaciones cotidianas.
Humor al rescate
Ahora bien, aquí va un pequeño toque de humor para aligerar la conversación. Si bien el miedo y el instinto de conservación son compañeros inseparables, a veces tienen maneras... "peculiares" de actuar.
¿Alguna vez has experimentado ese miedo irracional a las arañas o a los perros pequeños? ¡No estás solo! Tu instinto de conservación se activa de una forma un tanto desproporcionada ante una criatura diminuta que, en realidad, no representa ninguna amenaza seria.
¡El pobre instinto de conservación a veces se pasa de listo! Es como si un coche de carreras se preparara para saltar al vacío cuando en realidad sólo estás mirando un letrero en la calle.
El miedo: el amor que no sabemos manejar
Así que, al final, el miedo y el instinto de conservación son más que una simple respuesta biológica.
Son la danza eterna entre nuestra necesidad de protegernos y nuestra tendencia a, a veces, exagerar un poco. Si bien pueden parecer incómodos, estos dos compañeros, tan intrínsecamente ligados, hacen posible que estemos aquí hoy.
Y, aunque no podamos evitar que el miedo aparezca de vez en cuando, lo que realmente importa es cómo lo manejamos. Porque, al fin y al cabo, ¿quién no se ha reído alguna vez al recordar alguna de sus reacciones más exageradas ante algo que, en retrospectiva, no era tan aterrador?
A veces, basta con mirarlo con un poco de humor, recordando que el miedo, en realidad, tiene un único propósito: mantenernos vivos para seguir viviendo. Y, aunque no siempre lo hagamos de la manera más eficiente, seguro que siempre habrá algo que valga la pena celebrar al final del día... ¡preferiblemente sin mamuts a la vista!
Angel Rincøn
Radio Nacional de Colombia