31/07/2025
🌄 El Hijo de la Promesa
Hace muchos, muchos años, cuando las noches eran más oscuras y las estrellas más brillantes, vivía un hombre llamado Abraham, un hombre justo y temeroso de Dios. Durante años, él y su esposa Sara habían soñado con tener un hijo, pero el tiempo pasaba y nada ocurría… hasta que un día, contra toda lógica y edad, nació Isaac, el hijo de la promesa, el milagro que cambió sus vidas.
Isaac creció fuerte, alegre, con una risa que llenaba la casa y una mirada que iluminaba el corazón de su padre. Abraham lo amaba con toda el alma. Pero entonces… un día, sin aviso, Dios habló.
—“Abraham.”
—“Aquí estoy, Señor.”
—“Toma a tu hijo… tu único hijo, a quien amas. Llévalo al monte Moriah… y ofrécelo allí como sacrificio.”
El corazón de Abraham se detuvo. ¿Era eso lo que Dios pedía? ¿Entregar a Isaac, su pequeño, como si fuera un cordero? Su alma tembló… pero no preguntó. Obedeció.
Al amanecer, con los ojos rojos de tanto llorar en silencio, Abraham se levantó. Tomó leña para el fuego, un cuchillo… y llamó a Isaac.
—“Vamos a hacer un sacrificio al Señor, hijo.”
Y así, caminaron por tres días. Isaac hablaba, reía, hacía preguntas. Pero Abraham solo escuchaba el eco de la voz de Dios en su mente. Cada paso le dolía como si fuera una herida.
Finalmente, llegaron al monte. Subieron juntos. La cima era silenciosa, solo el viento hablaba.
—“Padre,” —preguntó Isaac—, “tenemos el fuego y la leña… ¿pero dónde está el cordero?”
Abraham tragó duro.
—“Dios… proveerá.”
Con manos temblorosas, Abraham construyó el altar. Luego, miró a su hijo… y lo abrazó con tanta fuerza como si el mundo se fuera a terminar. Isaac lo miró sin miedo. Sabía que su padre nunca haría algo sin razón… confiaba.
Lo acostó sobre la leña. Y mientras el sol brillaba sobre su rostro, levantó el cuchillo.
Un segundo. Dos. Tres…
¡Y entonces!
Una voz poderosa llenó el aire:
—“¡Abraham! ¡No lo toques! No le hagas daño. Ya he visto que temes a Dios. No me has negado ni a tu hijo, tu único hijo.”
Abraham cayó de rodillas, llorando. ¡Isaac estaba a salvo!
Y cuando alzó la vista… un carnero apareció, enredado entre unos arbustos. Dios había provisto. Tal como lo prometió.
Desde ese día, ese lugar fue llamado Jehová Jireh, que significa: “El Señor proveerá.”
Y así, el hombre que estuvo dispuesto a perderlo todo por obedecer a Dios… recibió más de lo que jamás imaginó.
Porque a veces, la fe más grande nace justo al borde del abismo.