22/09/2025
En un pueblo humilde, rodeado por montañas y atravesado por un río que solía ser tranquilo, vivían dos hermanos inseparables: Andrés y Samuel. La vida nunca les había sido fácil, pero juntos habían aprendido a resistir cada dificultad. Andrés, siendo el mayor, cargaba sobre sus hombros la promesa silenciosa de proteger a su hermano menor de todo peligro. Lo que no sabía era que aquella noche, cuando el cielo se abrió en tormenta y el río comenzó a rugir como una bestia desatada, el destino pondría a prueba hasta dónde podía llegar el amor de un hermano.
La lluvia caía con furia aquella noche. El río que cruzaba el pequeño pueblo había crecido tanto que las casas más cercanas empezaban a inundarse. Andrés, el hermano mayor, apenas tenía dieciséis años, pero al ver el miedo en los ojos de su hermano menor, Samuel, de nueve, supo que debía ser fuerte.
El agua comenzó a entrar por la puerta de su humilde casa. Su madre estaba atrapada en el hospital, trabajando sin poder regresar. Andrés tomó la mano de Samuel y lo sacó al exterior. La corriente era peligrosa, arrastraba basura, troncos y hasta pedazos de madera que podían herirlos. Samuel temblaba y apenas podía caminar con el agua hasta la cintura.
De pronto, un fuerte golpe del río los separó. Samuel cayó al agua, arrastrado con rapidez. Andrés, sin pensarlo, se lanzó detrás de él, luchando contra la corriente. Nadó con desesperación, tragando agua y sintiendo cómo sus fuerzas se desvanecían. En un último esfuerzo, alcanzó a sujetar a su hermano y lo empujó hacia un tronco seguro que flotaba cerca de la orilla.
—¡Agárrate fuerte, Sam! —gritó con la voz quebrada.
Samuel logró sujetarse, pero cuando volteó buscando a su hermano, ya no lo veía. Andrés había desaparecido bajo la furia del río.
La gente del pueblo llegó poco después y rescató a Samuel, pero Andrés no fue encontrado hasta el amanecer, exhausto y herido, agarrado a unas ramas río abajo. Había logrado sobrevivir, aunque su cuerpo estaba lleno de golpes y su mirada cansada hablaba de la batalla que había librado contra la muerte.
Ese día Samuel entendió que su hermano mayor no solo era su protector: era su héroe, alguien capaz de enfrentarse a la fuerza misma de la naturaleza para salvarlo. Y juró que, así como Andrés había dado todo por él, algún día él daría todo por su hermano.